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No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas”, dijo el presidente López Obrador para justificar la liberación de Ovidio Guzmán en la inminencia de una batalla que hubiera producido muchas muertes.

No hay duda de que se evitaron muertes. No sabemos cuántas, como tampoco sabemos cuántas costará en el tiempo la libertad de Ovidio Guzmán.

Sabemos que Ovidio es parte del cártel más mortífero del narco mexicano. Según Guillermo Valdés, para 2013, a ese grupo podían atribuirse 67 por ciento de todas las muertes de la guerra del narco, más de 40 mil homicidios. (Historia del narcotráfico en México, Aguilar, 2013).

No sabemos cuántas debe Ovidio y cuántas deberá en el futuro. En todo caso, esta es precisamente la cuestión central que debe responder el Estado: cuál es la estrategia a seguir contra el crimen organizado que cuesta menos vidas.

Sabemos que la seguida hasta antes del actual gobierno no disminuyó sino disparó el número de muertes.

¿Cuál estrategia fue esa? Descabezar a los cárteles, capturar o matar a los jefes de las bandas grandes, para fragmentarlas y hacerlas más controlables.

Han capturado o matado a prácticamente todos los capos de las bandas, y las bandas se han fragmentado, pero los muertos han subido antes que bajar y el crimen organizado se ha extendido por toda la República en la forma de hasta 280 pandillas locales, según la última cifra que recuerdo de Eduardo Guerrero.

Los grandes cárteles tampoco han desaparecido. El cártel de Sinaloa se disputa la hegemonía con el Jalisco Nueva Generación y la puja sangrienta es mayor que nunca.

El nuevo gobierno abandonó esa estrategia, el presidente dijo que no sería su misión capturar capos, que su mensaje sería de paz, no de guerra.

Pero los muertos tampoco bajaron, su estrategia tampoco funcionó hasta ahora: debe cambiarla.

En todo caso, la captura de Ovidio Guzmán en Culiacán contradice la estrategia pregonada: la fuerza pública fue a capturar un cabecilla, en la lógica de la estrategia anterior. Y produjo lo que la estrategia anterior: más violencia, y la desaparición por unas horas del Estado en Culiacán.

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