Elecciones 2024
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Para este año

Nací en una época donde la vorágine de una maquinaria que se fue extendiendo como una sombra, todavía no tocaba la médula de nuestro ser. La navidad marcaba en el calendario un conteo regresivo que llevaba al nacimiento de Jesús. Cantábamos villancicos, preparábamos las recetas de la abuela, en la mesa no se exhibía un pavo, ni bacalao, ni árbol, solo un nacimiento hecho por artesanos de pequeñas piezas de distintos tamaños.

Al gordito Santa Clause, fruto del ilustrador Haddon Sundblom, lo conocí hasta grande y a mi el niño Jesús me traía los zapatos o el vestido para el año, eran épocas cuando uno necesitaba poco, porque no conocíamos la sed de requerir tantas cosas. Sin embargo también fue una época donde se iba construyendo una sociedad del cansancio que tarde o temprano nos alcanzaría.

El sincretismo que hoy acompaña estas fechas ha ido moldeando las formas de nuestras fiestas, donde se recoge un poco de cada cultura romanizada. Soy producto de eso, me encanta decorar mi casa, dar regalos, hacer comidas ricas, festejar y me doy cuenta que hoy hay muchos elementos que fui sumando de distintas partes a la manera en que gozo estas fechas.

Busco estar despierta al mismo tiempo, hasta el día de hoy no he perdido de vista que para gran parte de la humanidad son fechas dolorosas, de escasez, de duelo. Busco siempre, lo hago hasta encontrar distintas formas para tocar a otros, para acompañar y así darle sentido a estas fechas, que para mi son recuerdo de mi niñez.

Sumergida en mis reparos sobre este tiempo hago una reflexión usando ideas de Byung-Chul Han, de Heidegger, Krishnamurti, Tich Na Han, Carl Yung ( al que consideró más filósofo que psiquiatra) y tantos otros que han sumado a mi manera peculiar de percibir el mundo. Su cuestionamiento es uno al que recurro con frecuencia para no desdibujarme del todo, porque es verdad que perderme en la luminosidad hipnótica de estas fechas de fin de año, me es fácil.

Es así como tejo lo que aprendo y con ello voy hilvanando una capa invisible creyendo firmemente que esta me protege aunque sea un poco, de esta maquinaria del consumo que nos ha traído hasta aquí. Ardua tarea porque no soy inmune a querer, a tener y si no estoy alerta con mucha facilidad caigo en el sueño de la “felicidad” creada por un aparato realmente poderoso.

He llegado a convencerme de que la navidad del mundo occidental no es un periodo, sino un estado de ánimo. He sido testigo de cómo ha dejado de ser una fiesta ritual y simbólica, como lo fue durante muchos siglos y de cómo ha traspasado el umbral de lo espiritual, inmersa en un mundo material que devora su esencia. Me parece que ya no emana la fuerza simbólica que orienta la vida hacia algo superior.

Cuando el mundo romano iba esparciendo el mensaje cristiano, los pueblos paganos resistían a la nueva filosofía, pero también seguían manteniendo sus rituales donde entraban en un proceso de reflexión, el invierno invitaba a estar en reposo en los países al norte de nuestro planeta. Las fiestas de San Haim en Europa, estaban llenas de simbolismos que acompañaban el fin del año en octubre y las hojas del otoño recogían el significado de todo aquello que uno quería soltar después de revisar lo vivido durante las temporadas de siembra y cosecha que marcaban el calendario.

Yo vivo en un siglo donde el mundo occidental, se abraza de lo digital, de la inmediatez, de la sociedad líquida de la que Sigmund Bauman hizo hincapié, como la posibilidad de una modernidad fructífera que se nos escapa entre las manos como agua entre los dedos. Soy testigo de cómo este imperio económico se ha extendido con sus formas al resto del planeta de alguna manera o otra.

Donde habito, la navidad se ha transformado en un tiempo que era de profunda introspección, descontextualizando su esencia, estamos rodeados de un materialismo que la ha secuestrado obligandonos a sumirnos en él.

En los aparadores en septiembre se manifiesta el aparato mercantilista que hemos creado y comienzan a aparecer las primeras esferas para el árbol y algo que tenía un sentido profundo, se esfuma en los meses venideros donde se apresura la carrera por generar una adición a comprar.

Según decía Carl Jung la causa de muchas de nuestras neurosis, está asociada precisamente al desconocimiento de la riqueza de nuestro mundo espiritual, donde hemos ido enterrando la esencia de una parte fundamental de nuestro ser. En este último trimestre del año las depresiones aumentan, obligándolos a enterrar lo que nos duele, anestesiándolo con el exceso, con medicamentos, pero tarde o temprano encontrará la manera de manifestarse.

Hemos ido transformando nuestros ritos en escenarios pasivos y vacíos en sus formas. Prácticas superficiales consumistas, secuestrada en la fuerza del mercado global. Las luces coloridas de las calles nos hipnotizan, obligándolos a ser felices y nos evita perdernos en los cielos estrellados que poco se ven en las grandes ciudades.

Una industria que impone como deberíamos estar; alegres, agradecidos, generosos pero la realidad es que los conflictos familiares siguen ahí, las experiencias inconclusas, no resueltas, las guerras, el hambre, la soledad y el dolor, no desaparecen.

Quizá la búsqueda interior, sea una nueva forma de abrazar el caos en el que estamos, rescatando la esencia de quienes realmente somos, limpiando el escenario de aquello que no hemos trabajado, de aquello que nos asfixia, y tal vez sea un buen tiempo para ir rescatando la posibilidad de hilvanarnos de nuevo, cuerpo alma, mente en un espacio lleno de otros llamado planeta.

Qué este nuevo año sea para llegar nuevamente al final, quizá un poco más conscientes, más despiertos y que rescatemos nuestros rituales, aquellos que nos guían hacia una esencia más integrada, con una mirada hacia la grandeza que hay más allá de nosotros.

Por DZ

Claudia Gómez

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