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Cuando descubres que algo pone en riesgo tu sensación de control, acudes a la negación. Algo así como un sistema de alerta, un mecanismo que deja al descubierto tu falta de reconocimiento y aceptación que no todo lo que tú crees, piensas y dices es la única verdad.

Sucede que cuando negamos algo, es porque no tenemos la capacidad de reconocer que lo que se vive está resultando complicado o difícil de manejar, entonces evitas la realidad de lo que te sucede y minimizas las probables consecuencias.

Más aún si el problema incluye a más 166 mil mexicanos que han muerto a causa del Covid con casi 2 millones de casos de contagio, y no porque sucediera sin poder impedirlo, sino porque la supuesta estrategia planteada para rescatar al país de un escenario terrible con miles de muertos diarios, no ha funcionado.

La cuarta transformación ha venido para deteriorar la imagen de nuestro país ante el mundo entero, y lo peor aún es que solo ha sumado muertes e ineficacia ante los problemas diarios e incesantes de un país como el nuestro.

Andrés Manuel López Obrador volvió tras dos semanas de no aparecer en las conferencias mañaneras, y regresó de mal humor, arrogante y pretencioso para tomar el micrófono y afirmar que continuaría con su actitud de omnipotente y que no utilizaría el cubrebocas.

Recomendación por los máximos expertos de salud en el mundo y en la OMS, no una indicación por su amigo y pupilo López-Gatell.

En el supuesto que sí haya contraído el COVID-19, debería de ser una acción inmediata portar el cubrebocas para continuar su proceso de recuperación y por ende, proteger a su equipo de trabajo, a los periodistas y a su familia. Vaya, sería un acto irracional no hacerlo.

Por ello recurro a la búsqueda de las distintas imágenes que se han publicado en donde el presidente de nuestro país sí ha tenido que utilizar el cubrebocas, es decir sí puede hacerlo, pero solo cuando el tema es una cuestión de obligación, como el de volar en una aerolínea privada o viajar a Estados Unidos.

La imagen que elegí entre todas, tomando en cuenta un video en donde se le ve caminando por uno de los patios internos de Palacio Nacional portando uno, es esta en donde subía a un avión para viajar hacia Acapulco a la reunión de gabinete de seguridad, acompañado de su familia.

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El presidente López Obrador al abordar un avión hacia Acapulco. Foto de Pedro Domínguez

Lo vemos con camisa blanca y con un cubrebocas que le abarca toda su nariz hasta debajo de la barbilla. Es decir, “sí se puede”.

La mirada del pasajero a su izquierda es la mirada que nos representa a todos los mexicanos, la sorpresa y el asombro de quien insiste en mostrar distintas personalidades dependiendo del lugar en donde se encuentre.

Es decir, las decisiones del presidente se basan en un tema de territorialidad y no en función del bienestar y mejoría de salud de todos los mexicanos.

Sus contrariedades se tornan incoherentes, no lo quiere usar, pero lo usa.

Como una paradoja diaria, una imprecisión más en sus actos por querer ser “diferente a los demás” cuando en realidad resulta siendo el peor de todos.

Si tan solo dejara de lado la creencia que el bienestar individual de cada ciudadano mexicano es algo que no merecemos por nuestro pasado político e idealista, la situación sería otra.

Andrés Manuel es el de la foto, el que hace lo que quiere cuando le conviene, pero sabe bien que, si no le queda de otra, lo hará, pero sin ver a los demás. Él no tiene tiempo ni capacidad para observar a los mexicanos a su alrededor, los vivos y los muertos.

Camina por el pasillo del avión sabiéndose mirado y acorralado, porque de lo contrario no podría subirse al vuelo, entonces no ve. Pero pasa lo contrario cuando camina en eventos oficiales o en la propia mañanera o cuando sabe que hace lo que quiere, entonces mira a todos, les sonríe, les saluda y se muestra todo lo opuesto a la imagen, la mera negación.

Tenemos a un presidente antagónico, adversario de sí mismo, incoherente y disonante entre lo que dice, hace y propiamente, de lo que le conviene.