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Propiocepción
Propiocepción. Fotos: Welcome Collection.

Propiocepción, propiocepción, propiocepción… Llevo varios días repitiendo esta palabra hasta que por fin ya me sale de corrido casi sin equivocarme. Sin duda soy muy obsesiva y esa característica que me ha llevado a conseguir muchas cosas, también estoy consciente que es un dolor de muela para los demás.

En su dualidad, semejante mecanismo defensivo, me ha impulsado a lo largo de mi vida hasta aquí, dedicandole miles de horas en el trabajo personal, para lograr hacer la paces con ella. ¿Como? Tuve que meterme en lo profundo con un terapeuta, trabajando en talleres, indagando hasta la raíz; encontrando la herida emocional que según yo, lo generó.

Así poco a poco tocando el dolor y después de tórridos llantos, aprendí que usando el humor para reírme de mí misma, me aligeraba un poco el yugo. Fui desarrollando una capacidad de darme cuenta; ahora tengo un semaforo amarillo que me avisa cuando aparece. Aprendí a pedir a quienes me conocen que me avisen, cuando sale sigilosa y no la puedo percibir, pero sobre todo me rendí. Aprendí a entrar en armonía con ella cuando se desborda y por más que intento no me doy cuenta. A veces no es cuestión de voluntad, entonces me miró agachando la mirada en son de pedir disculpas por lo que ocasione cuando ya no hay marcha atrás y alguien me grita: “¡ Ya bajale!!!”.

Así he ido usando todos los recursos que he encontrado para entender que es un bastión importante de mi personalidad y que si me esfuerzo puede ser usada a mi favor. La guerra encarnizada que me eché a cuestas durante tanto tiempo, no tuvo como resultado más que un desgaste emocional severo. La resistencia genera un inevitable agotamiento.

Cuando uso esta herramienta para nutrirme; entonces logró construir cosas, aterrizó proyectos, saco mi curiosidad a pasear, impulsó mi creatividad y me voy a dormir con una sonrisa en la boca. Cuando está se desborda ya no me peleo, me rindo y me voy a dormir buscando que me esta pasando, encontrando muchas veces que se ha convertido en una guia que me ayuda y me voy a dormir de igual manera. Antes de caer en brazos de morfeo, cuando estoy en ese estado, repito una canción como mantra; “a la ruru niña a la ruru ya” y me siento abrazada, querida como tanta falta me hizo, y es que a quienes nos pulsa esta herida, nos defendemos del abandono abrazados de la rigidez y de la obsesión. Ojo no siempre quiere decir que así fue, quiere decir que así lo vivimos y desde ahí nos contamos una historia y de ella nos defendimos como pudimos.

En fin, la palabra en cuestión no la conocía y la escuché en un taller de arquitectura emocional y aunque me lo explicaron, me dio pena preguntar más de dos veces, soy una irremediable perfeccionista y en ello me juego el nunca permitir que nadie se de cuenta de que no se. Me las arreglo haciendo malabares para engañar a los demás haciéndolos pensar que lo se todo, “¡hay ternurita!” como diría una amiga que tengo, burlándose de mí. También escuchó la voz de otra que dice “¡que molesto!” cuando parezco un profesor catedrático repitiendo como merolico lo poco que me he aprendido de memoria, y de pronto me doy cuenta que por detrás hay un grito interno que dice ¡Mirameeee, aqui estoy!

El diccionario me salvó: Propiosepción habla de la capacidad que tiene nuestro cerebro de saber la posición exacta de todas las partes de nuestro cuerpo, en cada momento. Dicho de otra manera, a nuestro cerebro le llegan diferentes órdenes desde las articulaciones y los músculos para saber hacia dónde dirigirlos y llevarlos a algún lado. Ja, lo logré, no me tuve que humillar ante el expositor, ni ante mis compañeros de taller.

Una vez entendido el concepto quedé asombrada, es increíble la maquinaria que se mueve dentro de nosotros después de millones de años de evolución. Es fascinante además que haya alguien que dedique una vida a descubrir los cómos, los porqués y los para qués de las cosas.

Así que mi obsesión comienza a fustigar una vez dominada la dicción: “¿no te interesa saber de dónde viene el término? ¿Habrá sido alguien que podemos rastrear?” En fin no puedo explicar como se abarrotan las preguntas por saber, así que comienza una vez más la aventura.

En la búsqueda, me encontré con el neurofisiólogo inglés Sir Charles Sherrington quien vivió a principios del siglo XX. El se interesó en estudiar cómo el sistema nervioso central controla y regula la posición y el movimiento del cuerpo. Descubrió que el cuerpo tiene receptores sensoriales especializados, como los husos musculares y los receptores articulares que envían información al cerebro sobre la posición y el movimiento del cuerpo; lo que permite la coordinación y el control motor precisos.

A partir de estos descubrimientos, Sherrington acuñó el término “propiocepción” para referirse a este sistema de percepción corporal interno. Descubrió el reflejo tónico cervical asimétrico, un reflejo que se produce en los bebés cuando se les gira la cabeza hacia un lado y que desencadena una extensión de los brazos y piernas del lado opuesto.

Sin duda ya se por que la palabra me ha traído loca y es que seguramente el encantador Sir, era obsesivo como yo, solo que él era un genio y llegó a conseguir con su contribuciones al campo de la fisiología y la neurociencia, un premio nobel de Fisiología en 1906, por su trabajo en la función integradora del sistema nervioso y en particular por sus estudios sobre la contracción muscular y la coordinación del movimiento.

Que fascinante debió haber sido cuando después de millones de horas en su laboratorio estudiando al cerebro pudo descubrir la función de la sinapsis y la conexión entre las neuronas. Puedo imaginar el gozo, cuando pudo regalar con ello al diccionario varios términos utilizados en la neurociencia, incluyendo sinapsis, neuronotaxis y la palabra que me ha traído a volcar cientos de frases sobre el papel; propiocepción.

Como era de esperarse semejante capacidad intelectual, lo impulsó a desarrollar una habilidad literaria, escribiendo varios libros y ensayos sobre la ciencia y la cultura, incluyendo “El cerebro que piensa” y “El hombre y sus obras”.

Dicen que el cuerpo de los perfeccionistas es estatutario, así que me lancé con manía a buscar fotos de él y pues que sí que lo era, delgado, con un bigote simpático, con cara de profesor enmarcada por sus pequeñitos lentes redondos. Dediqué un buen rato a descifrarlo en las pocas fotografías que hay de él y me fijé en su ceño fruncido y sus manos en los bolsillos del traje impecable.

Después buscando detalles de su vida me enteré de que lo fue; daba clases de fisiología en la Universidad de Oxford.

Hoy mi cuerpo ya no es tan delgado como lo fue en la primera parte de mi vida, pero los tacones me dan ese efecto visual de ser más delgada de lo que en realidad soy, un juego que acentúa mis rasgos de carácter y que a veces me hace reir. Sin duda alcanzar con mis zancos el 1.95, me da un aire de superioridad que cualquier maestro espiritual miraría con desdén y seguro subiría los ojos para ponerlos en blanco y pensaría “es que en verdad que no da pa más”. Eso diría mi adorado Fray Ricardo Villarreal, (como te sigo extrañando). “Silencio; cultiva el estado de no hacer nada, aprende de la belleza de la quietud” palabras que me sigue retumbando en algún rescoldo de mi mente donde escucho su linda voz, “rie, canta, baila, disfruta lo que comes; la compañía de los otros y deja de ser tan aburridamente seria.”

Me llena un poco de frustración que sobre Sherrington, encontré muchos artículos de sus investigaciones y premios, pero prácticamente nada de su vida personal, se que se casó con Ethel Mary Wright en 1891 y que no tuvieron hijos. Imagino que la dedicación a su trabajo le hacía pasar la mayor parte de su tiempo en el laboratorio, lo que probablemente lo hacía llegar en la madrugada a su casa, cansado y con ganas solo de dormir. Será que su mujer pensaba que tenía una amante, que ya no era suficiente y se deprimio, o acaso en esa época uno se callaba y uno se quedaba contenta con ser la señora de la casa y las demás solo eran las otras. Pero también podemos darle un brochazo infundiendo un matiz de que eran una pareja bien avenida, que se querían mucho y simplemente había algo en la tubería del departamento de concepción, que no funcionaba.

Wikipedia le dedica apenas 13 líneas; eso me indigna, como es posible que al padre de la neurociencias no tenga un reconocimiento más amplio en el lenguaje, de una herramienta de uso popular. Que falta me hace un acercamiento al hombre, a su vida más allá de sus contribuciones a la ciencia.

Desde luego que hay otras fuentes, pero no son tan fáciles de encontrar hay que dedicarles un rato. Aparecen en varias páginas dedicadas a su ocupación, cosas interesantes como su trabajo sobre la médula espinal, especialmente los relacionados con los reflejos. Leí en otras de sus investigaciones sobre la distribución de las vías motoras del plexo lumbosacro (esto lo explicamos con más detenimiento en otro escrito, pues es obvio que tuve que preguntarle a un neurólogo porque no entendí que era).

Aparece como revisó meticulosamente los nervios sensoriales que proceden de los músculos; su estudió en el papel en los reflejos de estiramiento y del rascado; del descubrimiento de la rigidez de extensión en los animales descerebrados. Pero de él, de sus miedos, de sus gustos, de sus amigos; nada.

Finalmente, como a los cuatro días de estar buscando, encontré definiciones de su personalidad, así aparece como un hombre muy disciplinado, trabajador y perseverante en su investigación científica. De su rigurosidad y precisión en el trabajo, así como su capacidad para concentrarse en los detalles y resolver problemas complejos. De ahí mi deducción en imaginarlo sin descanso, comiendo poco, rígido y obsesivo.

Pero también encontré que se le atribuye un gran sentido del humor y una personalidad agradable. A menudo se le describía como un hombre muy modesto y humilde, que valoraba mucho la colaboración y el intercambio de ideas con otros científicos, o sea que quizá aprendió a equilibrar sus rasgos rigurosos y disciplinados que le permitían enfocarse en la investigación científica, y matizarlos autoregulandose, aprendiendo a estar cerca de otros riéndose de vez en cuando.

Me encantaría hacer el guión de alguna película sobre él, es posible que su trabajo y contribuciones hayan sido mencionados o representados en documentales, películas o series que traten sobre el tema en general como: “Awakenings” (1990), “A Beautiful Mind” (2001), y “The Theory of Everything” (2014). Incluso en la serie The Big Bang Theory (2007). Pero estoy segura que a pocos les llamó la atención sobre quién era el hombre que había por detrás de esos descubrimientos; si es que escucharon su nombre.

Estoy segura que podría invitarle a tomar café, en algún café en Londres, le preguntaría como fueron esos años antes de su muerte cuando su salud empezó a resentirse, si conservaba la mente clara y todavía tenía vivo el interés por los temas en los que había trabajado, quisiera saber quien estaba junto a el cuándo murió en Eastbourne, víctima de un fallo cardíaco,en 1952.

Me imagino anonadada escuchando sobre sus descubrimientos, estaría indagando hasta cansarlo, a hablar de la intensidad como maná para la vida, de la ira y la frustración que vienen en el paquete volcándose hacia adentro como huracán para aquellos que vivimos así. Hablaríamos de todo aquello que estoy segura que nos une en los rasgos de esas peculiaridades tan molestas para otros y terminaríamos riéndonos a carcajadas, terminando la jornada con una buena copa de vino.

Así quedó satisfecha, encantada, porque ese rasgo que alguna vez consideré maldito me llena algunas veces de satisfacción, hoy que termino el escrito a las 4:00 de la mañana también me doy cuenta que los rígidos/obsesivos estamos siempre en el hacer, como si creyéramos que si no estamos en constante actividad, no existiéramos. Me queda solo una hora para dormir antes de que empiece otro día, vamos a ver si el cuerpo no me lo cobra cansancio y no rindo como me gusta.

Por DZ

Claudia Gómez

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