Elecciones 2024
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Mientras me cae el 20 de todo lo que he leído en los periódicos de ayer y hoy, —martes y miércoles—; mientras asimilo la información que me deprime porque al parecer el país se desmorona: un gobierno insensible a los reclamos de la sociedad harta de corrupción e impunidad, que politiza la justicia, rehúye el diálogo y tiene abiertos varios conflictivos frentes, como el de los maestros, que ya produjo una cuota de sangre. Inclusive, la siempre alineada con el gobierno Iniciativa Privada se rebela al grado de forzar al presidente a cancelar, “hasta nuevo aviso”, la promulgación de las leyes del Sistema Nacional Anticorrupción.

Mientras me enteró por los medios de comunicación y por el alza generalizada en los precios de toda clase de mercancías de que nuestro peso se ha depreciado 16% en tan sólo un año… y contando, a decir de los que saben del tema.

En fin, al tiempo que me doy cabal cuenta de lo lejos que Jauja está de mi domicilio, me instalo en el túnel del tiempo para viajar al siglo pasado, concretamente al año 1961. (“Aprovecha para hacer compras” —me recomienda mi mujer, que sabe que en esa época todo era barato—).

Ya emplazado en el mero principio de la década de los añorados 60, informaré al lector que el programa más popular en la incipiente televisión es la serie doblada al “puertorriqueño” Perry Mason, que trata sobre un abogado que, mediante sus conocimientos legales, sus capacidades retóricas e histriónicas y la ayuda de su secretaria y de un detective privado, gana todos los juicios orales en los que participa.

Dicho lo anterior, ahora me veo como el estudiante que iba a cursar el primero de los dos años en los que, por entonces, se estudiaba la preparatoria y que se denominaba “bachillerato único”, que de único no tenía nada porque en contraposición con su nombre consistía en que a partir de esa instancia de educación media superior, los estudiantes escogíamos una carrera universitaria específica; de forma tal que toda la clase estudiábamos un tronco común de materias y, después, los alumnos nos dividíamos en grupos menores, según la carrera elegida, y recibíamos conocimientos acordes con la profesión que pretendíamos estudiar. Yo me inscribí en el bachillerato de leyes porque pensaba ser un abogado al estilo Perry Mason. Mi desilusión vino a las pocas semanas de iniciados los cursos cuando un profesor, el bien recordado licenciado Lezama, nos informó que en nuestro país no se hacían juicios públicos.

Eso no tuvo nada que ver para que no fuera yo abogado. La anécdota que me hizo viajar por el tiempo la recordé al enterarme de que gracias a la implementación del Sistema de Justicia Penal Acusatorio (SJPA), a partir de ahora, en todo el país, 100% de los juicios penales serán orales. Lo que significa que quien imputa y quien defiende contarán con la presencia del juez en todas las etapas del procedimiento. ¿Será posible eso?

Barandilla

No sé si como parte de la convención cinematográfica y teatral —norma que admite la alteración de la vida real en una película o en una obra de teatro— o como reflejo de una antigua realidad, han existido en el cine y en el teatro juicios llamados de barandilla: sustantivo que se usa para describir la barrera que debe existir entre los ciudadanos querellantes o acusados y la autoridad ministerial: agentes del Ministerio Público o jueces calificadores.

Uno de estos juicios lo tenemos en la película Ahí está el detalle, protagonizada por Cantinflas, en la que lo confunden con un torvo asesino (Leonardo del Paso). Hay una escena muy buena: cuando el cómico, sentado, precisamente con la barandilla a su espalda y flanqueado por dos policías, les pregunta a uno y otro: “¿A qué horas llegará el señor juez? Quién sabe. ¿Adónde fue? Qué le importa. ¿Cómo que qué le importa? No me falte usted al respeto, si no soy cualquier cosa, soy el acusado. Total si no va a venir, hubiera dicho y mando a otro en mi lugar. No que en esta forma nomás está uno perdiendo el tiempo. No hay derecho. Falta de educación. Yo allá afuera tengo otro detalle”.

También Antonio Espino, Clavillazo, hacía un sketch en la barandilla de una demarcación de policía adonde llegaba detenido por un gendarme al que acompañaba un actor que era la parte acusadora. Antes que a Clavillazo, el juez tenía que juzgar a un hombre al que un ciudadano culpaba de haberse robado su caballo. El acusado se defendía: “Señor juez, ese caballo no me lo robé, lo que pasó es que yo lo conocí cuando era potrillito, pasé junto a él, el animalito me reconoció y se fue conmigo”. El juez absolvía al presunto ladrón porque él no se llevó al caballo: éste lo había seguido. De esto se da cuenta Clavillazo. En su turno, el juez pregunta: ¿De qué se le acusa a este individuo? Señor juez, dice el acusador, soy músico y este tipo me robó el instrumento que toco, se robó mi contrabajo. A lo que el cómico replicaba: Es que yo lo conocí cuando era violincito.