Michaela Malul es una contadora de Jerusalén que se declara centrista pero que en la ofensiva contra Gaza apoya plenamente al primer ministro, Benjamín Netanyahu, cuyo discurso asume casi palabra por palabra. “Nos atacan con cohetes y usan a su propia gente como escudos (humanos). Quieren nuestro exterminio. ¡Pues que Israel se lo haga pagar caro!”, … Continued
Michaela Malul es una contadora de Jerusalén que se declara centrista pero que en la ofensiva contra Gaza apoya plenamente al primer ministro, Benjamín Netanyahu, cuyo discurso asume casi palabra por palabra. “Nos atacan con cohetes y usan a su propia gente como escudos (humanos). Quieren nuestro exterminio. ¡Pues que Israel se lo haga pagar caro!”, exige.
Ella es parte de ese 90% de la población israelí judía —mayoritaria con el 79 por ciento, el resto son árabes— que avala sin fisuras la apuesta de Netanyahu contra Hamás, frente al aislamiento internacional, apenas roto por aliados perennes como Estados Unidos o Alemania, que recuerdan que tiene derecho a defenderse.
En la calle, sobre todo en el sur afectado a diario por los cohetes que disparan las milicias palestinas, los cruces, las farolas, las marquesinas muestran eslóganes del tipo “Vamos, Bibi” en apoyo a Netanyahu. Algunos llevan hasta caretas con su rostro, en un país poco dado al culto al líder. Es un gran aliento para un político que esta primavera estaba bajo mínimos tras otro fracasado proceso de paz.
La encuesta del Instituto por la Democracia de Israel de la Universidad de Tel Aviv —la que indica el arrollador apoyo a la ofensiva— da al Ejecutivo una nota media de 7.5 tras tres consultas hechas a lo largo de julio. La ofensiva empezó el día 8. La mejor calificación, un 8, la logró el día que se inició la ofensiva por tierra. La tendencia se repite en el sondeo del Canal 10: un 85 por ciento está “satisfecho o muy satisfecho” con el liderazgo de Netanyahu.
Ni las imágenes de civiles palestinos muertos en Gaza ni las presiones internacionales hacen mella entre los israelíes. Tampoco el entierro de 56 militares, tras los tres últimos que cayeron ayer. “Me causan dolor, pero están sirviendo a su país. Otros lo hemos hecho antes. Es el precio de nuestra seguridad y asumimos que hay que perder algo para ganar”, argumenta David Hilu, veterano de la guerra de Yom Kippur (1973) que conduce un autobús en Ashkelon.
Yoshi Yehoshua, analista militar del diario Yediot Ahronot, explica que este cierre de filas no se había visto en años. Lo justifica porque “todos están cansados de Hamás y quieren neutralizar sus capacidades”. “Hay más gente que nunca, cinco millones (de los casi ocho millones), bajo el fuego islamista, los túneles generan un estremecimiento general, hay carreteras cortadas, comunidades encerradas en casa por miedo… Y sólo hace año y medio de la última ofensiva. La alternativa política no aparece”, añade.
Los pacifistas apenas lograron reunir a 5 mil personas en la mayor protesta contra la respuesta militar e incluso los moderados de su Gobierno le dan la razón a Netanyahu. “Sólo puedo felicitarle”, le ha dicho el
centrista Yaakov Peri (Yesh Atid). Las únicas críticas en su Gabinete son de la extrema derecha —que quiere una incursión terrestre aún más profunda, hasta “derrotar” a Hamás— pero el opositor laborista Isaac Herzog reconocía que él daría los mismos pasos que Netanyahu.
Pese a su buena imagen interna, Brasil, Chile, Perú, El Salvador y Ecuador han retirado sus embajadores de Tel Aviv por la devastadora campaña en Gaza.
La prensa local informa de que hay crecientes “discrepancias” entre el Ejército y el Gobierno sobre la necesidad de prolongar la invasión o el gasto que suma (mil 100 millones de euros). Según varios analistas, algunos blancos han sido atacados dos o tres veces ante la indecisión gubernamental. Pero la disciplina es alta y la cadena de mando, con Netanyahu al frente, aguanta.
Con información de El País