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En España, la única manera como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) pudo cumplir su sueño de regresar al poder fue a través de aliarse con los grupos más radicales, incluso algunos de los que buscan romper la unidad territorial de ese país, para ganar la moción de censura que le costó la Presidencia al Partido Popular (PP).

No acababa Mariano Rajoy de hacer sus maletas para salir de la Moncloa cuando los extremistas ya pedían su tajada al presidente socialista Pedro Sánchez.

La formación populista Podemos no pedía, exigía al PSOE que le diera el control de los medios de comunicación del estado, que soltara recursos presupuestales para aumentar pensiones, dar permisos de paternidad más amplios, en fin.

Los separatistas catalanes del Partido Demócrata Europeo Catalán, que aportaron votos para sacar al PP, pusieron un ultimátum de dos semanas a Pedro Sánchez para que avance en el camino de la independencia de esa provincia española.

Y los nacionalistas vascos del PNV quieren un manto protector presupuestal y político por parte del nuevo gobierno.

En España a esta rara mezcla que accedió al poder le llaman el gobierno Frankenstein y no es para menos.

Allá los españoles y sus crisis políticas, que acá tenemos las nuestras y la realidad es que no estamos lejos de una mezcla impresentable que pretenda hacer gobierno.

En esa ambición del poder de Andrés Manuel López Obrador, ha conformado una amalgama que simplemente no logra fraguar en una alternativa presentable de gobierno.

Hay fanatismo, hay enojo, hay muchos sentimientos desbordados que mantienen a López Obrador con amplias posibilidades de ganar la Presidencia, pero no hay un razonamiento de cómo gobernaría en caso de llegar al poder.

El Partido del Trabajo quiere lucir una máscara de partido comunista, al tiempo que el Partido Encuentro Social no tiene empacho en presentarse como una opción confesional, de extrema derecha.

Y Morena es un caballo de Troya donde todos profesan la religión lopezobradorista, quien a su vez es una mezcla del populismo de los 70, con ideas mesiánicas propias de una secta y toques del socialismo del siglo XXI venezolano.

Para muestra, un botón: “¿Quién chingados le dijo a (Alfonso) Romo que somos nos (nosotros)?”. Ésta es la expresión que lanzó Paco Ignacio Taibo ante los mensajes de moderación del empresario Alfonso Romo. Taibo reiteró que Morena tiene aprobado echar abajo la reforma energética. Punto.

¿Cómo podría Guillermo Ortiz Martínez ser secretario de Hacienda cuando rondan los extremistas como Gerardo Esquivel o John Ackerman planteando ideas que deberían ser inaceptables para el exgobernador del Banco de México?

Hay una clara lucha entre los que quieren llegar a romperlo todo y los que se pueden presentar como prudentes.

La guía no pueden ser los discursos de López Obrador porque la estrategia es divagar. Pero si atendemos a los libros que ha firmado, ahí se ve que los que llevan mano son los populistas radicales.

¿Cómo podría formarse un gobierno con aquellos que respaldan la disciplina fiscal y los que quieren gastar a manos llenas? ¿Cómo conciliar entre los que defienden la continuidad de las reformas estructurales, como la educativa o la energética, y los que quieren hacer una purga al estilo soviético?

Seguro que las primeras cabezas que rodarían en ese gobierno serían las de los moderados que hoy hacen el papel de tontos útiles en la labor de tratar de convencer a los que tienen miedo al extremismo que se esconde tras la piel de oveja del “amor y paz”.