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Belchite
Belchite. Foto de publico.es.

Con sus calles silenciosas, edificios en ruinas y restos de casas donde alguna vez nacieron y jugaron niños, la mente viaja encontrando los lugares de trabajo abandonados sirviendo de recuerdo fantasmagórico, de la aberrante violencia que presenciaron.

Las ruinas se convirtieron en símbolo de la sinrazón bélica, mientras la dictadura ordenó conservarlas intactas como una presea de la gloria de una victoria, marcada por la muerte de más de cinco mil seres humanos en dos semanas.

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Voluntarios de las Brigadas Internacionales sobre un carro de combate T-26B durante la batalla de Belchite. Foto: WikiCommons.

Aunque mis pies nunca han tocado este suelo, si he estado en Zaragoza y he recorrido sus carreteras hasta los Pirineos, por lo que ayuda a mis sentidos a viajar por la red a 50 kilómetros de la capital aragonesa. Me barnizo de los colores ocre de las fotografías viejas que encuentro y se convierten en el catalizador para que la materia de mi cuerpo viaje ahora ochenta y seis años hacia atrás, encontrándose con los olores a campo, el mugido de las vacas y las ovejas y voy sintiendo la brisa en la piel. En verdad es que me parece que estuviera ahí.

Hay una perspectiva inquietante de la vida que alguna vez hubo en esta comunidad, que deja un halo en el silencio perturbando los sentidos, así la columna se me rectifica, los músculos se me tensionan, seguidos de una sensación en la piel dejándola helada, y es que el dolor se queda impregnado en las piedras como si en ellas quedara la memoria de lo que acontece.

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Belchite. Foto: la pequeña Rusia” publico.es

En Belchite el calendario marca el año de 1936, cuenta con 3812 habitantes más varios miles más, entre 3000 y 7000 según algunas fuentes de combatientes sublevados. Así lugareños y agregados amanecieron con miedo, el día que comenzó la brutal batalla. Era una comunidad bien fortificada y en las miras de las fuerzas franquistas en el frente de Aragón. El 24 de Agosto comenzaron los primeros combates, las brigadas 32, 117 y 131 tomaron la estación del ferrocarril al día siguiente, y en forma de tenaza rodeando a la población el día 26, quedó completamente cercada.
Parapetados en varios nidos de ametralladoras, los sublevados tomaron los edificios e instalaron su dispositivo, colocando sacos de arena como barricadas, buscando así detener a las fuerzas republicanas. Pero no fue suficiente, arremetieron con saña, no podían permitirse perder tiempo.

Los duros combates callejeros, marcados por la sangre que se escurría en las calientes calles del verano, dejaron la huella del silencio que acompaña el impasse entre una ráfaga de balas y otra.
A medida de la intensidad de la lucha, les cortaron el agua, los suministros médicos y de alimento. Mientras, las tropas sublevadas formadas por falangistas y guardia civil, iban pueblo por pueblo deponiendo a los ayuntamientos del Frente Popular y, se llevaban detenidos a los cargos electos de izquierdas y simpatizantes.

El alcalde Mariano Castillo al ver la derrota inminente, decide quitarse la vida mientras a su hermano y mujer los “pasearon” asesinándolos junto con campesinos y jornaleros. Pero la barbarie no terminó ahí, el nuevo alcalde de nombre Vivtorian Lafoz y el de La Puebla de Albortón llamado Benedi, al oponerse a los fusilamientos, recibieron la misma suerte y se sumaron a la pila de cadáveres, donde yacían también los cuerpos de maestros, políticos, mujeres y niños.
Una vez terminados los catorce días de la brutal batalla, en un campo de concentración llamado “la pequeña Rusia”, llevaron a un millar de presos políticos, y a los miembros de familias locales señaladas como izquierdistas que sobrevivieron a la represión. Hacinados en los barracones, mal vivieron durante algunos años. Al ser liberados levantaron cerca del lugar, casas e iglesia y, sería el asentamiento inaugurado en 1954. Hoy hay 1.559 empadronados.

“Yo os juro que acabada la guerra; sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par”. Dijo el dictador en su momento, pero ocurrió lo contrario: el anuncio de reconstrucción mutó en una prohibición de reconstruir, dejando el lugar como presea y quedaron en pie, el cementerio, la puerta de la villa y un santuario.

Mientras repaso lo sucedido, voy caminando en paso lento, toco los muros y veo como en todos y cada uno se aprecian los impactos de bala, así como los daños producidos por los bombardeos.

Como soy un pedazo de mi imaginación puesto ahí, de pronto me percibo igual que sus fantasmagóricas calles. Se alza frente a mi lo que era una iglesia, sin techo, con agujeros profundos en los pocos muros que quedan, producidos tras los impactos de morteros y, percibo el eco de la frenética lucha.

El dolor que permuta en el espacio, se erige como un museo realista al aire libre de lo que es una guerra, las ecofonías de gritos que se escuchan cuando el viento se arremolina levantando el polvo, son recuerdo de los días de lucha, que deberían servir de manera directa, para recuperar la memoria y aprender a lo que nunca jamás se debe volver.

Mientras regreso a mi escritorio con la piel llena de tierra y, ese olor a chamuscado que no distingue el de la pólvora o el de carne quemada, siento un dolor en el alma que desgarra mi día, mientras veo los avances de la guerra en Ucrania, que según Naciones Unidas, ha dejado al día de hoy la muerte de 4074 civiles, 4826 heridos y entre los fallecidos 262 niños. Se habla de 29,200 soldados rusos muertos y, no encuentro la cifra de los soldados Ucranianos.

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Belchite. Foto: elhorizonte.com Guerra en Ucrania

Será que los cementerios que dejemos para los que siguen, vayan poco a poco permeando en la conciencia y, vayamos encontrando otras formas más amorosas de relacionarnos, será que encontremos un camino para vivir en paz.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195