Sus letras son un repaso de tiempos dolorosos cuando la vida cotidiana, sobre todo en el campo de este vasto país, estaba marcada por las balas
Los corridos forman parte de la cultura del mexicano, los cantamos, tarareamos y nos evocan emociones cuando los escuchamos. Los conocemos de memoria y en mi caso, en el colegio los aprendimos como parte de un legado histórico que enriquece las raíces de quien se siente mexicano.
Sus letras son un repaso de tiempos dolorosos cuando la vida cotidiana, sobre todo en el campo de este vasto país, estaba marcada por las balas.
En tiempos de conflicto y cambio social, los corridos sirven como medio para difundir noticias, batallas, hazañas y sucesos relevantes, cumpliendo una función comunicativa y de divulgación. Muchas veces, llevan entre líneas temas relevantes para las comunidades.
Tratan asuntos de política, historia, venganzas, relaciones sentimentales y problemas sociales. Hoy han ido dando vuelcos transformándose y tenemos narco corridos, corridos tumbados y hasta corridos verdes.
Pero es el de la Revolución, ese que enmarca las noches estrelladas junto a las fogatas donde los grillos machos frotando sus alas delanteras generan los compases con ese ruido llamado estridulación, ese qué con guitarra en mano, arrastrando los dedos entre sus cuerdas, entona la letra de canciones con voces cansadas, después de una jornada larga, donde agotados apenas se respira, sabiendo que hoy se está vivo, pero que mañana quien sabe.
Esos corridos ayudaron a fijar una identidad entre los soldados durante la Revolución, reproducían los valores y códigos de ciertos grupos, principalmente vinculados a la cultura popular. Fortalecían de esta manera un sentido de pertenencia. Muchos acompañaban el relato de las aventuras de revolucionarios, líderes, bandoleros y héroes anónimos del pueblo.
Este es ese periodo de la historia de México marcado por el conflicto, el descontento generalizado de la población hacia el régimen gobernante, donde la opresión y la injusticia pulsaban por detrás, iba generando un anhelo, impulsados por una esperanza de transformación. Un hito que toca el llamado a las armas aquel 20 de noviembre de 1910, buscando derrocar la dictadura de Porfirio Díaz, y reformar las estructuras políticas y sociales del país.
En el campo, la Revolución se fue extendiendo por todo el país, convirtiéndose en una guerra civil, que involucró a múltiples facciones y líderes con diversas agendas políticas y sociales, aplastando el país. Una cruenta lucha por el poder, que dio como fruto una cifra que oscila, entre un millón a tres millones de muertos, sumando los decesos por fusilamientos, hambrunas y enfermedades, como la pandemia de gripe española que afectó al territorio en 1918. Pero también dio como fruto la Constitución de 1917.
Más allá del campo de batalla, aparecen figuras que son emblemáticas y que dan riqueza a la narrativa de la historia de un país, se van transformando según quien lo cuente, ensanchando, achicando y metiendo nuevas imágenes, tejiendo nuevas improntas en quien lo escuche, y sin duda a más de 114 años, la perspectiva de lo sucedido ciertamente se interpreta con otros ojos.
“Yo te doy agua. Yo llevo las ollas y las cazuelas para hacerte tu comida. Yo te despiojo. Yo te lío tu petate. Yo te lavo tu ropa. Yo junto la leña para hacer lumbre. Yo te aceito tu fusil. Yo te prendo tu cigarrito, y si no hay tabaco, te hago uno de macuche, aquí tengo hojas de maíz. Yo cargo tu Mauser y tus cartuchos. Yo cuido de que no se moje la pólvora. Yo te hago casa en el campo de batalla. Yo soy tu colchón de tripas. Yo tengo a tu hijo en la trinchera”.
Elena Poniatowska
Las indómitas.
La imagen de la soldadera, la mujer que acompañó al soldado, la que empuñó las armas, la que parió y corrió tras las filas, la que curó las heridas, la que enterró a sus muertos. Esa ha sido rescatada de las fauces de la historia por muchos historiadores y escritores. A mí, son las mujeres que inspiraron los corridos, que me llevan a buscar, a indagar y escarbar.
Así me doy un clavado minucioso en las letras de algunos de ellos, mientras pongo los discos viejos donde se escucha la cadencia de la aguja del tocadiscos sobre el acetato. Encuentro en muchas de ellos, estrofas con nombres que acompañan historias que pudieron ser reales o no, pero que, en caso de algunos, era el amor y la admiración que impulsaba la mano, que rasgaba las cuerdas de la guitarra. Mientras, el dolor afloraba, pues muchas terminaban en muerte o en anhelos no alcanzados. Aparecen nombres como la Valentina, la Rielera, la Chamuscada, Rosita Alvirez y Adelita.
En lo alto de la abrupta serranía
Acampado, se encontraba un regimiento
Y una moza que, valiente, los seguía
Locamente enamorada del sargento.
Fragmento del Corrido de La Adelita
Se cuenta que Chihuahuense de nacimiento, Adela Velarde Perez de ojos grandes, con tan solo trece años, abandonó su casa decidida a unirse al conflicto armado. Según la historia oficial, era nieta del destacado general Juarista Rafael Velarde, que luchó contra las tropas francesas.
Pequeñita de tamaño, se unió a las filas de la Revolución, apoyando a la Asociación Mexicana de la Cruz Blanca en labores de enfermería, formando parte de la División del Norte del Ejército Constitucionalista, y posteriormente incorporándose al Cuerpo de Ejército del Noreste.
¿Será en verdad, que habrá sido la creadora o la inspiración, de lo que más tarde se convirtió en el movimiento de las Adelitas, que eran enfermeras, curaban y cuidaban a los heridos? Lo que es un hecho es que la imagen icónica de Velarde, con su sombrero, bandera mexicana, espada y cinturón de balas, encarna el espíritu revolucionario femenino, dando voz a las famosas soldaderas.
Al año de estar en el frente se enamoró de ella perdidamente un sargento Villista. De voz en voz se contaba que, Antonio Gil del Rio Armenta le cantaba al pie del vagón del tren donde ella dormía, las canciones que componía, esas que llevaban el ardor del amor que sentía. Quién le diría, que una de ellas sería un emblema de la Revolución
Popular entre la tropa, era Adelita
La mujer que el sargento idolatraba
Porque, a más de ser valiente, era bonita
Y hasta el mismo coronel la respetaba
Si Adelita quisiera ser mi novia
Y si Adelita fuera mi mujer
Le compraría un vestido de seda
Para llevarla a bailar al cuartel
Fragmento del Corrido de La Adelita
Tan solo un año después de haber conseguido su traslado para estar cerca de su Adela, mientras el calendario marcaba 1914, sucedió la inevitable tragedia. Durante la batalla de Torreón, el día de la toma de Gomez Palacios, una de las más sangrientas de la Revolución, fue alcanzado por las balas, mientras ayudaba a un herido. Se cuenta que ella lo vio de lejos, y alcanzó a abrazarlo antes de que muriera.
Soy soldado y la patria me llama
A los campos que vaya a pelear
Adelita, Adelita de mi alma
No me vayas, por Dios, a olvidar
Y si acaso yo muero en campaña
Y mi cadáver, en el campo, va a quedar
Adelita, por Dios, te lo ruego
Que, con tus ojos, me vayas a llorar
Fragmentos del Corrido de La Adelita
Imaginar la escena es desgarradora y quizá por ello el corazón late más despacio, a mí me brota un suspiro que toca el final de un tórrido amor. Tras la Revolución, trabajó en la Ciudad de México como mecanógrafa en la Administración de Correos.
En 1965, se reencontró con Alfredo Villegas, un coronel que había conocido durante su tiempo en la Revolución, y se casaron ese mismo año. Posteriormente, la pareja se mudó a Estados Unidos, donde vivieron hasta su muerte.
Es la historia oficial, la que aparece en los libros de historia, la que aprendí y transmití a mis hijos cuando alguna vez les hablé de ella. Pero lo que realmente pasó sigue siendo un misterio, algunos autores dicen que con quien se casó Adela fue quien le había compuesto el corrido, hay quien dice que este solo tenía tres estrofas y se le fueron agregando. Pero fue una versión muy distinta la que me invitó a escribir sobre ella, y logró sacarme una sonrisa.
El relato es fascinante y cuenta sobre una Adela que trabajó en un afamado circo de México en la época de la Revolución. Junto a su novio que era ciego, tenían a su cargo una de las grandes atracciones del espectáculo. Ella se colocaba contra un muro con las extremidades abiertas y él le lanzaba cuchillos a su alrededor, uno tras otro, colocándolos cerca de su cuerpo, sin tocarle ni un solo cabello. Un día el codicioso novio decidió pedir un aumento y mayores prestaciones pues pensaba que él merecía ganar más, argumentando que tenía capacidades sobrehumanas.
El dueño argumentando la difícil época que estaban viviendo, le dijo que no y él respondió que se iría a otro circo, donde ya le habían ofrecido trabajo. Como buen hombre de negocios le dijo entonces que, le bajaría el sueldo a la novia con lo que el lanza cuchillos quedó conforme, pues decía que ella no hacía nada.
Al enterarse, ella se enfureció, agarró el primer tren y se marchó. El dueño del circo encontró otra mujer del pueblo, y el día del espectáculo al lanzar la primera daga, se la incrustó en el corazón. La gente del pueblo lo linchó, y luego al dueño del circo.
Lo que nadie sabía, era que Adela era quien poseía los poderes especiales, con los cuales podía desviar objetos metálicos. Al marcharse se unió a la Revolución mexicana, encargada de desviar las balas, sobre todo las que iban dirigidas a un tal Pancho Villa.
Si puedo escoger, me quedo con la segunda versión, me encanta imaginar que la magia forma parte de las historias, que la creatividad de la cultura entreteje embrujos y sortilegios. Quisiera pensar que fue así como llegó Adela al campo de batalla, y que efectivamente se encontró con un sargento, y que sin duda la idolatraba.
Soy soldado y la patria me llama
A los campos que vaya a pelear
Adelita, Adelita de mi alma
No me vayas, por Dios, a olvidar
Fragmentos del Corrido de La Adelita
DZ