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C. María

Datos

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), sólo el 35% de las casas escrituradas en el país se encuentran a nombre de mujeres. Por lo que si están casadas por bienes separados, querer dejar una relación, implica tener que irse a pleito si es que cuenta con el recurso para pagarlo.

Distinción entre abandono del hogar y abandono de la familia: 

El abandono del hogar únicamente se refiere a dejar un lugar físico que durante la vigencia de la pareja ha sido el domicilio familiar.

El abandono de la familia conlleva la ruptura de los lazos domésticos habituales y cotidianos con el otro cónyuge, hijos, padres…etc. Sin embargo, para que ese hecho sea considerado delito  y poder presentar una denuncia por abandono de hogar, ha de darse un elemento básico y primordial, que es la situación de desamparo en que quede la otra persona.

Es un tema complejo y sensible que puede involucrar una amplia variedad de circunstancias y factores.

Una de tantas Historias

Era una familia de esas que los demás percibían como maravillosa, de las que generan envidia, de esas donde “aquí no pasa nada”. De las que lavaban sus trapitos sucios solas, por la creencia de que, “los trapitos sucios se lavan en casa”. Donde las mujeres se tatuaron en la boca la loca idea de que  “calladitas se ven más bonitas”.

Ella; siempre lista, sonriente, bien vestida, arreglada, los niños en orden, las tareas hechas y a tiempo de las ocho; bañados, dormidos, el lunch preparado y con la ropa lavada para el día siguiente. El cansancio no era permitido y un “vitaminate mi hijta” quedaba como una nata cubriendo el espacio, cuando de acompañar al marido a dónde este quisiera se trataba.

Un día María tomó un par de  cosas y se fue. Así dejó el espacio que compartió durante más de la mitad de su vida, y en ese momento se comenzó a tejer un sinfín de historias. 

Las palabras que generan escándalo se expanden como dulce en la boca, un polvorín entre “amigos”, y aunque ella habló con los suyos, éstos también, al tiempo, comenzaron a mirarla distinto, después del golpe, cuando las emociones comenzaron a ebullir y se vieron mezcladas con la opinión de los demás.

Socialmente se bordó más o menos así: “Ella se fue porque el dinero escaseaba y las mujeres solo buscan eso; quería tener experiencias nuevas; buscar cosas diferentes; liberarse; tenía un amante, es una desgraciada, una perra. La van a denunciar por abandono de hogar; que bueno ”. 

Así a medida que pasaron los días, fue entrando en el escaño de las mujeres malditas, de esas que entran dentro de la categoría de las que las casadas ya no invitan, porque no “vaya a ser”. Aparecen los dichos como parte de la retórica, acuérdate del “dime con quién andas y te diré quién eres”. Dejaron de invitarla, y si le llegó alguna invitación; le mandaron un solo boleto.

Por considerarlo contrario a la moral o a las convenciones sociales, algunas conductas que alimentan el escándalo nubla cualquier otra posibilidad, se lanzan etiquetas que como cuchillos generan expulsión.

Cuando ella partió, en su casa ya todos eran mayores de edad, pero se quedó  el más pequeño con el padre y fue ese al que le tocó acompañar el tiempo de la desolación junto él. 

Verlo destrozado, le obligó a  encontrar como acomodar el dolor que sentía, encontrar donde poner todas las emociones  que le tocó vivir junto a él. Así aparecieron las hebras del odio, de la rabia, como un bálsamo para amortiguarlo, y la depositaria de todo eso fue ella. Apareció una furia que se desbordaba en calificativos, en un juicio permanente y en un tono de voz castigador. 

Entonces desde ahí se fincó una postura que fue permeando en los demás de a poquitos como una mancha. 

Cuando la narrativa se vuelve lineal, no hay cabida para nada más, sobre todo si a ella se le colocó en el peldaño donde se depositan otras historias no resueltas, donde todo se mezcla volviéndolo un amasijo complejo. El dolor tiene tantas veces como anestésico  las emociones más fuertes, las que con su impulso nos evitan caernos.

Ahora ella toma en las fotografías el lugar del chivo expiatorio. Un término que proviene de antiguas prácticas religiosas judías y cristianas, en las que se cargaba simbólicamente a un macho cabrío con los pecados de la comunidad, y luego se le enviaba al desierto.

Siempre cabe la posibilidad de que por detrás de lo que se cuenta, exista algo más.  Pero en el caso de María eso ya no importó. 

Socialmente lo aceptable es que sean ellos los que se vayan, dejan a la mujer por otra en muchos de los casos y el relato cae en etiquetas de “pobrecita” y en él, “así son todos los hombres”. 

Pero si trata de la mujer entonces “se volvió loca, se metió en una secta, está enferma, es una zorra” acompaña las charlas en los cafés y caen en ese submundo de los expulsados, junto a los drogadictos, las prostitutas y la escoria de la sociedad.

Si acaso fueron  esposas o madres amorosas ya no se recuerda, sólo subsiste el desierto de su partida y con ello la crónica que queda inscrita para contar.

Quizá valdría la pena escuchar lo que ella tendría que contar y entonces se podría tomar una postura menos inquisitorial, podría matizarse, habrían nuevos elementos  y la memoria lo guardaría con un sesgo más amoroso. 

Pero hoy ya no importa, con el tiempo, cuando ninguno exista en la historia familiar, su nombre desaparecerá, como se borran los parientes incómodos, así como desaparecen los que nos avergüenzan, nos humillan y nos dejan un dolor difícil de acomodar. 

Por DZ

Claudia Gómez

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