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Awicha Khokga” (abuela árbol)

Los mitos sobre la creación fungen como trasvase para las preguntas que nacen fuera del lenguaje concreto en todas las culturas. Se esquematiza en el pensamiento abstracto donde brota la necesidad de entender de donde venimos. Así se impulsa  a la creatividad, dibujando explicaciones asombrosas dándoles forma.

Vamos  repitiendo una y otra vez lo que nuestra imaginación gestó y vamos amalgamando la historia hasta moldearla a capricho. Esta va cobrando vida según el lugar donde se narre, se va matizando con las respuestas  de otros pueblos, creando un vario pinto resultado y al final se concibe así, un mágico sincretismo.

Aunque los especialistas enfatizan que estos carecen de testimonio histórico, es indudable que generan una fuerza profunda dentro la identidad de cada pueblo.

Esta historia apareció un día en boca de Apolonia que ayudaba en casa de mis abuelos y murió muy joven de cáncer.  Una historia que toca las fibras de algo que pesa más que un mito; quizá se teje en él, un halo de reflexión y al menos a mí, me ayuda a impulsar eso en lo creo, la posibilidad de restaurar el daño que hemos hecho a la tierra.

Contaba mientras batía un espumoso chocolate para mí, siendo yo una niña, que el mundo estuvo divido en tres épocas:

“La primera etapa marcó toda la existencia que brotó en un solo día, creada por la gran conciencia.  Con ella nacieron los árboles;  sus raíces profundas los hacían uno con la “Pacha Mama” (la madre tierra). Tenían manos largas hechas de troncos y cortezas. El viento movía sus largos cabellos que se cubrían de hojas, flores y frutos. Albergaban hermosas aves que cantaban en primavera y anidaban a sus pequeños en las ramas más altas.

Su savia poseía poderes mágicos, se comunicaban sin usar las palabras, movían los elementos sin tener manos y podían sentir a todos los seres a través de la red profunda que formaban con sus raíces bajo la tierra.

Vivían en los rincones más hermosos,  se nutrían del sol, el agua y el viento.  Compartían el espacio con todas las criaturas del bosque que habían sido creadas después. El amor cubría cada rincón del planeta.

Los lobos eran con quien compartían un legado, se les había designado el orden, manteniendo la armonía.

Los lobos eran sabios y profundamente amorosos, podían ver el futuro y a través de este don, protegían y cuidaban los bosques. Eran  tiernos, empáticos y sabían que era lo que necesitaban los otros seres.

Había un árbol especial, uno que todo lo custodiaba, el más antiguo y sabio de todos, al que llamaban “Awicha Khokga” (abuela árbol).

Conocía todos los secretos sobre la vida y la muerte. Sus raíces traían la medicina ancestral en los lazos comunicantes a través de sus raíces y con ellas podían sanar a quien enfermaba.

Vivieron en armonía por muchísimos millones de años, hasta que un día, unas  piedras negras caídas de un meteorito, germinaron y salieron al tiempo unos homínidos que se movían en cuatro patas. Poco a poco se fueron  adueñando  de todos los espacios.

Pronto se enderezaron y pudieron andar en dos patas; con ellos apareció la segunda etapa del mundo.

Estos venían acompañados de una sombra oscura llamada envidia. Al poco tiempo impulsado por la envidia apareció el odio y comenzaron los tiempos de guerras, muertes y destrucción. Se rasgó el equilibrio que había habitado en el planeta y fue cuando se originó la primera herida profunda del mundo.

Al no estar conectados con la madre tierra, se sintieron que eran superiores, creyeron que el mundo les pertenecía y dentro el corazón se les volvió negro.

Fue una época terrible, donde los árboles fueron convertidos en madera y quemados para generar calor. Los lobos fueron cazados primero como alimento y luego por diversión  y así fueron casi extinguidos. Los demás seres fueron esclavizados y huían con solo sentirlos cerca.

En un momento crítico, para poder mantener vivos a sus hijos, “Awicha Khokga” permitió que los árboles que quedaban, se desenraizarán y les hizo pies. Lo mismo paso con los lobos, los transformo también volviéndolos a todos homínidos. Así se mezclaron y se escondieron entre todos los demás.

El costo de esto fue enorme, pues poco a poco fueron perdiendo   sus dones, olvidaron la magia y con ello su conexión con la madre tierra y con todos los seres que en ella habitaba.

Se creó un vacío en su existencia y buscaron saciarlo de muchas maneras. Así aprendieron a hacer daño y se volvieron seres que laceraban a otros y  a arrasar con la naturaleza.

Una especie de plaga sin sentido. El paso de sus vidas por la tierra se volvió estéril, en ellos entro la ira, la rabia, el orgullo y fueron tomando los espacios donde el amor y la armonía habían gobernado.

La tierra termino por volverse un lodazal de odio, la vida perdió su valor, así que “Awicha Khokga” en un acto de amor profundo, sabiendo que se necesitaba algo para engendrar nuevamente el amor, bendijo a todas los homínidos y coloco a la mitad de ellos un árbol en su vientre, y este árbol se transformó en lo que hoy es el útero, volviéndolas mujeres. A la otra mitad de homínidos les regalo las semillas para fertilizarlas y así aparecieron los hombres. Comenzaron a nacer los primeros seres humanos y de ahí la estirpe de donde hoy

En la tercera etapa, las semillas de piedras dejaron de brotar y en un lapso de tiempo corto desaparecieron del todo, pero en el corazón de los seres humanos quedaron los vestigios de ellas y la mancha negra de todo lo que hace daño en sus genes.

Con el regalo, las mujeres podían recuperar su enraizamiento a la madre tierra, pues el útero es un anclaje a la verdadera esencia. A los hombres las semillas les dieron un sentido de arraigo profundo  y les regalo a ambos el gozo de la pulsión de la sexualidad.

En cada hijo que nació quedo inscrito en el ADN los secretos de “Awicha Khokga”, hasta que algún día volvieran a descubrir su verdadera esencia, cuando esta los llamara.

Toda mujer y hombre que hoy pueda sentir una herida y un vacío emocional profundo sin explicación, es símbolo de que ha comenzado a hacerse consciente de la pérdida de su raíz ancestral.

Comienzan a escucharse los murmullos de un despertar, muchos dicen que en estos tiempos de tanto dolor,  “Awicha Khokga” está haciendo un llamado fuerte y claro a sus hijos, para restablecer el orden.

Ya hay muchos que comienzan a recordar, pronto habrá un ejército que trabajará hombro con hombro, para restaurar el planeta no solo de basura, de desforestación, de extinción de las especies, también del odio y la envidia, viviremos nuevamente en armonía”

Han pasado más de 45 años desde que Apolonia me dejaba atónita con sus relatos.

Hoy leía en el periódico como Las frecuencias Schumann (frecuencias electromagnéticas de la tierra) se han elevado de 7.8 HZ hasta llegar a picos de 16 HZ, sin razón aparente.

Unos dicen que este cambio de frecuencia, afectará  nuestro ADN , otros que las frecuencias están cambiando los patrones del sueño, la habilidad para regular el sistema inmune y la percepción del tiempo que dicen se está acelerando.

Quizá sea la “Pacha Mama” sumándose a la fuerza del llamado, de “Awicha Khokga” cambiando su frecuencia vibratoria.

Quizá esta sea el principio de una revolución para recuperar el sentido de la existencia volviendo a enraizarnos a la tierra, escuchándola atentamente y salir al servicio.

Quizá podamos ir en pos de una red invisible bajo nuestros pies, recordando que es lo que nos conecta con un sinfín de memorias ancestrales.

Tal vez sea momento de recobrar el sentido primigenio de conexión con la creación y encontrarnos con la fuente que lo creo. Podría ser que ha llegado el momento de entrar en la cuarta etapa de la evolución.

En verdad creo que los mitos, leyendas y cuentos son un enlace con aquello que hemos olvidado. Será que renazca este tiempo a través de su magia en una humanidad que recuerde sus raíces.

DZ

*Es importante que mencione que Apolonia no tuvo la suerte de ir al colegio y solo contaba con el conocimiento que seguramente estaba en sus genes. Conservaba la tradición oral de su pueblo clavado en las montañas andinas cerca de Caral en el valle del Supe, ubicado al norte de Lima.