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No puedo —me dije— dejar pasar la ocasión sin escribir sobre la última gran estrella de la época de oro del cine nacional. Me acordé de una anécdota que me sucedió con ella y que platico cuando tengo que poner un ejemplo de cómo una artista está consiente de su importancia estelar y la manera que la defiende y la impone. Pero la anécdota es pequeña.

Además, aparte de ese suceso no puedo decir que fui su amigo aunque siempre que la veía —y la vi muchas veces— la saludaba con respeto.

Luego recordé que mi amiga Talina Fernández —q.e.p.d— me regaló un libro cuyo contenido son unas charlas que sostuvo con la señora Pinal, dónde la primera actriz le contó algunas confidencias y anécdotas. De éstas resumiré dos:

El éxito de Viridiana, producción del que fuera su marido Gustavo Alatriste, con la dirección de don Luis Buñuel, la hizo vivir un éxito internacional como jamás lo había soñado. Le contó a Talina: “De ver que un día nadie me pelaba, y que después ¡ah! la actriz de Buñuel. De pronto, ver que yo caminaba por La Croisette, creo que así se llama la calle más importante de Cannes y todo el mundo iba detrás de mí, que te digo yo, 20 periodistas… Me iba yo a lavar el pelo para peinarme en el salón de belleza y los periodistas ahí; me fui a comprar el vestido para recoger las Palmas de Oro y los periodistas ahí; me fui al casino a apostar mientras esperaba a Buñuel (que fue a alquilar un esmoquin) y ahí estaban todos, ¡cómo lo voy a olvidar! Jamás. La noche de un día maravilloso. Menos cuando llegó el final, y no recogimos la Palma de Oro porque no nos dejaron entrar. No traíamos invitación”.

También le contó a Talina que el gobierno de Franco consideró la película anticatólica y mando quemarla. Afortunadamente, el doblaje lo habían realizado en Francia donde quedaba una copia master que Silvia se trajo a México: “me la traje en el brazo, colgada, porque no había permiso de importación, no había nada”.

En el tiempo de las charlas reproducidas en el libro Silvia estaba casada con Tulio Hernández, gobernador de Tlaxcala. Silvia fue una Primera Dama estatal que no le costó dinero al erario. Al contrario “es una satisfacción muy grande para mí que incluso haya yo donado dinero: yo fui e hice la Señorita de Tacna y todo el dinero que se recuperó, menos los gastos de los actores, el camión y los técnicos, yo no me llevé un centavo, fue todo para ellos. Se quedaron casi un millón de pesos para el asilo de ancianos (…) Para mí es una satisfacción y he pasado por Tlaxcala dejando mi cariño, mi colaboración, si es que me la piden. Lo que me han pedido lo he hecho”.

En 1970, estaba al aire con éxito en televisión, la serie “Silvia y Enrique”, el escritor de la misma era Mauricio Kleiff quien por motivos que no vienen al caso, dejó de escribirla por un tiempo. El productor Humberto Navarro, nos pidió a César González y a mí que le echáramos la mano con los libretos. Confieso que a mí los personajes interpretados por Enrique me parecían más graciosos y les ponía la mayoría de los remates de los sketches. Así pasaron ocho semanas hasta que me llamó la señora Pinal y me dijo (textual): “señor Ajenjo, le quiero decir que aunque seamos marido y mujer, el programa se llama “Silvia y Enrique”. Se lo digo porque usted ha escrito el programa de “Enrique y Silvia”. Por favor, la próxima semana quiero que escriba “Silvia y Enrique. ¿Me entiende?” A la siguiente semana escribí “Silvia y Enrique”. Esa vez el que me reclamó fue Enrique. En esa época me sobraba trabajo, dejé la serie.

En paz descanse la gran Silvia Pinal.