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Jovita Idár
Jovita Idár. Foto: Nationals Womans History Museum

Por eso en estos días, toca a nosotras, las mujeres, dedicar un poco más el pensamiento a lo que implica la educación en la que debe cooperar con la Iglesia y el Estado, tres grandes factores que encauzan la educación universal.

“La mejor educación” 

Fragmento de una publicación  en El Heraldo Nazareno, marzo de 1940.

Jovita Idár

Se presentaron a caballo y se apostaron afuera de las oficinas del periódico  El Progreso en Laredo, en 1914. Los Rangers de Texas, con sus uniformes impecables, formaban un cuerpo especial de agentes de seguridad pública, que nació en 1835 para “proteger” a los colonos de esa zona y de California, de los ataques comanches y apaches. Para principios del siglo XX, habían tomado un poder que les confería autonomía, les otorgaba jurisdicción para llevar a cabo órdenes sin ningún proceso, y en este caso, había mandato de detener las publicaciones de dicho diario y cerrarlo.

Estos agentes, tenían fama de usar la violencia contra los mexicanos, latinos, migrantes y personas que por raza o creencias tenían los sesgos de ser “indeseables” para el sueño americano.  Obedecían a intereses políticos y económicos que marcaban una clara discriminación racial.  Una editorial del periódico en cuestión, en sus páginas a grandes letras, criticaba la orden del presidente estadounidense Woodrow Wilson, de enviar militares a la frontera entre Texas y México en medio de la Revolución mexicana.

Los editoriales fungían como un medio de comunicación importante, jugando un papel de difusión de noticias y opiniones sobre acontecimientos políticos en esa época;  un espacio para alzar la voz y expresar la inconformidad sobre muchos temas.

Ese día en las puertas  de la oficina, impidiendo el paso, se encontraba, dispuesta a no permitirles la entrada, y no pretendía quitarse de la puerta, ni retroceder, una mujer pequeñita de rasgos latinos, vestida con sus faldas largas y con el pelo recogido a la usanza de esa época.  Jovita Idár, era redactora y editor del periódico propiedad de su familia. Con fuerza argumentaba que, silenciar al periódico violaría su derecho constitucional a la libertad de prensa, consagrada en la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos.

Su nombre evocaba a Júpiter, principal dios de la mitología romana, padre de dioses y de hombres. En verdad, se necesitaba de esa fuerza del Olimpo para enfrentarse como mujer, a una fuerza policiaca de esa envergadura.

Los Rangers molestos se retiraron, pero al día siguiente cuando ella no estaba, regresaron para saquear la oficina y destruir las prensas, haciendo efectiva la censura.

Cuando me la topé en un artículo que leí, buscando como abrazar el dolor de los migrantes en Estados Unidos, me generó ese picor que me es tan conocido, que de inmediato comienza a producir preguntas. Se abarrotan una tras otra, buscando respuestas generando una sed incontrolable. De pronto, después de indagar, por un par de días, entró un sosiego que me aquieta y me ayuda a entender algunas cosas, acompañando desde ahí el paso de esta mujer, sobre el planeta.  Veo el legado que ha dejado, uno de lucha por los derechos, como el de la libre expresión, la dignidad humana y los derechos de las mujeres donde el voto encabezaba la lista.

Quizá el que fuera mexicana de sangre, me ayuda a cuestionarme si el nacer dentro de un confín geográfico no es limitante después de todo, sin duda uno es de donde sus raíces le dan pertenencia, es ese sentido mágico de la existencia que nos ancla en algún lado.

Hay seres que se fortalecen en sus carencias y sufrimientos, van rompiendo esquemas con el impulso para abrir nuevas puertas; encontrar nuevas oportunidades y desde ahí acompañar a quienes todavía se encuentran en un estado suspendido frente al destino. Son aquellos que encuentran como alzar la voz, como transformar su entorno y que aunque haya pasado el tiempo, de pronto en algún lugar, algún curioso pueda descubrirlos  y escuchar su mensaje.

A Jovita la encontré buscando documentación sobre salud mental y migración, un tema que toca la línea de trabajo de un proyecto que he ido co-creando junto a mi hermana Claudia Ruiz y un grupo de terapeutas. Somos una red de conciencias que creemos en la posibilidad de impulsar el bienestar con un enfoque sistémico, sea pues entendido como algo que se relaciona con todo.

En nuestros expedientes tenemos un grupo de migrantes y esto nos ha obligado a desarrollar formas para fortalecer la alianza terapéutica, desde ahí deshilar los hilos que nos guíen para  poder entender qué es lo que le duele a un ser humano que ha dejado su tierra, sus seres queridos, su casa. Nuestra mirada tiene que impulsar el colocarnos con una empatía que nos permita ver en lo profundo, que trascienda nuestras ideas y que realmente podamos verlos para tocar su dolor y. desde ahí poder acompañar los procesos.

Migrar es un acto doloroso, trastoca todo el sistema familiar tanto para los que se van, como para los que se quedan, especialmente cuando se hace “sin papeles”. Los que no parten están con “el alma en un hilo”, viven rezando: “que no le pase nada”, “que no se me muera en el camino” y quizás una idea de las que más aflige “que no se olvide de nosotros”. Viven con la angustia de pensar en los peligros del camino, de los horrores a los que se enfrenta quien cruza ilegalmente, y el tormento de esa despedida, que seguramente implica el no volver a verlos nunca más.

Los que se van experimentan la soledad, la tristeza, la discriminación, el temor de vivir siempre en un país “que nunca será nuestro”. Un desarraigo que lacera, que levanta muros de desconfianza. Atraviesan la vergüenza ante las limitaciones lingüísticas, la falta de familiaridad con el nuevo ambiente que los restringe, y los aparta. El encarnar la fatiga producto de las horas incansables de trabajo, del esfuerzo de adaptación, del sentimiento de rechazo, así se traducen en confusión en términos de expectativas, valores e identidad, y en la impotencia por no integrarse del todo en la cultura de llegada.

Ese dicho popular de “el que se queda, se queda llorando; el que se va, se va suspirando” toca las fibras de un dolor en común, sin importar porque se va uno de su país. y se matiza con las diferencias que marcan el huir por razones políticas, los que se van buscando mejores oportunidades y aquellos que somos hijos y no hemos sido preguntados, simplemente se nos arranca de nuestros abuelos de los primos, tíos y se nos condena a crecer sin esos lazos viviendo desarraigados, sin esa red amorosa, que nos da pertenencia, aunque uno adopte nuevos amores.

Así vamos grabando en la mente los olores, los sabores y las inevitables lágrimas que la música de nuestra tierra nos evoca. Nos atrae de inmediato el dejo de la lengua materna, nos llenamos de alegría cuando alguno de nuestros congéneres ha logrado triunfar, y nos conmovemos sobremanera, cuando una injusticia lacera la vida de algún otro.

Por eso el encontrarme con Jovita ha sido un oasis, una fuente de respuestas que se habían quedado prendidas del tintero. Un poder observar, perteneciente a esta segunda generación, que ya nace en otra tierra con el legado de sus padres, que todavía sienten la urgencia de que sus hijos no pierdan su lengua, sus costumbres y su identidad. En su caso, la lucha por los derechos de su pueblo la irguió con un impulso que la hizo creer y combatió por eso, trascendiendo el tiempo hasta llegar a mí.

Para darle forma y que se materialice el personaje me gusta conocer sus raíces, su historia, y si puedo verla en alguna fotografía, entonces la puedo sentir más mía, aunque sé que no es de mi propiedad.  Mi musa nace en  Laredo, Texas, Estados Unidos, en el seno de una familia que dedicó su vida a luchar por los derechos civiles de los mexicanos-estadounidenses. A diferencia de la mayoría de familias de origen mexicano, los Idár tenían una posición económica buena, y  se les tenía en alta estima, precedidos por una reputación de personas educadas y muy trabajadoras.

Desde niña, destacó como estudiante, ganando varios premios por sus recitaciones de poesía. Inmersa en un contexto de discusión permanente sobre las circunstancias desfavorecidas de la comunidad chicana desde niña, escuchando la necesidad de responder hacia las injusticias. Su familia la impulsó a educarse, rompiendo con los esquemas de lo deseado para las señoritas de clase acomodada, y se graduó como docente en el Holding Institute de Laredo.

En su alma mater vivió la frustración de dejar las pestañas en una carrera profesional frustrante, acompañada de una mediocridad que  la escasez de recursos para la enseñanza dejaba en su comunidad.

Así como los afroamericanos y orientales, los chicanos tenían una educación precarizada, aunque el pago de impuestos era igual para toda la población.

Dejando el ejercicio de la docencia en la escuela de Los Ojuelos, y con el telón de la Revolución Mexicana a sus espaldas, comenzó a escribir en La Crónica, El Progreso, La Opinión, El Heraldo Cristiano y en el peridico familiar. Apoyó el movimiento revolucionario mientras se desempeñaba como periodista, ayudando a los refugiados y heridos de la guerra e incluso se desempeñó como enfermera en el campo de batalla.

Me fascinó encontrarme nuevamente con la figura protectora de un seudónimo, ese que nos permite a tantos escondernos tras sus letras. En su caso, desde su escondite, denunció la precariedad del sistema educativo de sus congéneres, incluyendo un contenido crítico sobre la discriminación de mexicanos y tejanos en Estados Unidos.

Usó el nombre de “Plebea” una palabra que significa plebeya o de la plebe, evocando aquel que es de origen humilde y trabajador. Seguramente en sus letras se identificaba con las personas que representaban su trabajo, y con el que cubría sus espaldas en un momento, donde las mujeres de origen mexicano, enfrentaban una brutal discriminación y violencia en Estados Unidos.

Así la prensa imprimía con fuerza sus ensayos literarios políticos y poéticos; así como historias sobre la pérdida del idioma español y la identidad cultural mexicana.

Se convirtió en la presidenta de la Liga Femenil Mexicanista, rama femenina del Primer Congreso Mexicano, que buscaba educar a la población infantil mexicana frente a la precariedad de la ofrecida por el estado. Buscó dentro de la organización, la ayuda de intelectuales para promover la educación bilingüe, la protección de los derechos civiles y laborales.

La Liga evolucionó y se fue transformando en una institución de caridad que, además de ayudar a los pobres con comida y ropa, tenía una actividad política y cultural.

Al morir su padre se convirtió en editora de El Clamor Público, fundado por él en 1911, y siguió denunciando la situación de los mexicano-estadounidenses y los inmigrantes mexicanos.

En 1921, tras casarse se mudó a  San Antonio Texas, fundó un jardín de niños gratuito y trabajó como voluntaria bilingüe en un hospital, se unió a la Cruz Blanca y continuó su carrera periodística.

Falleció en junio de 1946 de una hemorragia pulmonar o de un infarto como aparece en algunas otras fuentes, el hecho es que a los sesenta años de edad dejó este plano, para convertirse en polvo de estrella como dirían algunos místicos.

Jovita y su familia mostraron lo que significa el compromiso de gestar nuevas posibilidades para otros, de impulsar la denuncia de las injusticias, y generar proyectos concretos para anclar esas ideas.

No puedo evitar la sonrisa que me evoca el poder terminar este escrito sintiendo la vida de esta mujer, es como si pudiera encarnarla por momentos, seguramente algunos datos se contradicen según las fuentes de donde me nutro, pero estoy segura que lo que si me llevo, es su esencia. A veces, en mis fantasías, dibujo una biblioteca que está suspendida en los anales de mi mente, me veo colocando en sus repisas las hojas de mis escritos empastados en piel de cordero con letras góticas con su apariencia ornamental. Es un recinto donde yacen los cientos de palabras que me gusta pensar que brotan de mi interior, pero que en verdad son robadas y tomadas de otros, donde yo solo las matizo con la mirada que tengo del mundo, y que son abrazadas con la firma que imprimo, y las baña del nombre que uso desde que era niña.

Por DZ

Dlaucia Zomeg

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