Shigenobu, llamada la emperatriz por sus enemigos, ha declarado en numerosas ocasiones que se arrepiente de los medios violentos utilizados para conseguir la revolución, pero no la causa que defendía
Durante más de 25 años burló a la policía de tres continentes. A finales del 2000, camuflageada con un atuendo de hombre y fumando un cigarrillo como si fuera una pipa, miró con desdén a la policía mientras fabricaba anillos de humo y como si fuera una película, delante de un hotel en Osaka le colocaron las esposas.
Así fue arrestada; tras salir del tren que llegaba a Tokio, los periodistas con sus cámaras filmaron sus manos levantadas con el pulgar hacia arriba y gritando: “¡Seguiré luchando!”.
En algunas fuentes oficiales se habla de que un tribunal de Tokio la condenó un jueves, a 20 años de prisión, los cargos de la fiscalía eran tres: el uso de pasaporte falso, la ayuda a otro miembro del Ejército Rojo japonés en la obtención de un pasaporte falso, y tentativa de homicidio por la planificación y el mando de la toma de rehenes en la embajada francesa en La Haya.
Ella se declaró culpable de los dos primeros, pero no de los de la crisis de los rehenes de 1974. En el veredicto final, el juez declaró que no había pruebas concluyentes de su participación en la ocupación armada de la embajada de Francia que acabó con dos policías heridos, pero la condenó por conspiración, el 8 de marzo de 2006.
El proceso no mencionó su participación con el FPLP de George Habash en el secuestro de un avión comercial de Corea del Norte en 1970, tampoco la masacre en el aeropuerto de Lod (hoy Ben Gurión) en Israel en 1972, donde murieron veintiséis personas e hirieron a setenta y ocho. Aludieron el desvío de otro avión comercial en 1973, los atentados contra la embajada estadounidense en Yakarta ese mismo año y otro atentado más, contra la de Francia en Holanda en 1974. Se decía que en 1975, fue responsable de la ocupación de la embajada de EE.UU. de Kuala Lumpur, reteniendo a más de 50 rehenes. Pero ninguno de estos cargos fue citado en el juicio.
El problema principal a la hora de analizar a un grupo armado como fue el Ejército Rojo Japonés, considerado terrorista por Occidente durante la Guerra Fría, es la escasez de fuentes bibliográficas.
En un Japón en ruinas, abrazado por la tutela americana tan sólo unas semanas después del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en 1945, nació una pequeñita. Era la tercera de cuatro hermanos de una familia humilde, que se dedicaba al comercio en Tokio. La pobreza la convirtió en blanco de burlas por parte de sus profesores y compañeros de clase, y así aprendió la dureza de la vida. Sin duda es difícil cuando se es pobre y más si se es mujer.
Los jóvenes nacidos en esos tiempos de la posguerra crecieron en la transformación, abrazados de las tinieblas de la insatisfacción. Luchaban por la pérdida de identidad y la búsqueda de responsables. Tejieron ideales que actúaron en ellos como una brújula moral, generando un sentido de pertenencia a algo.
Trabajando como empleada de una oficina de la compañía de salsa de soya Kikkoman, logró pagar las clases en la Universidad Meiji, donde se unió a los movimientos estudiantiles. Era la época de la guerra Vietnam y las calles se inundaban como en el resto del mundo de protestas antiguerra. Algunos de los más radicalizados se transformaron en un brazo paramilitar armado dispuesto al uso de la violencia para dar a conocer sus mensajes y así alcanzar sus objetivos. Se enlistó apenas pudo y llegó rápidamente a puestos de liderazgo.
Sin duda a uno lo va moldeando la cultura y las circunstancias en las que nace. En un país donde la sumisión femenina se ve aún hoy como un signo de identidad, es asombroso que haya sido precisamente una mujer, la fundadora de uno de los movimientos que más temor supuso para la época.
Fue en Líbano donde fundó el Ejército Rojo Japonés (Nihon Sekigun) en 1970, con el objetivo de llevar al extremo las demandas estudiantiles y de izquierda en su país. En la lista estaban el derrocamiento de la familia imperial, avanzar hacia una revolución proletaria y extender a nivel global este levantamiento desde sus orígenes. El Ejército Rojo Japonés defendió la vía armada para llevar a cabo sus metas revolucionarias. En territorio japonés, llevaron a cabo asaltos a bancos, así como lanzamientos de proyectiles y bombas incendiarias de creación casera contra edificios oficiales y de defensa del sistema.
“Es un llamado al pueblo japonés para que se rebele y utilice todos los medios disponibles para aplastar el sistema imperial”
Mientras era buscada por la Interpol, dio a luz a Mei, nacida el 1° de marzo de 1973, en Beirut. La niña fue acunada entre campos de refugiados libaneses, huyendo de persecuciones y atentados, siendo blanco posible del Mossad y con la melodía de las metrallas como canción de cuna. Con su madre prácticamente todo el tiempo ausente, Mei fue criada por otros miembros del movimiento japonés y camaradas libaneses.
“No puedo negar que mi madre estaba considerada como una terrorista en varios países occidentales. Si pudiera difundir la noticia de que había una causa justa en Oriente Medio y Palestina, mostraría que su lucha no era inútil.”
En su momento el objetivo era la revolución socialista mundial y el fin del capitalismo estadounidense. En Oriente Medio estableció contactos internacionales permaneciendo en la región durante más de 30 años. Siendo parte de la Solidaridad Revolucionaria Internacional junto con otras organizaciones comunistas de la década de los 70, se alió con los grupos palestinos que querían la destrucción de Israel, buscando el regreso de las tierras a los pueblos que habitaban el territorio. Así se unió al FPLP como voluntaria, pero al final el Ejército Rojo japonés se convirtió en un grupo independiente.
Shigenobu llamada la emperatriz por sus enemigos, menciona en varios de sus libros que “El propósito de la misión era consolidar la alianza revolucionaria internacional contra los imperialistas del mundo”. Ha declarado en numerosas ocasiones que se arrepiente de los medios violentos utilizados para conseguir la revolución, pero no la causa que defendía.
Su relato me deja pensativa, se va tejiendo con los retazos de otras semblanzas que van bordando un gran telar llamado vida. Sin duda ella como tantos, hicieron eco con sus creencias empuñando un fusil. Repudio la muerte y más cuando se intenta justificar a través de cualquier ideología, pero puedo entender cómo se gesta una mirada así, como se va amalgamando con las manos que mecen la cuna, con el suelo donde uno está, con la mirada que se hila el mundo y con todo lo que se encarna en dolor e injusticia.
Por DZ
Claudia Gómez
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