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La Comisión Federal de Electricidad vive un momento crucial: necesitamos más luz de parte de la Dirección General.

Al director de la Comisión Federal de Electricidad no le gustan los reflectores. Parece chiste, porque la empresa se dedica a la producción de un flujo que genera luz. Es un dato relevante porque se trata del máximo directivo de una de las cinco mayores empresas de México. CFE tuvo ventas superiores a 353,000 millones de pesos en el 2016 y tiene 92,800 empleados activos.

Jaime Hernández Martínez ocupó la dirección de la CFE en agosto del 2016. Desde entonces ha asumido su rol con mucha discreción. Su estilo marca un contraste con la visibilidad de su predecesor, Enrique Ochoa, y también con la del director general de la otra gran empresa del sector energético, José Antonio González Anaya.

En Pemex se concentran los reflectores y la lupa. A CFE se le pone menos atención. En esto pesa cierta inercia y algo de miopía. Las dos son empresas estratégicas y su desempeño, crucial para la economía. Sus proyectos de reestructura deben ser seguidos con atención. Sus ineficiencias acumuladas han lastrado la competitividad de la economía y generan costos que la sociedad paga.

¿Cómo evaluar lo que ha hecho Jaime Hernández Martínez? El último renglón del estado de resultados indica que la empresa pasó de una pérdida de 93,912 millones de pesos en el 2015 a una utilidad, antes de impuestos, de 85,517 millones. Este dato es positivo, pero no basta para hacer un balance de la gestión de su nueva directiva.

La mejora en los resultados de la CFE refleja un conjunto de decisiones del gobierno para sanear los resultados de la empresa: hay una reducción de los gastos laborales, donde pesa mucho la renegociación del contrato colectivo que concluyó en mayo del 2016. Hay también un incremento en los ingresos que tiene que ver con el reconocimiento por parte de la Secretaría de Hacienda del subsidio a las tarifas eléctricas para los usuarios finales. Jaime Hernández merece crédito por ambos acuerdos, a pesar de que él no era el director general de la empresa. Él fungía como director financiero y mano derecha de Enrique Ochoa. En esa posición tuvo un papel destacado en la negociación con el sindicato y en el planteamiento que la CFE hizo ante Hacienda para el asunto del subsidio.

La evaluación del director de la CFE debe ir más allá de los números que tiene el estado de resultados. Hay otros temas relevantes: Cómo va el proceso de creación de las nueve empresas subsidiarias en las que se ha dividido a la compañía; qué medidas está tomando la CFE para preparase para la competencia frente a jugadores internacionales como Iberdrola y Endesa; qué medidas está tomando para mejorar la productividad; qué planes tiene para mejorar la calidad del servicio; qué riesgos hay en la dependencia de la CFE respecto del gas estadounidense; cómo se vive desde esa empresa el combate a la corrupción y de qué manera está cumpliendo los compromisos en cuestiones ambientales.

Las preguntas anteriores no agotan el mapa de cuestiones. La discreción de Jaime Hernández Martínez es digna de reconocimiento cuando se le contrasta con el afán protagónico (injustificado) de muchos funcionarios. Sin embargo, esta virtud privada del director no contribuye al proceso de entendimiento de lo que está haciendo la segunda mayor empresa productiva del Estado. La CFE vive un momento crucial: necesitamos más luz de parte de la Dirección General.

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