Todo el país es un gigantesco altar de muertosHabría que tomar en serio lo que ocurre. Habría que refundar la escuela mexicana y reconectarla con los hogares. Habría que retomar el civismo como tarea urgente e imprescindible
Por: Fernando Vázquez Rigada
Estamos perdiendo el alma de México. Nuestro civismo, la solidaridad que fue por décadas distintivo de la mexicanidad, se han evaporado. Nuestra decencia se pudre. Sorprende la reacción a dos hechos terribles de diciembre.
El atentado salvaje contra Ciro Gómez Leyva generó el ataque contra la víctima de los seguidores del oficialismo. Terminaron acusando a las oposiciones del ataque para desestabilizar al régimen o, mejor aún, un autoatentado.
Por las mismas fechas, falleció el gobernador de Puebla, debilitado por una larga y penosa enfermedad.
Estalló el festejo de los opositores por su deceso. La muerte del adversario, un ser humano, convertida en celebración. ¿A eso hemos llegado? El país se paralizó el 5 de enero.
El ejército mexicano había detenido a Ovidio Guzmán en Sinaloa. Culiacán fue sitiada, literal, por hordas del crimen organizado. Pero en medio de ese clima de terror y muerte, decenas de personas salieron a saquear comercios.
Había que aprovechar la ausencia de ley. Las escenas de familias, con mujeres y niños robando, vino a complementar el cuadro siniestro de lo que somos. 5 días después, el 10 de enero, el Cata Jiménez, un jugador del equipo de futbol Cruz Azul, le organizó una fiesta de cumpleaños a su hijo de 12 años. La temática: el Chapo Guzmán.
Los niños se disfrazaron de narcos, empuñaron armas de plástico. Jugaron a ser sicarios. Hay juegos que matan por dentro. ¿La respuesta del club y de la liga? Lo reconvinieron de palabra.
Que siga la fiesta. Hemos dejado secar los árboles de la vida para cultivar, todos los días, cempasúchil. Todo el país es un gigantesco altar de muertos. La virgen del Tepeyac ha sido sustituida por la Santa Muerte y el país que cantaba a revolucionarios hoy ofrece corridos a los narcos.
No busquen responsables en ningún sitio, salvo en el espejo. Somos nosotros. Quienes hemos permitido la devastación de la educación, poblado al país de familias rotas, volteando la vista para no mirar la agresión permanente a nuestras mujeres o ante quienes pervierten a nuestra infancia.
Habría que tomar en serio lo que ocurre. Habría que refundar la escuela mexicana y reconectarla con los hogares. Habría que retomar el civismo como tarea urgente e imprescindible.
La sociedad tiene que asumir un papel protagónico en el rescate de México para convertirlo en un país en donde la decencia, la honradez y el decoro dejen de ser palabras vacías. O lo hacemos ya, o viviremos para lamentarlo.
@fvazquezrig