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Lirolay
Lirolay. Foto: Facebook.

Me cuesta creer que soy yo quien busca sobre algo para escribir, tenía ya un escrito sobre Juan “sin tierra” cuando la luz apagó mi maquina y sin entender porqué, las 6 hojas desaparecieron de la computadora. Así sin más, de pronto apareció un cuento que había trabajado al menos hace 10 años y que ya no recordaba. Haciendo caso al mandato, lo desenterré y lo comencé a deshilar de nuevo. Terminado me ha quedado la sensación de que una fuerza mayor a mi comprensión, impulsa mis dedos para poderlo enviarlo para su publicación.

Sí, nos hacen falta los cuentos, han ido desapareciendo del consciente colectivo dejando un vacío que toman los videojuegos, Facebook, Instagram y otros tantos entretenimientos que dejan a veces tampoco. Nos hace falta amar la historias, creérnosla y hacerlas nuestras. Ahí radica la magia de este mundo que va olvidándose al paso de la modernidad. Vamos desperdiciando su riqueza que va más allá de su enseñanza, estimulando la imaginación y la creatividad, enriqueciendo la expresión oral y la comprensión. Así vamos dejando de lado una herramienta que ejercita la memoria, generando un aprendizaje de valores que tocan el amor, creando espacios de diálogo alimentando la afectividad.

Esta historia va así:

Contaban los viejos que antes nadie sumaba el tiempo, porque este no era una medida de nada, si no una forma de sorprenderse cada día cuando el sol se asomaba nuevamente en cada amanecer. Observaban el cambio de las estaciones y sabían re calcular cuándo había que sembrar, cuando era tiempo de segar y cuando tocaba descansar.

Lirolay - lirolay-2
Lirolay. Foto: Cuéntame un Cuento/ blog

Entonces existía una flor de color rojo encendido, esta florecía a la medianoche y al abrir sus sedosos pétalos dejaba ver una perla que resplandecía con una luz hermosa que iluminaba la negra noche.

Era una flor milagrosa que llevaba el nombre de Lirolay. Sólo los que tenían un corazón puro y los que siempre pensaban en el bien de los demás, podían mirarla, tocarla y gozar de su extraordinaria magia de sanación.

Era esa tierra andina antes de que llegaran los españoles poblada con un pueblo extraordinario, qué como todo asentamiento de seres humanos, contaba con los ingredientes de la envidia, el odio, el rencor y de la trampa aunque a veces queramos mitificar la idea de que en algún lugar del mundo, las personas viven felices para siempre.

El rey Asportuma, gobernaba en el vasto territorio de los incas, y sus reinos se extendían por montañas y llanuras, acariciando el mar.

Un hombre caritativo, buen líder pero ahora pasaba los días lleno de tristeza. Había perdido la luz de sus ojos, no podía ver lo que hacía su pueblo, ni contemplar el paisaje hermoso donde la Pachamama lo arropaba con sus hermosos colores.

Un día apareció un anciano del pueblo de los Queros que vivía en lo que hoy se llama Perú y traía un secreto para regresarle la vista del rey. Con el Don de lenguas que tenía, comunicó con certeza:
“Majestad, hay una flor milagrosa que lleva por nombre el de Lirolay, es templo de sanación y difícil de encontrar. Sólo la ven las personas buenas y generosas pero si la traen, regresará la luz a sus ojos enfermos. Aquí está el mapa donde en el espesor de la selva podrán encontrarla.”

El rey prometió la corona a aquél de sus hijos que la encontrara él siempre pensó que su estirpe era buena y justa. Los tres salieron temprano justo con los primeros rayos de sol, en busca de la flor.

Se dirigieron a las altas montañas, cruzaron un desierto lleno de piedras y en la lejanía los picos de hielo. Al llegar a las llanuras resolvieron separarse, tomando cada uno un camino distinto, y quedaron en que volverían a encontrarse cuando la luna estuviera llena por tercera vez.

El mayor llegó tiempo después a un país que se llamaba Jujuy, pero nadie pudo darle razón, con sus ínfulas de grandeza no preguntaba, exigía le dieran razón. Y así ́ pasaron los meses hasta que el príncipe decidió regresar.
El segundo había llegado a un territorio que se llamaba Tucumán. Nadie le respondía, quizá porque tenía una manera orgullosa y altanera de preguntar a la gente humilde del lugar. En eso se parecía mucho a su hermano mayor, que ya se creía rey. Así que este príncipe también se cansó, y decidió regresar.

El más joven llegó a un lugar llamado Salta. Este muchacho era distinto de sus hermanos; sonreía y sabía hablar con la gente humilde.

Pero, por más que buscaba, no daba con el lugar donde la bella flor estaba. Un día ahí donde la selva abría su paso, una anciana le habló de un altar a la Pachamama escondido entre grandes piedras en la selva.

Camino muchos días hasta que el muchacho encontró el sitio y colocó encima de las piedras todo lo que llevaba: sus panes de maíz, las hojas de coca que lo habían mantenido con vida y finalmente, el poncho de lana de llama que lo había abrigado. Se colocó de rodillas comenzando un ritual tal como se lo indicó la vieja anciana y se puso a orar. Cayendo en un profundo sueño.

Se apareció, una mujer morena de extraña belleza, su piel brillosa la hacía ver de descendencia celestial. Estaba llena de vida, con ojos oscuros como la obsidiana risueños y con una blanca sonrisa.

“Sigue por este camino y penetra más y más en la selva, (esa que hoy lleva el nombre de Selva Misionera). No pienses en otra cosa, cuidado con las tentaciones que se abran en el camino y repítete en todo momento que tienes que llevarle a tu padre la flor del Lirolay. No podrás dormir durante todos estos días, porque sólo a la medianoche, cuando la flor esté abriendo sus hermosos pétalos, lograras verla.” Cuando despertó, no había nadie, la bella dama había desaparecido.

No le fue fácil penetrar en aquella selva. Tuvo que luchar contra las enredaderas y la vegetación que le cerraban el paso. Lo visitaron muchas tentaciones en forma de mujeres desnudas de piel dorada que lo invitaban a quedarse, pero él tenía una meta clara y a cada bella mujer le decía “perdóname pero yo voy por la flor de liloray,” continuó librando la batallas en cada tentación con la mirada puesta en sanar a su padre, sin darse por vencido.

Cansado se sentó a descansar en la mitad de la noche tibia, el cielo oscuro se iluminaba solo de las estrellas y mirando hacia a un lado una luz brillante que salía de una flor de pétalos rojos llamó su atención. Con manos temblorosas la tomó y vio que ahora ella lo guiaba, y que el camino de regreso se le abría sin tener que hacer ningún esfuerzo.

Llegó a la llanura donde sus hermanos lo estaban esperando, cuando por fin llegó al sitio en donde se habían separado, cuatro meses antes; no se alegraron cuando lo vieron. Era ridículo que el más joven hubiera encontrado la flor.

Así decidieron quitarsela para llevársela a su padre, y dividir el reino entre ellos, siempre que lograrán deshacerse del hermano menor. Una noche, después de pasar el alto de la cordillera, y habiendo acampado a orillas de un río, lo agarraron mientras dormía y lo echaron de lo alto al agua que corría río abajo.

Tomaron la flor, se la llevaron al padre y la colocaron sobre su rostro, haciéndole recobrar la vista. El rey les dio las gracias a sus hijos mayores, pero no podía ocultar la pena que sentía por la pérdida del hijo menor. Los mayores le habían dicho que lo habían perdido de vista al bajar la cordillera.

El precio que había pagado por recobrar su salud había sido demasiado caro. Pero resulta que las aguas del río lo habían arrastrado hasta una laguna llena de cañas que se mecían con el viento, Pachamama lo enterró poniéndolo a dormir De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.

Pasó por allí un pastor que venía a cortar una caña para hacer una flauta. Cual no seria su asombro cuando, al empezar a modular, escuchó una voz que cantaba:

No me toques, pastorcito, ni me dejes de tocar.

Mis hermanos me mataron por la flor del Lirolay.

El pastor que había escuchado sobre la desaparición del hijo del rey, metió la flauta debajo del poncho y se encaminó al palacio. Los guardias lo dejaron pasar cuando les dijo que tenía noticias del príncipe. Se arrodilló ante el rey y le dio la flauta para que la hiciera sonar.

-No me toques, padre mío, ni me dejes de tocar.

Mis hermanos me mataron por la flor del lirolay.-

Cuando el rey escuchó la voz de su hijo y supo lo que había pasado, llamó a sus hijos mayores y los obligó a tocar la flauta.

-No me toquen, hermanitos, ni me dejen de tocar, porque ustedes me mataron por la flor del lirolay.-

Cuando la flauta dejó de sonar, los hermanos avergonzados confesaron lo que habían hecho. De inmediato el rey pidió al pastor lo llevara a donde había cortado la caña y al anochecer encontraron al príncipe, lleno de tierra y raíces todavía respiraba, pero tenía los ojos cerrados.

Entonces el rey le puso la flor milagrosa en el rostro, y su hijo recobró la vida. Se levantó y abrazó a su padre.

No recordaba lo que había pasado y lloró al verlo completamente sano. Una vez en palacio, contó sus aventuras. Nadie se dio cuenta de que los hermanos mayores habían desaparecido. El padre y el hijo pasaron toda la noche juntos, y cuando empezó a aclarar se acordaron que no habían traído la flor del Lirolay.

Volvieron al sitio donde el rey se la había puesto al príncipe en la cara, pero no pudieron encontrarla. Tampoco volvieron a oír de los príncipes hermanos.

Nadie sabe si ellos se llevaron la flor cuando huyeron del reino o si lograron atravesar la cordillera, pues el invierno estaba por empezar. Nadie lo pudo explicar y quizá jamás se sabrá.

Pero el rey Asportuma y su hijo menor vivieron felices durante muchos, muchos años, y cuando el príncipe después de la muerte de su padre, se convirtió en rey, gobernó con bondad y sabiduría, como lo había aprendido de su padre.

Esta es una leyenda del norte argentino, ahí hasta donde el imperio Inca cubrió el territorio con sus hermosos pasos, una historia conocida en la región norteña, en la región andina y en la región central.

.En Salta se lo llama “la flor lirolay”; en Jujuy “La flor del ilolay”; en Tucumán “La flor dl lirolá y también “del lilolá” y en Córdoba, La Rioja y San Luis “La flor de la Deidad”.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195