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La exagerada propaganda para recibir un lote casi de muestrario de 3 mil 500 dosis de vacunas, genera más falsas expectativas, cuyo incumplimiento –tarde o temprano— se revertirá sobre la historia de este gobierno. Hasta hoy su trabajo sanitario  es un rotundo fracaso.

Cuando Marcelo Ebrard, el secretario de Comercio Exterior y Asuntos del Futuro, pasa de la “misión cumplida”, a decretar “el principio del fin”, no hace sino sembrar en la parcela del engaño. No hemos resuelto la epidemia. Punto.

Para recibir el avión de DHL había tantas personas como para agotar sólo ellos, el cargamento cuyo arribo esperaban con guirnaldas y tambores.

No se critica el principio.

Por alguna parte se debe empezar, pero tan definitiva sentencia marceliana ( y de Martha Delgado) sobre el principio del fin, es como cuando Macedonio Fernández (chaparrito y delgado), describió su estatura: “…arranca igual que la de Firpo…”

El mérito de buscar vacunas donde las haya tiene dos caras. Por un lado, la notable diligencia de la secretaría de Ebrard para moverse con rapidez por los mercados farmacéuticos del mundo. Bravo.

Pero por la otra, la tristeza infinita de saber dónde reside nuestro éxito: comprar los productos de otros, porque somos incapaz producto del subdesarrollo. Una empresa privada americana ha desarrollado más conocimiento científico que México en  toda su historia. De ese tamaño.

Pfizer; todos lo sabemos, es la más grande productora de antibióticos del mundo. Es una transnacional, de esas cuya sola pronunciación eriza la nuca de los progresistas expropiadores.

Esa empresa se fundó, por inmigrantes alemanes, en 1849; es decir, poco tiempo después de nuestra guerra contra Estados Unidos. Aquí andábamos recogiendo los escombros del santanismo, y allá se iniciaba la producción de la más grande planta del mundo.

En 1936 un doctor llamado Richard Pasternak, desarrolló un método para sintetizar la vitamina “C” o ácido ascórbico. La planta Pfizer trabajó en su industrialización, 365 días al año, durante siete días por semana. En México se les cierra el paso a los laboratorios privados porque son corruptos.

Hoy nos regocijamos por haber logrado una compra cuyos precios se mantienen bajo acuerdo de confidencialidad, y miramos a la empresa privada estadunidense, un “vampiro multinacional”, como habría dicho Julio Cortázar, como nuestra salvadora, como si el talento consistiera en comprar; no en inventar, descubrir, desarrollar. Trabajar, pues, con el cerebro, no con la demagogia.

Pfizer, la gran trasnacional, es ahora la herramienta de propaganda gubernamental más grande jamás utilizada para encubrir la ausencia de científicos en México. Pero fieles a nuestra tradición de mirar hacia abajo, decimos con orgullo: sí, somos el primer país de América Latina en comenzar la vacunación, el mismo día de Costa Rica.

Los festejos deberían  ser cuando se termine con la vacunación y en verdad se haya controlado la posibilidad de los contagios.

Las fotografías de los diarios en esa luminosa mañana cuando fueron jubilosos al aeropuerto a recibir el embarque, todos tapaditos con sus cubrebocas en la plataforma, son francamente grotescas.  Ahí se ve al señor Jorge Alcocer, Secretario (dicen) de Salud, el menos decorativo de los floreros tetramórficos, mostrando su papelito. Ridículo.

Y la caravana del simulacro, debidamente ensayada, viene a ser otro asunto carnavalesco.

Ya ni hablar de la multiplicada foto de María Irene Ramírez, la enfermera del Hospital Rubén Leñero, a quien la fortuna le deparó el privilegio de ser la primera persona en recibir el salvífico piquete. Si en Estados Unidos la primera aplicación fue para Sandra Lindsay, también una enfermera, aquí lo repetimos.

Pero como Confucio dijo (dicen): un viaje de cien leguas comienza con un paso, y aquí hemos dado el primero. Y eso siempre será mejor. La parálisis no le habría convenido a nadie y para el año siguiente vamos a tener veinte o treinta millones de dosis disponibles. Esa es la buena noticia.

La mala, no van a alcanzar para todos. Mientras treinta millones se protegerán, setenta millones seguirán propagando la infección.

Si ahora no hay vacunas para la influenza, ni para el sarampión, ni para otros males, a pesar de nuestro pasado exportador; ni tampoco medicamentos para los niños cancerosos, ni para los adultos, mucho menos habrá para estos fármacos novedosos cuya distribución mundial va para largo.

Lo peor del asunto no es la inevitable condición dependiente y subdesarrollada. Lo risible es el fasto y el jolgorio.

Antes era pan y circo, ahora vacuna y circo.