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Antes de los escándalos que Trump ha generado, ya se veía que no le resultaría tan sencillo implementar las medidas de cambio radical que había propuesto en campaña

Han pasado cuatro meses que parecen cuatro años, y no por todo lo que hemos sufrido la presidencia de Donald Trump, sino porque parece que en la Casa Blanca despacha lo que allá llaman un lame duck. Un pato cojo, que ya no tiene capacidad de gobernar.

Antes de que los escándalos que el mismo presidente ha generado alcanzaran este clímax, ya se veía que no le resultaría tan sencillo implementar las medidas de cambio radical que había propuesto durante la campaña.

Le bastaron unos cuantos días para darse cuenta de que no es lo mismo manejar el emporio Trump, donde nada vale más que su dictado, a conducir un país de instituciones donde hay controles y frenos por todos lados, incluso en su partido.

El primer gran fracaso de la era Trump fue sin duda el rechazo a su plan de salud para repeler y remplazar el Obamacare. Claro que fueron los demócratas los que dijeron que no, pero también los republicanos que entienden más de votos y política y quizá menos de maximizar las inversiones como su presidente.

A partir de ahí en cascada se sucedieron los fracasos legislativos. Desde el retraso en el nombramiento de su equipo de gobierno hasta la ausencia hasta hoy del tan esperado planteamiento de reforma fiscal.

Hasta ahí se puede hablar de una curva de aprendizaje, de la necesidad de un poco de humildad y mano izquierda para convencer a los políticos del Capitolio de impulsar algunos cambios.

Pero hay otros episodios que realmente han tensado al mundo, a los fellow americans y a los mercados.

El más estresante es la tensión que mantiene con Corea del Norte y los chinos en medio. No sólo porque en Pyongyang despacha un dictador un tanto desquiciado, sino porque en la Casa Blanca podrían usar la opción militar como una salida desesperada al derrumbe de popularidad de Donald Trump. En Estados Unidos lo saben, nada mejor para mejorar la aceptación del presidente que una guerra.

Sólo que ésta es una de dimensiones mayores, de otro nivel y con otros actores diferentes a las anteriores.

Pero está la duda de si la debilidad de Trump no puede alcanzar también el desempeño mismo de las acciones de los mercados bursátiles.

Alocados como son, muchos mercados primero dispararon las ganancias y después pretendían averiguar si se sustentaban en la prometida reforma fiscal.

Y no es para menos; si alguien les promete impuestos a menos de la mitad y toda clase de facilidades regulatorias y de proteccionismo para hacer negocios, no había otra que comprar y comprar acciones.

¿Y si hoy Donald Trump no puede sostener sus promesas de hacer a Estados Unidos grande otra vez, a través de apapachar a las grandes empresas?

Hoy Trump no parece estarse jugando su plan de gobierno con todo y esos caramelos para sus seguidores, hoy lo que tiene enfrente es la posibilidad real de que sea llevado a juicio político.

Tiene salidas, sin duda. Pero el retraso en sus planes y en sus posibilidades de hacerlo serán altamente costosos para esa economía.