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A Golpes

A caso el libre albedrío es solo una creencia en algunas doctrinas filosóficas que dicen que las personas tienen el poder de elegir y ser responsables de sus propias decisiones. ¿Si es así, qué es lo que marca que esta libertad de escoger, esté supeditada a una acción nutricia y no a una que haga tanto daño? Pareciera que hay algo que toca los hilos de la marginación, de la ignorancia, de repetir el daño recibido o quizá una herencia histórica que mata los sentidos más humanos de la compasión y la empatía.

¿Será que uno puede volver a sentir el cuerpo como una unidad? ¿Será que el frío sudor dejará de escurrirse cada vez que escuche un tono de voz, que raye en la fina línea de mando o de violencia? ¿Será que podré volver a ser yo mismo después de haber estado en el infierno?

He perdido tanto peso que los pantalones se me escurren. El espejo pregunta de qué color es mi piel, pues no tiene un tono definido, raya entre el transparente blanco y el ojeroso azul. Diario despierto, en la madrugada, empapado en sudor. El reloj suena a las 5:30. Las cuentas llegan puntuales, no hay de otra, se pagan o se pagan.

Lexapro 20mg, se narcotizan los sentidos al máximo, se olvida uno de llorar, de reír a carcajadas. Aparece la anestesia, duerme lo que duele. Pero también lo que lo hace a uno feliz. El letargo de las horas en el hacer de un trabajo que no me gusta, los espacios sin sentido y de pronto son las seis de la tarde. Empujo los pies a la calle me acerco a una pulquería.

Un Valle Escondido, por favor —un licor de agave que cuesta barato. El bolsillo se retuerce en este enredo en el que me encuentro, ya no alcanza para otra cosa.
El alcohol quema la garganta, en el estómago hay solo un café y un pedazo de pan, único alimento del día. Como torrente se mezcla la bebida en la barriga. Ahí, donde se anidan los recuerdos, van cobrando forma de nebuloso éter.

Eran las 7:00 am. ¡Quién …. es a esta hora! Todavía dormido agarré la camiseta sucia llena de tierra del día anterior pa´ no salir solo en calzones a abrir. Entonces tenía una mata de pelo, de esas que causan envidia, la escarmené con los dedos.

La obra iba lenta, faltaban tanto los albañiles, era San lunes, o Juevebes. Y pus por ochenta pesos diarios, que exige uno.

Pensé que esto era fácil, una obra cerca de Amatlán, unas semanas fuera de la abrumadora ciudad.

No sé qué día decidí ser arquitecto, tal vez si hubiera sido abogado como quería mi abuelo, no andaría dando lastima, quizá podría juntarme con la gente de nuevo.
—Que mal se ve Manuel, pero, ¿qué fue lo que le pasó?

Empujan la puerta, me muelen a golpes. Me escurre sangre por la nariz, su sabor a hierro me despierta. Estoy amarrado en el frío piso huele a miados, a inmundicia. Tengo los ojos vendados.

Desorientado y con el cuerpo entumido escucho que hay alguien más. Entran, se escuchan jóvenes, sus voces los delatan.

Me cuelgan del techo, me duele todo. Las lágrimas se escurren al tacto de un tubo lleno de tierra que suena a golpes desgarrando mi piel. Siento que los brazos se me descuartizan.
—¡Pa´ que aprendas &@#*.!

Llevo más de 24 horas sin tomar agua, las madrinas me desmayan y recupero el conocimiento justo cuando me van a colgar de nuevo.

Hoy me muero, eso ya lo sé. No hay rescate, no hay nada más que el brutal tormento. El hambre duele, las tripas se retuercen, llevan su propia agenda. ¿Dónde quedó aquello que dice que a uno le pasa por delante toda la vida antes de morirse? Tengo una necesidad imperiosa que se escurre a lagrimas de que esto se acabe pronto.
—Dale agua, ¿que no ves que nos dijeron que se debe morir poco a poco?
Me quitan la mordaza, bebo a tragos desesperados, el agua puerca está llena de viscosidades. Vomito.

—¡Tómatela!— grita una voz del otro lado—. Si no te mueres de adeveras y pus todavía no te toca. La orden es que te mueras a palos, no de sed —una patada en la entrepierna, me revuelco en gritos callados.

Recobro el conocimiento, se cae la venda, solamente puedo ver por un ojo, el otro duele tanto. Imagino la cavidad vacía, no puedo tocarme para saber si todavía tengo algo con lo que puedo mirar.

Está oscuro, somos muchos, cagados, orinados, sangrados de color azul morado de frío y de golpes. Nos han levantado y venimos a morirnos. Nadie puede hablar, la debilidad nos ha robado hasta las lágrimas. Puros hombres, ayer se llevaron a las mujeres.

Entran y bajo la mirada, no quiero verlos. Uno de ellos se acerca y alumbra mi cara con una linterna.
—¡Pero que &@#* haces aquí!
—No lo sé, antier me trajeron.

No tengo fuerzas pa´ contestarle con rabia, esa se me quitó desde el día anterior, a fuerza de patadas, el abatimiento ya se ha hecho cargo y veo que es El Chamo.
—¡No friegues &@#*! Te confundieron mano, quien manda no está, deja ver qué puedo hacer.

Al rato pone un plato de arroz frío y un poco de frijol. Me desamarra.
—No vayas a hacer una pendejada, que hora si te matan. Hoy vienen los jefes, yo hablo con ellos.

Quiero devorarme la comida, pero somos muchos, no puedo comer solo yo aunque quiera, me faltan un par de dientes y tengo la boca destrozada. Les reparto de a poquito, se lo acerco a la boca y tragan como pueden. Ya es de noche, me agradecen cobijándome con sus cuerpos adoloridos y sucios pa´ que no me muera de frío. Sigo en calzones. Los golpes en las piernas me punzan, estos son más duros cuando al palo no hay nada que los ataje.

En sopores de sueños creo que estoy nadando, es el de al lado que se ha meado. Ya no importa, se ha roto la fina cuerda de la dignidad, se acostumbra uno al olor nauseabundo, he perdido hasta el olfato. Solo queda el calor del cuerpo que se ha puesto ahí para que uno no muera de hipotermia. Recuerdo que sabía rezar, donde quedaron los rezos, por mas que quiero ya no puedo ni pedir, no me queda nada.
Dos días después me sacan a golpes, me tiran en una calle, Miguel ha cumplido.

—Yo veo cómo le hago — y lo hizo.

No se quienes eran, dicen que ahí llevan a los ladrones, a los que no pagan su cuota. Los matan a golpes. Éramos muchos, más de veinte, no duran más de cinco días y traen otros.

Los que fueron por mí ya están en una fosa, también se mueren cuando se equivocan.
¿Será que algún día esto cambie? Sigo brincando cada vez que alguien me roza. No soporto el tacto de otra piel. No veo a nadie, para qué.

Sin duda, el miedo es una enfermedad que paraliza, que empobrece y quizá se vuelve imposible al cambio. Pero cuando se transforma en dolor quizá pueda enriquecer. El miedo es un terrible viaje, pero el dolor es una llegada.

¿Será que ahora con el nuevo gobierno hora si alguien haga algo? ¿Será que hacemos todos? Díganme no más que hago. No quiero morirme dejando este mierdero pa´ los que siguen. De algo tiene que servir haber estado en las profundidades del averno. De algo las cicatrices que quedaron como improntas en mi cuerpo. Me paso el trago, pido otro más.

—Son veinte pesos— a ver si con esto olvido a los otros que deben estar muertos, esos que eran más que carne y seguro tenían nombre, pero que yo no pregunté.
Con la fuerza que me queda me empujo a la calle, es hora de seguir, termino hasta las nueve, no hay de otra, un proyecto para entregar y una renta que pagar.

***
—Escríbelo, anda —me dijo con su voz apagada y me di a la tarea de encontrar el pulso entre mis dedos para hacerlo. Y entonces, aparece la palabra “Dignidad”, un vocablo que brota de los cimientos de lo inherente en la humanidad, y que imprime una impronta en la justicia restaurativa en cada ser y desde ahí se impulsa a la vida.

De madres agresivas o pasivas de padres ausentes o dominantes, vidas llenas de violencia, alcoholismo, prostitución, drogadicción. Cada problemática enraizada más en el ámbito familiar, que ahí como en ninguna otra esfera, repercuten en la conducta de la mayor parte de quienes cometen el delito de secuestro. Están llenos los expedientes con diagnósticos multifactoriales poniendo dentro de los rasgos comunes, la falta de educación. Un estudio de País Libre coincide con estas premisas y coloca el supuesto de que los secuestradores suelen estar sanos de la cabeza pero enfermos en el corazón.

Estableciendo una relación de poder con su víctima, dejando una dolorosa oscuridad al verlo como negocio, un oficio más, impulsado por la ambición y la codicia en tantos casos, u obligados por otros; sin importar las razones, se acuña la dolorosa cifra de casi 11 mil secuestros denunciados en México entre 2012 y 2018. Una cifra que duele y nos avergüenza.

Es imposible combatir este delito, sin conocer a fondo sus causas y me parece que es ahí donde el libre albedrío se ve truncado por un manto de daño emocional que fractura los valores donde ya no brotan la compasión y la empatía porque se han secado.

Quizá que otros lean esta historia logre que el miedo no siga su curso en murmullos callados, que la experiencia de “Miguel” no sea solo una más. Podría ser que unas cuantas letras ayuden a despertar desde lo más profundo lo que podamos ir haciendo. Combatir este delito desde la familia, educando a los niños, procurándoles un lugar digno para crecer. No es una solución a corto plazo y tampoco es una obligación solo del gobierno, es una premisa en la que todos tendríamos que estar tejiendo estrategias y acciones para prevenirlo desde la raíz.

Por Aransa que espera un kínder para poder comenzar a tejerse distinto, una oportunidad para que las calles no la devoren, como lo han hecho con quienes se dedican al secuestro y a tantas cosas que dañan a una sociedad y por ende a este país que a veces se nos desgaja. http://bit.ly/2X9teiB

Por “Miguel” que hoy está en terapia, buscando una forma de restaurarse, encontrando la forma de seguir viviendo sin miedo.

Así como la ternura es la empatía vestida de instinto de vida, la crueldad es la insensibilidad vestida de instinto de muerte.

DZ
Melissa Gracias, gracias.

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