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Doña Teresa Hernández Cañedo

Esta misiva va teñida en sangre de mal severo, recuerda con amor a tu hija amante. Este encierro el mal agrava y mi amor aflige; te pido padre de mi alma, remedio y que esta misiva te alcance.

Escribir es cruzar el umbral de lo posible. Es un arte en solitario que teje con los hilos de una percepción personal que atraviesa la experiencia, mientras vamos aprendiendo. En los cuadernos, las letras revientan notas que enfebrecidas con la emoción, generan una alquimia para comunicar algo. En algún lugar, se genera una fuerza que pugna por nacer en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Entonces esa fuerza, invade mis sueños y los espacios sinuosos de mi reservorio creativo, van cobrando vida en forma de un relato.

La imaginación y la épica han maquillado la historia, engullimos el contenido creyendo aquello que a lo largo de nuestra vida nos han enseñado, lo que hemos aprendido en los libros de texto, las obras de arte o el cine; sin cuestionarlo o ponerlo en duda,  a esto se le ha descrito como un demonio que cobra vida en forma de introyectos. Es una limitante que genera una obediencia en la interacción  con los sistemas relacionales en cada ser humano. Y un adiestramiento que pasa de siglo en siglo.

Así se abre paso entre mis dedos Doña Teresa Hernández Cañedo. Se tiñe el espacio de la fuerza del siglo XVIII y se abre el cielo azul lleno de nubes blancas por encima del convento de Santa Isabel de Salamanca.

Teresa:

Te escribo con la pluma de tres siglos por delante, donde las palabras se han mezclado con las lenguas de otros lados. Una mezcla que genera un estilo ecléctico que borda quizá a tus ojos, una forma burda de un lenguaje a medias.

 Quizá encuentres la manera de dejarme la contestación a mi misiva, al fondo de la chimenea de mi cuarto. Será que se pueda comenzar una conversación a estrofas desde tu tiempo hasta el mío, donde intento descifrarte para que tu voz se escuche en el tiempo.

Encontré que tu padre un barbero-cirujano de familia numerosa te ingresó en el monasterio. Entiendo que estabas enamorada, por los que ingresaste en contra de tus deseos. Te imagino adoptando la vida conventual sin más remedio, con los ojos hinchados de tanto llorar. 

Según lo que he leído tu espíritu rebelde e indomable te llevó a dejar patente tu absoluta disconformidad y que emprendiste varios intentos de que te sacaran, sin éxito. Imagino las cartas que escribías a las autoridades y a tu padre. Por demás recalcar el desconsuelo al recibir el rechazo o contestación alguna. Debió de ser frustrante levantarte cada día y estar en un lugar que te aprisionaba.

En la vida cotidiana, al albor de cada día lo acompañaban las quejas  de tu comportamiento anómalo, dejaba un mal sabor de boca en la vida claustral, enloquecidas las monjas te procuraban castigos que no cedían a tu voluntad férrea, que era infranqueable. Así tu nombre hacía eco en los pasillos de piedra labrada.

Vestidas de seglar a escondidas en tu propia celda,  adornarnada con pendientes. Tu pelo largo lo peinabas como las mujeres extramuros, generando “escándalo” como se te recriminaba. Te veo agarrada de los brazos mientras te lo cortaban a mechones, dejándote calva por un tiempo. 

¿Cuántas horas gastaste en imaginar tus huidas? ¿Qué recursos tenías para salir corriendo dejando los muros atrás? Puedo imaginar la sensación de frustración en la boca del estómago, cada vez que te atrapaban antes o después de intentarlo, una y otra vez. El odio acrecentando tu mirada, a tus verdugos incansables.

Sin duda creaste un ambiente encarnado en el seno de la institución donde los rezos adornaban los muros. Dejaste el nombre del Obispo con tintes débiles y se vio obligado a trasladarse a otro convento en la villa de Alba de Tormes. Pero cómo intentaste en huir una y otra vez, decidió regresarte a tu institución de origen bajo duras condiciones.

¿Cómo habrán sido esos largos periodos de prisión conventual? tu actitud te dejó encerrada en una celda apartada de tus pertenencias, sometida a ayunos obligados y a no ver a nadie. Poco te visitaban tus padres y hermanos, pues no era fácil desplazarse desde Ledesma con asiduidad.

Tu rebeldía exacerbba tanto a la madre superiora, que incluso te fue limitada la asistencia a los actos litúrgicos.

A pesar de tu aislamiento, discurriste el modo de hacer llegar tus cartas al exterior mediante contactos internos para dar a conocer tu situación e intentar lograr anular tu profesión. Buscabas conseguir tu exclaustración. Los momentos de encierro y vigilancia sirvieron incluso para despertar tu ingenio, creando posibilidades para comunicarte hacia afuera.

A través de un sistema basado en una escritura cifrada por trasposición, es decir, dando a cada letra el valor de otra, y mediante agrio de limón, hacías visible la tinta borrada con él por calentamiento, así trataste de dar a conocer tu estado lastimoso a tu padre y a las más elevadas autoridades eclesiásticas.

Siendo niña aprendiste música en la localidad de tu nacimiento, Ledesma. Con sus veranos calurosos y secos e inviernos largos y fríos. La tierra con multitud de rocas hacía de sus campos una escasa rentabilidad para la labranza, así que había suficiente solo para vacas y ovejas blancas.

Y es este suelo el que abrazo tus primeras notas,  mientras uno de los sacerdotes de la iglesia mayor ledesmina,  te instruía. Así también en la urbe salmantina de manos de los maestros de capilla de la Catedral, las notas iban cobrando maestranza mientras los acordes revoloteaban entre tus dedos. 

A las niñas como tú con ese oficio, se les admitía en los monasterios, sin pagar la dote exigida. Pues la música estaba altamente apreciada y tan valorada que  incluso recibían una renta anual. Y fue este oficio que permitió que salieras de vez en cuando a tocar el órgano para el Obispo, que sentando con su gran barriga, asentía mientras tocabas música sacra. 

Me despido querida, con la intención de escucharte de vuelta, con la sensación de que quizá lo hagas en partituras de la música que en tu mente revoloteaba en las largas horas de silencio. Yo me quedo a la espera de tu respuesta, mientras encuentro que contarte de esta época y su vertiginoso afán. 

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195