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Guajolote que se sale del corral, termina en mole
Rubén Jaramillo. Foto: CNDH.

La historia se acuña de héroes, batallas, conquistas, eventos y tantas veces de verdades a medias, construidas e inventadas. Los que logran tener un nombre en la marquesina son apenas unos cuantos, quienes representan a la gran masa. Un puñado que quedan plasmados en los libros, se cuelan en el calendario, para que en las escuelas los niños repitan de memoria su efeméride, además de gozar según el caso, con un día festivo en su nombre.

Pero llama la atención que tantas veces no sabemos realmente quiénes fueron, cómo eran; no entra en nuestro entendimiento la posibilidad de cuestionar si eso que nos cuentan es como se narra. Que parte de ese ser humano está ensalzado, aumentado o sacado de su contexto. Quizá como simple curiosidad, podría generar preguntas que nos lleven al menos a imaginar con quienes compartieron ese momento, que sentían, cuales fueron sus retos. 

Así, de pronto en unas frases se me aparece este personaje que no conocía y capta mi atención, hace mucho estoy buscando héroes, de esos que me inspiran, de esos que representan valores, que realizan actos extraordinarios en beneficio de otros, de esos que me hacen suspirar. Aunque estudié en la escuela a medias la historia oficial de México, este personaje no se grabó en mi mente, si es que lo escuché, pero el resultado fue que no dejó mella en mí.  

A mí me atraen las figuras que no tienen tanto peso en la cultura popular, aunque  en los lugares donde vivieron puedan tener relevancia, pero es indudable  que dejan un legado, que a veces maquillado, realzado, dejan una impronta que vale la pena al menos conocer.

“Frente a las condiciones actuales de fatal decadencia revolucionaria, nosotros de ninguna manera, debemos ir a entregarnos en las manos de nuestros enemigos que, a base de fuertes compromisos con los norteamericanos y plutócratas nacionales, se han fortalecido reclutando gentes a sueldo para combatirnos. Pero en este caso, no son los muchos hombres los que triunfan, sino las ideas basadas en la justicia y el bien social, y para no seguir el camino de los malos revolucionarios, que no podrán sostenerse si antes no hacen daño al pueblo, y que de seguro tarde o temprano tendrán que ir de rodillas ante el enemigo, nos vamos a diseminar los unos de los otros con el fin de reservar nuestras vidas para mejores tiempos, y desde hoy la Revolución, más que de armas, ha de ser de ideas justas y de gran liberación social… El pueblo, y más las futuras generaciones, no podrán vivir esclavos, y será entonces cuando de nueva cuenta nos pondremos en marcha, y aunque estemos lejos los unos de los otros no nos perderemos de vista, y llegado el momento nos volveremos a reunir. Guarden sus fusiles, cada quien donde lo pueda volver a tomar”.

 Rubén Jaramillo Méndez, 1918. 

Estas palabras fueron las que como imán me atrajeron leyendo al paso una noticia sobre el estado de Morelos, palabras que fueron pronunciadas a los rebeldes revolucionarios cuando se encontraron en desventaja ante la fuerza  armada de Venustiano Carranza y el gobierno norteamericano, durante el período de la Revolución Mexicana, entonces, en el tiempo se cuelan como eco en alguna parte y desde ahí, llegan a mí. 

De pronto aparecen  y me genera esa curiosidad que me arrebata; comienzo a escudriñar para saber quién fue ese Jaramillo, asesinado por el glorioso ejército Mexicano después de casi 50 años de lucha, donde el alma y las armas estaban en  la causa de la emancipación económica de los trabajadores.  

Imagino ese día que según cuentan, se necesitaron más de 60 militares para agarrarlo, frente a la calle de Mina número 14, en Taltinquenango, Guerrero. Así fue arrestado junto a su familia, con una orden dictada por Adolfo López Mateos el 23 de mayo de 1962, y después fueron acribillados en las ruinas de Xochicalco. El acto me obliga a cerrar los ojos y a contraer el cuerpo en símbolo de horror. 

“Los bajan a empujones, Jaramillo no se contiene: es un león de campo, este hombre de rostro surcado, bigote gris, ojos brillantes y maliciosos, boca firme, sombrero de petate, chamarra de mezclilla, se arroja contra la partida de asesinos; defiende a su mujer, a sus hijos, al niño por nacer; a culatazos lo derrumban, le saltan un ojo. Disparan las subametralladoras Thompson. Epifania se arroja contra los asesinos; le desgarran el rebozo, el vestido, la tiran sobre las piedras. Filemón los injuria; vuelven a disparar las submetralladoras y Filemón se dobla, cae junto a su madre encinta, sobre las piedras, aún vivo, le abren la boca, toman puños de tierra, le separan los dientes, le llenan la boca de tierra entre carcajadas. Ahora todo es más rápido: caen Ricardo y Enrique acribillados; las subametralladoras escupen sobre los cinco cuerpos acribillados. La partida espera el fin de los estertores. Se prolongan. Se acercan con las pistolas en la mano a las frentes de la mujer y los cuatro hombres. Disparan el tiro de gracia. Otra vez el silencio en Xochicalco.”

Texto con fragmentos publicados en Pensamientos Magonistas y Memoria Política de México 

Un hombre incómodo para algunos, político revolucionario, guerrillero y precursor de la lucha feminista. Aunque me llama la atención el abandono que sufrió su primera mujer,  que también se llamaba Epifanía, quien murió de abandono y desolación.  Si pudiera decir algo en descargo de él, puedo quizá pensar que para muchos la Revolución va primero, que los ideales se colocan dejando de lado todo lo demás aunque cueste trabajo entenderlo,  que vivir a salto de mata no es fácil y que ella, cómo cientos de miles de mujeres con sus hijos, han quedado a la deriva en circunstancias similares.  Pero de ellas no se habla, no llegan a los resúmenes de la historia y desde donde yo lo veo, al menos merecen ser mencionadas y su dolor puesto ahí como cuestionamiento para saber si valió la pena. 

Conocido por su dedicación a las demandas del pueblo campesino mexicano, nació en Zacualpan, Morelos, en 1900 y jugó un papel importante en el México posrevolucionario. 

Estableció un ingenio azucarero al que se le llamó Emiliano Zapata en Zacatepec, Morelos, donde se involucraron  miles de ejidatarios en la producción de caña de azúcar para mejorar su calidad de vida.

Participó en diversas iniciativas sociales y políticas. Organizó comités agrarios, luchó contra prácticas de explotación, como el acaparamiento de arroz buscando una vida más justa para los campesinos. Convertido por su primera mujer al metodismo, se volvió  un pastor protestante, proclive a tomar la palabra en toda ocasión y con frecuencia en sus discursos citaba la Biblia, la cual cargaba, paradójicamente, al igual que su pistola.

Amenazado, perseguido y con varios atentados contra su vida, se mantuvo firme en su misión.

Guajolote que se sale del corral, termina en mole. 

Sin duda el refrán hace mella en la memoria.

Mataron a Jaramillo,

el defensor de los pobres,

un montón de hijos de perra,

carabinas y uniformes.

Pa’ que aprendan campesinos

a confiar en la palabra,

oigan como la justicia

luego les voltea la espalda.

A los cinco Jaramillos

los llenaron de metralla,

ellos pidieron la tierra,

les dieron tiro de gracia…

Será que cuando uno se sale del huacal se juega la vida. 

Aunque los libros dicen que su legado perdura como un movimiento social principalmente agrario, concentrado en Morelos, Puebla y Guerrero, que aboga por los derechos de los campesinos y las comunidades marginadas, me quedo pensando si éste se va perdiendo de a poco, en un país que parece se desgaja lentamente.

Hoy con un total 8.8 millones  de mexicanos según cifras oficiales, que aún son considerados analfabetos. 

No soy fanática de los héroes pero sé que son necesarios, nos hacen falta para tener referencias, anclarnos desde ahí y poder tener pertenencia a algo. Hoy los héroes se nos desgajan, rara vez representan personas que demuestren habilidades, virtudes o coraje extraordinarios.

Este deseo de adorar o admirar a los demás es tan antiguo como los humanos. Queremos encontrar inspiración. Quizás busquemos motivación en nuestra propia vida al presenciar los logros de otra persona. Y en tiempos de incertidumbre y miedo, crece la necesidad de liderazgo. Todos queremos que alguien nos asegure que “todo estará bien”. 

Me cuesta verlos en lo cotidiano de una contemporaneidad que tiene grandes retos. Si miramos hacia atrás, a algunos de los primeros registros escritos de heroísmo, hay historias épicas, como la Odisea de Homero en el siglo VIII A.C. 

Los aspirantes a héroes de hoy, sin embargo, ni siquiera intentan encarnar la valentía, el trabajo duro o la perseverancia. Todo lo contrario. Sus objetivos son en su mayoría egoístas y sólo buscan engrandecerse, fácil y rápidamente. Al parecer, todo lo que necesitas son seguidores, likes en instagram, patrocinadores corporativos o mucho dinero.

Me hacen falta esos referentes que encuentro quizá, en algún periodista asesinado que como fuego fatuo, alcanza unas cuantas notas en los periódicos. Algún líder que se difumina mientras se lo traga el sistema o lo matan. 

Me hace falta un Jaramillo para creer que se puede, pero quizá también es verdad que al aniquilar la mirada de admiración, se guarda dentro una desolación que se conforma después, con unas migajas para no morir de inanición. 

Por DZ

Claudia Gómez

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