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Entre las consecuencias no buscadas por la prohibición y la persecución de las drogas, una de las más estúpidas e inhumanas es la falta de analgésicos de alto poder para dolores intensos o agonías terminales.

Solo un 2 por ciento de pacientes que requieren opiáceos fuertes los recibe en México, casi todos ellos en hospitales privados.

La inclusión de los opiáceos (morfina, heroína) entre las drogas prohibidas ha inhibido también su uso terapéutico y presenta en México uno de los cuadros más inhumanos de desatención al dolor crónico.

Los mexicanos están condenados a lidiar con el dolor, como si no hubieran cruzado por el siglo 20.

La prohibición, para empezar, encarece extraordinariamente los opiáceos y hace que un tratamiento mensual de sulfato de morfina, cuyo precio podría ser de entre 1.80 y 5.40 dólares, valga en los hospitales entre 60 y 180 dólares.

Pero ni en esos precios puede encontrarse en México en las cantidades requeridas. Nuestro desabasto es crítico. La necesidad de opiáceos en México para efectos terapéuticos es de poco más de 19 mil kilogramos. En el año 2013 se usaron solo 482 kilogramos.

El promedio mundial de consumo per cápita de morfina legal en el año 2000 era de seis miligramos. En México, de solo 0.01 miligramos.

El líder mundial de la guerra contra las drogas, Estados Unidos, consume más de la mitad de la producción mundial de opiáceos para efectos terapéuticos. Entre el año 2000 y el año 2013, el consumo per cápita mexicano representó solo el 0.6% del consumo estadunidense.

En buen castellano: nos importa un bledo el dolor de nuestros enfermos. Los médicos le huyen a los opiáceos porque los opiáceos lindan con el crimen y atraen a la policía.

Lo patético de la virtual renuncia terapéutica a los opiáceos es que México tiene, como todos los países, derecho a la cuota de consumo que requiera, y derecho también a pedir y obtener de la comunidad internacional una franquicia para producir, consumir y exportar legalmente opiáceos, derivados todos de la amapola.

Las cifras mencionadas en esta columna, y muchas cosas más, pueden encontrarse en el imperdible artículo de Saúl López de la Torre: “El derecho a la amapola”, (Nexos, abril 2016) junto con una sorprendente exploración de la posibilidad de legalizar el cultivo de amapola y la producción de opiáceos en México.

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