
Siempre se me atraviesan seres de los que puedo aprender, y una película me recordó lo afortunada que soy, de estar cerca de alguien que me llena la vida de grandeza
La enfermedad ha sido abordada con un sesgo de precariedad y de exclusión. Quienes atraviesan cualquier tipo de afectación física o mental, se enfrentan a la mirada compasiva o a la carga que infiere a quienes están sanos, lo que puede resultar en un trato desigual. Esto provoca en tantos casos, que se les aparte por pensar que no son capaces, o ya no son productivos.
Una estigmatización que apuntala a una percepción negativa que puede resultar en el aislamiento social y la exclusión de tantas personas. La sociedad a menudo asocia ciertas condiciones con debilidad. Quizá lo más doloroso está enfrascado en la soledad, lo que puede agravar su situación y contribuir a duras depresiones.
Hoy la vida se ha visto influenciada por una lógica de eficiencia, donde se prioriza el retorno financiero. Dando como resultado una desatención de enfermedades crónicas y no transmisibles, que requieren un enfoque más integral y sostenido, donde la salud pública se debería enfocar además en la prevención y el bienestar comunitario. A pesar de los avances tecnológicos y médicos, la desigualdad en el acceso a la atención sigue siendo un problema crítico.
Yo he tenido la suerte de acompañar los últimos cuatro años de mi vida a un ser extraordinario, que me ha enseñado a mirar con otros ojos la enfermedad; la mayor parte de quien se encuentra atravesando algún tipo de afección, tiene mucho que dar, mucho que aportar y mucho que enseñar. La idea de minusvalía queda matizada cuando uno tiene la oportunidad de aprender de quien la vida lo ha limitado en algunas áreas, pero el corazón y la fortaleza lo ha impulsado para seguir adelante.
Siempre se me atraviesan seres de los que puedo aprender, y una película me recordó lo afortunada que soy, de estar cerca de alguien que me llena la vida de grandeza.
La pantalla grande en estos días me llenó el alma, pues puso en mi horizonte a la madre Francisca Cabrini, un ser extraordinario que se sobrepuso a una salud precaria creando un “imperio” de caridad, que ha sido comparado en magnitud, con los imperios construidos por magnates como los Rockefeller o los Vanderbilt.
En una época de grandes migraciones su vida palpita en el seno de una sociedad que a ratos parecía desmoronarse. Es Italia, corre mediados del siglo XIX.
Con la mirada en China, Maria Francisca Cabrini, soñaba desde muy niña, en atravesar el mar para irse de misionera. Vestía de religiosas a sus muñecas, construía barquitos de papel y los echaba al río, donde les colocaba violetas que representaban a quienes se iban a tierras lejanas a evangelizar.
Era la treceava de una familia de agricultores católicos que enfrentó la muerte temprana de siete de sus hijos, además de padecer ella desde muy pequeña de una salud muy precaria. Eso sumado a un accidente donde casi pierde la vida ahogada. Seguramente la fe que profesaban sus padres los sostuvo ante tanta dificultad. Sin duda, cuando nuestras creencias nos sostienen, la vida se vuelve un lugar menos difícil.

Rosa, una de sus hermanas se encargó de su educación ya que era maestra. De ella aprendió que en China no había caramelos, así que dejó de comerlos para irse acostumbrando a la vida de precariedades que sabía que tendría, cuando finalmente pudiera cumplir su sueño. Sus padres querían que fuera maestra de escuela, y la enviaron a estudiar con las religiosas en Arluno, terminando sus estudios a los 18 años. En 1870, en una época en la que las tasas de mortalidad eran altas debido a enfermedades y condiciones de vida, murieron sus padres ¿de qué?, no encontré nada de información al respecto.
Durante los dos años siguientes, vivió con su hermana Rosa. Intentó ingresar en la congregación en la que había hecho sus estudios; pero no fue admitida debido a su mala salud.
Intentó en otra, y nuevamente fue rechazada por la misma razón. Don Serrati, el sacerdote en cuya escuela enseñaba Francisca, estaba a cargo de un pequeño orfanato junto a su parroquia. La Casa de la Providencia estaba en pésimas condiciones, a cargo de Antonia Tondini y otras dos mujeres que no se daban abasto con la dura administración, o no eran lo suficientemente competentes para hacerlo.
Serrati invitó a Francisca a ayudar en esa institución y a fundar ahí una congregación benedictina sin mucha suerte, pues Antonia Tondini se dedicó a obstaculizar su trabajo, generando al tiempo un cierre de las actividades del orfanato. Dejándola aun lado fundó con sus compañeras la comunidad de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, inspirada en San Francisco Javier que había sido misionero.
Cuando hizo sus votos religiosos en 1877, lo hizo con siete de sus hermanas religiosas y el obispo la nombró superiora.
En Codogno, situada en la provincia de Lodi en la región de Lombardía al norte de Italia, había un antiguo convento franciscano, vacío y olvidado. Se trasladó allí con sus fieles compañeras. En cuanto la comunidad quedó establecida, se dedicó a redactar las reglas. El fin principal de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón era la educación de las jóvenes. Ese mismo año el obispo de Lodi aprobó las constituciones. Dos años más tarde, se inauguró la primera filial en Gruello, a la que siguió pronto la casa de Milán y otras más.
La idea de irse a China nunca la abandonó, así que visitó al Papa pero León XIII le dijo: “No al oriente sino al occidente”. Así, se embarcó obediente como debía serlo y sobreponiéndose al miedo al agua debido a su accidente de niña, desembarcó en Nueva York el 31 de marzo de 1889.
Las calles de los barrios bajos estaban llenas de pobres, unos 50,000 italianos, además de los polacos, ucranios, checos, croatas y eslovenos viviendo en condiciones precarias. Emigraban a los Estados Unidos buscando nuevas oportunidades. En la película no aparece este dato, pero me sorprendió que el clero presentaba serias dificultades con la población de italianos, pues de cada doce sacerdotes que llegaban de Italia a los Estados Unidos, diez habían tenido que salir de su patria por mala conducta.
Revisando otras fuentes para ver si el guión de la película tenía un hilo conductor tejido en las biografías de Cabrini, encontré que efectivamente la acogida que se les dio a las religiosas en Nueva York, distó de lo que esperaban. Se les había pedido que organizaran un orfanato para niños italianos y una escuela primaria; pero, al llegar se encontraron sin casa, pasando su primera noche en una posada sucia y repugnante.
Mientras la salud de la madre era precaria, teniendo recaídas donde la debilidad la abrazaba, su fuerte temperamento la impulsaba hacia adelante. Quizá, al haber sido desahuciada en más de una ocasión, ella pensaba que cada día que trabajara, estaría dejando un mejor espacio, que el que había encontrado al llegar y eso la impulsaba.
En esos barrios abundaban los niños, pero no había edificios ni para la escuela, ni para el orfanato. El arzobispo en vista de las circunstancias, la mandó de regreso a Italia. “No, monseñor. El Papa me envió aquí, y aquí me voy a quedar”.
Con una habilidad impresionante hizo buenas migas con la condesa Cesnola, bienhechora del orfanato del primer proyecto, que al parecer se había peleado con Monseñor Corrigan dejando a un lado la idea de albergar a los niños, pero Francisca consiguió una casa para sus religiosas, inaugurando un pequeño orfanato. En julio de 1889, llevó consigo a las dos primeras religiosas italo-americanas de su congregación en un viaje a Italia.
Nueve meses después, regresó a los Estados Unidos con más religiosas para tomar posesión de la casa de West Park, sobre el río Hudson, que hasta entonces había pertenecido a los jesuitas. Viajó a Managua y de regreso a Nueva Orleans, fundando una nueva casa ahí.
Francisca aprendió inglés con gran dificultad, pero fue lo suficiente como para tratar asuntos financieros con banqueros y gobernantes. Quizá su mayor quebranto se dio con los cristianos, pues no supo cómo abrazar otras formas de pensar, debido a una rigidez que se gestaba en su crianza y esto fue en gran parte lo que no le permitió acercarse a ellos.
Construyó el “Columbus Hospital”. Viajó a Costa Rica, Panamá, Chile, Brasil y Buenos Aires donde inauguró una escuela secundaria para jovencitas. En Francia, hizo su primera fundación europea fuera de Italia. Durante los siguientes doce años viajó sin medida, medicamente imposible, con la sentencia de muerte en sus hombros.
En 1907 su orden fue aprobada, pero para entonces, la congregación, que había comenzado en 1880 con ocho religiosas, tenía ya más de 1000 y se hallaba establecida en ocho países, con más de cincuenta fundaciones, entre las que se contaban escuelas gratuitas, escuelas secundarias, hospitales y otras instituciones. Aunque nunca viajó a China, cruzó el Atlántico 24 veces a lo largo de su vida,
En la epidemia de fiebre amarilla de 1905 la ayuda invaluable de la congregación ayudó a miles de personas. En 1911, la salud de la fundadora comenzó a decaer. Tenía entonces sesenta y un años, pero todavía pudo trabajar seis años más. Murió durante uno de sus viajes a Chicago, el 22 de diciembre de 1917 de paludismo, una enfermedad que mataba millones de personas al año.
Fue canonizada en 1946. Su cuerpo se halla en la capilla de la “Cabrini Memorial School” de Fort Washington, en el estado de Nueva York.
Su vida me inspira a poder ir cambiando el paradigma de pensar que una persona está enferma, porque de alguna manera se apropia de lo que le sucede, en cambio hablar de atravesar una enfermedad coloca a la mente en la posibilidad de ir hacia otro lado, de no quedarse ahí. Yo soy testigo de que esto se puede, pues soy afortunada de tener junto a mi alguien que me lo recuerda todos los días. El impulso en buscar dejar un mejor espacio que el que encontramos al llegar, acariciando el alma de todo el que toque la puerta de nuestro consultorio.
DZ
Nota al margen
“¿Acaso todo esto no lo ha hecho el Señor?”
Esta frase refleja el reconocimiento de que todos sus logros y obras en favor de los inmigrantes y los necesitados eran el resultado de la gracia de Dios y no solo de su esfuerzo personal. Su vida estuvo marcada por un compromiso inquebrantable con el servicio a los demás, especialmente a los emigrantes.