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El fin de semana pasado se llevó a cabo la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en Washington, DC, con la asistencia de los ministros de finanzas y dirigentes de bancos centrales de las principales economías.

Por primera vez en muchos años, el tono de las discusiones sobre el entorno económico fue optimista. Entrada en su noveno año de lenta recuperación, la economía global parece por fin haber salido de su letargo para doblar la esquina y dejar atrás el constante riesgo de recaída.

La digestión del gran problema de apalancamiento que generó la crisis del 2008-2009, en combinación con factores estructurales como el envejecimiento de la población y una disminución en la productividad, provocaron una falta de dinamismo en las economías desarrolladas a pesar de los grandes estímulos monetarios.

Esta falta de dinamismo en las economías desarrolladas provocó un estancamiento de la demanda agregada a nivel global e impactó a los grandes exportadores del mundo emergente. Sin embargo, la recuperación global ha entrado en una nueva fase de crecimiento más amplia y robusta, impulsada por la actividad industrial y el consumo.

Después de un estancamiento multianual, los salarios reales por fin han empezado a crecer en la mayoría de las economías desarrolladas. Esta situación, aunada a la pujante creación de empleos, ha contribuido a un fuerte incremento en la confianza del consumidor, tanto en las economías avanzadas como en el mundo emergente, y ha contribuido a una aceleración de la demanda agregada a nivel global.

Esta situación ayudó a mejorar el problema de capacidad ociosa y productividad estancada y también a continuar con el saneamiento de las finanzas públicas de varios países.

En su más reciente actualización de estimados, el FMI revisó sus proyecciones de crecimiento global al alza, tanto para el 2017 (de 3.5 a 3.6%) como para el 2018 (de 3.6 a 3.7%) derivado principalmente de mejorías en la perspectiva de crecimiento en la eurozona y Japón, y de una desaceleración menor a la esperada en China.

Estas proyecciones incluyen el impacto positivo de una posible reforma fiscal en Estados Unidos (EU) en el 2018. De no darse esta reforma, las cifras del 2018 podrían ser revisadas a la baja.

Sin embargo, existen otros factores negativos que vienen en ascenso y que podrían tener consecuencias negativas sobre la recuperación. Existe una clara identificación de riesgo geopolíticos en varios frentes y cierto nivel de incertidumbre sobre el impacto de la normalización de la política monetaria de los principales bancos centrales.

En el ámbito geopolítico hay varios frentes que podrían deteriorarse, pero hay dos específicos que generan mayor preocupación.

El primero es un posible conflicto nuclear entre Estados Unidos y Corea del Norte. El segundo es el proteccionismo y una posible guerra comercial como resultado de la obsesión de la administración Trump con reducir el déficit comercial de EU.

En este tema, los ojos del mundo estarán muy atentos al desenlace de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

En cuanto al tema de la política monetaria, la Reserva Federal (Fed) ha sido muy clara en el plan de reducción de su balance y en su intención de elevar las tasas de interés en diciembre de este año, y en tres ocasiones más durante el 2018.

Sin embargo, los mercados siguen descontando un escenario menos agresivo.

A esta incertidumbre hay que añadir el posible cambio en la presidencia de la Fed y el riesgo de un sesgo más restrictivo derivado de este.