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Una de las más grandes contradicciones que puede haber en el mundo contemporáneo ocurre en Venezuela.

El país con las más grandes reservas petroleras probadas del planeta es hoy una de las naciones más pauperizadas del mundo. Con 300 mil millones de barriles garantizados y una población muriendo de hambre.

Ese país sudamericano no sólo no supo administrar su riqueza y usarla para crecer, sino que les abrió la puerta a los peores delincuentes que en el nombre de una mejor república socialista los ha llevado a una crisis humanitaria.

El otro modelo que está en el extremo opuesto es el noruego. Una nación petrolera que se enfrenta a vivir en un clima inclemente, pero que decidió que todas las ganancias obtenidas de la venta de los hidrocarburos las concentraría en un fondo independiente del gasto público.

En 1990 se creó en ese país nórdico un fondo petrolero de contingencia, que hoy se llama Fondo de Pensiones del Gobierno Global (FPGG), que tenía el objetivo central de financiar infraestructura para ese país y tener recursos disponibles en caso de una caída del mercado petrolero. Vamos, dinero para los tiempos de las vacas flacas.

Pero fue tan exitoso el manejo independiente del fondo que tuvo recursos suficientes para invertir en la industria energética de todo el mundo con tal nivel de rentabilidad que hoy el FPGG otorga más utilidades que la venta misma del petróleo noruego.

Y tenemos también el modelo mexicano. Donde después de varias crisis económicas este país aprendió a diversificar sus exportaciones y dejó de depender de la venta externa de petróleo. Eso dio forma a tener, por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Pero no se cambió a tiempo el esquema de dependencia fiscal de las ganancias del monopolio petrolero. Los ingresos de Petróleos Mexicanos (Pemex) no se reinvirtieron adecuadamente, no se guardaron para tiempos de crisis y se destinaron al gasto corriente. La mayor parte de ese dinero de despilfarró.

La reforma energética del gobierno que ya se va, y que afortunadamente no está en la mira del próximo gobierno, cambió la suerte financiera de este importante sector. Sin embargo, el proceso de cambio es tan largo que los daños provocados por décadas de derroche hoy tienen consecuencias funestas.

Con este escenario, el futuro gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene dos caminos. Actuar bajo el modelo noruego y permitir que las empresas privadas continúen con sus inversiones, tal como lo permite hoy la reforma energética.

Debería considerar colocar en bolsa parte del capital de Pemex y dejar al mercado la decisión de si son rentables o no la construcción de refinerías para lograr una quizá innecesaria autonomía en la producción de gasolinas.

O bien optar por el modelo venezolano, echarse para atrás en la hamaca del populismo, fingir que no pasa nada y gastar a manos llenas lo poco que le queda a Pemex en un gasto corriente que satisfaga las promesas de campaña durante algunos pocos años antes de que los desequilibrios fiscales acaben por mandar a la petrolera y a la economía mexicana en su conjunto a la quiebra.