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¿Cuál es tu lugar en mundo?

“¿Cual es tu lugar en mundo?” preguntaba la abuela cuando éramos muy pequeñitos. Clara decía que el suyo era el de ser mamá, Alba Lucía decía que ella sería abogada. Luis Fernando comerciante, pero yo, bajaba la mirada y avergonzada guardaba silencio; no sabia cual era mi lugar.

Mi imaginación desborda no tenia cabida en un mundo que castiga al que cree que puede encarnar a otros seres, aquel que escucha los árboles cantar o alcanza a ver colores que hablan de tristeza o de euforia, mientras los pispirispis danzan en el atardecer.

Cómo explicar lo que se vive por dentro cuando se puede emular un espacio, atravesar el tiempo e imaginar que se puede estar en otra época y escuchar con atención el bramar de un toro azul, que mide más de diez metros.

Acaso sentir que se vuela, o que puede uno hablar con los animales no tiene cabida en un mundo tangente, que se vuelve aburrido y genera tanto hastío.

No, en verdad que no había mucho espacio para mi mundo mágico, cargado de emociones difíciles de explicar. El mundo que me rodeaba entonces, que parece no ha cambiado mucho en ese sentido, solo usa palabras que han perdido la magia, y se han llenado de cifras, encuestas, de formas de dominar y pensar que solo el dinero nos hace sentirnos plenos.

La abuela miró mi cara triste y con su bella sonrisa calmó mi ansiedad. Tomó aire y mirando a lo lejos comenzó a narrar con su serena voz.

“Del otro lado del mundo ahí donde los ojos que habitan son rasgados, se cuenta de un pequeño guerrero que saludando al sol, comenzaba el día con la ardua tarea de preparase para ser como su padre y su abuelo el general. No tenía un cuerpo musculoso como el de ellos, era flaco y desgarbado. Demasiado torpe y por más ganas que ponía, al final solo quedaba en el ambiente un halo de profunda frustración en cada uno de sus maestros, que con tanto ahínco intentaban volverlo un gran guerrero.

La exigencia tan profusa que instigaban sobre él, era agotadora. Sin duda jamás sería un gran guerrero. El peso de honrar el lugar que le habían impuesto en el mundo, era tan duro, que nadie entendía porque siempre estaba sonriendo. No hacía sentido, las arduas horas de entrenamiento desperdiciado, terminando cada día extenuado pero con un buen humor que creaba curiosidad en todo aquel que lo conocía.

Y es que Akemi tenia una pasión por dibujar el paisaje rocoso que delimitaba la tierra con el mar. En las tardes coloreaba el vuelo en picada, ese momento certero de las gaviotas al cazar. La armonía de sus dedos sobre el pincel, plasmaban el viento mientras se movía en el pastizal. Palpaba a pinceladas, acariciando el papel, la fuerza del momento en que las olas se estrellaban contra las piedras en la playa. Volvía mágica esta exhibición de vida, a veces tan pobremente asumida. Veía la grandeza en la hojarasca desprendida de los arboles en otoño, pintando su altiva desnudez, regalándole al suelo en este acto de impudicia, un tapete acolchonado de nutrientes a la tierra dando alimento a las demás especies a su alrededor.

Cada vez que lograba captar la magia que se desprendía en cada respiración, en cada latido de su corazón, se sentía pleno. ¡Esa era la razón por la que se levantaba cada día.! Akami había encontrado entre sus valores, lo que más le gustaba hacer y resulto que además era muy bueno; ese era su IKIGAI.

Este no estaba vinculado a las acciones que se veía obligado a llevar a cabo, pues estas no le gustaban, pero descubrió esta necesidad que se anidaba en un lugar profundo que le permitía tener esta afición natural y espontánea. Una que
encarnaba la felicidad de vivir.

En sus dibujos se fue descubriendo, el paso de la sedosa caricia de las cerdas sobre la hoja de papel, fue develando su mente abierta para comprender, fue sintiendo los latidos de su corazón dispuesto a interpretar la belleza.

Miro sus manos extendidas para ayudar, su espíritu noble lo invitaba a agradecer y entonces su alma sin restricciones le abrió la puerta para amar. Y esa era la fuerza con la que impulsaba sus labios al sonreír.

Un día el padre lo llamó a su lado -hijo mío, he visto tu obediencia, he observado tu coraje y contemplo lo que pintar hace en ti. Tú talento plasma la naturaleza misma. He hablado con tu abuelo y hemos decidido dejarte hacer lo que más te gusta. –

Desde ese día, partía temprano con sus pinceles al mar y ahí dibujó cientos de lienzos que hoy visten las paredes del Museo Nacional de Arte en Osaka. La Paz que transmiten sus obras fue el producto de haber encontrado su IKIGAI a tan temprana edad…”

La abuela buscó mi mirada “¿Cuál es tu pasión, lo que se te da bien, lo que hace que te levantes todas las mañanas? ¿Cuál es tu IKIGAI?”

Entonces no pude contestar, pero tenía esta certeza, solo entendía que mi pasión era distinta a la de todos los demás y eso me avergonzaba. Yo no tenia un entorno tan comprensivo, se esperaba de mi que fuera pianista, físico matemática o filósofa.

Qué difícil llenar esos zapatos llamados expectativa, que duro es sentir en la piel el filo de la desilusión en la mirada de los otros. Así que aprendí a obedecer; piano, pintura, natación. Cumplí cada tarea, me volví eso esperado y entonces el sentido de pertenencia me abrazaba y sentía que estaba contenta. Pero en los ratos de soledad ahí donde nadie podía accesar, volaba con alas de halcón mientras observaba el planeta desde lo alto. He de ser bipolar o quizá esquizofrénica pensaba, porque ahí; del otro lado de la realidad sentía un gozo inimaginable, me desdoblaba en este mundo donde las emociones me embriagaban y alguna vez pensé que esto era una adicción como la que tienen otros a sustancias que los hace vivir en un mundo alterado.

Años después, al ritmo de mis dedos, esbozo las historias que brotan de un pozo que tengo en mi interior, ahí se gestan los personajes que cambio de continente, les coloco nombres que me inspiran y cobran forma en mi peculiar manera de mirar el mundo.

Escribir es mi IKIGAI y me vuelco a su impulso sin reparo, es el arma con la que enfrento la cotidianidad, el escudo con el que comparto mis ideas y la motivación con la que intento provocar. Es ahí donde siento que honro el espacio que ocupo, y desde ese lugar sagrado agradezco a todos aquellos que me inspiraran para entrar en el mundo de escribir, este arte en solitario que inunda el espacio de bellos escenarios, donde mis historias y sus personajes cobran vida.

Será que la abuela me observa desde lejos, será que sonríe mientras hundo los dedos en el teclado.

DZ