Elecciones 2024
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En la escuela, el maestro pasa lista. Conforme los alumnos se reportan presentes, deben agregar la profesión de sus padres. Así lo hace Luisito, quien informa que su papá es arquitecto. Juanito expresa que su papi es gerente de una fábrica. Fernandito notifica que el suyo es comerciante. Paquito dice que el autor de sus días es médico. Cuando a Pepito le toca su turno, manifiesta que su padre es travesti, trabaja en un centro nocturno de la zona roja de la localidad donde imita a Paquita la del Barrio y a La Tesorito. La clase se escandaliza. En el recreo, Sergio, el mejor amigo de Pepito, quien lo conoce a la perfección le reprocha: ¡Qué mentiroso eres! ¡No es cierto que tu jefe sea travesti y menos que trabaje en un cabaret! ¿Por qué dijiste eso? Porque eso me da menos pena que decir que mi papá es el secretario del Comité Ejecutivo Estatal del PRI.

Este chiste no lo traigo a esta columna como novedad. Desde hace algunos años anda por ahí de boca en boca.

Por supuesto que, por sus características genéricas, el chiste narrado es una exageración de la realidad. Pero a menudo reflexiono sobre lo que pensarán y sentirán, en la vida real, los hijos de funcionarios públicos al enterarse a través de los medios de comunicación que sus padres son acusados de hacer mal uso, para su beneficio, del dinero público o de ejecutar negocios al amparo del cargo político que desempeñan. Es posible que el padre les explique a sus vástagos: “Así de ingrata es la política, por hacer las cosas bien para beneficiar al pueblo, te haces de enemigos que tratan de desprestigiarte”. “Su padre –dirá mamá a la nena y a los muchachos-, es víctima de una calumnia. Es una infamia lo que dicen de él. Él es un ejemplo de lo que debe ser la honradez en la política”. Si los hijos son adolescentes o ya pasaron esta fase de la vida, es probable que por conveniencia hagan suya la mentira que sus progenitores les han dicho; sin dejar de, íntimamente, poner en duda el auge económico familiar de los últimos años: los terrenos que recién conocieron y que hace cuatro años no poseían, la casa en la playa o el rancho con lago artificial y toda la cosa; además de los recursos económicos para estudiar en el extranjero –lejos del bullying local.

Hijos como los aquí descritos, conforme crezcan rodeados de confort, de influencias en la escala social y política y con el alto nivel de vida que les proporcionan las corruptelas de su padre, perderán, si es que la tuvieron, la vergüenza por la deshonestidad de éste. Al primer carro de gran lujo o al primer yate o al tercer vuelo intercontinental privado, la decencia, que mamaron a cuentagotas, se trocará en admiración por ese ser que, a pesar de que en más de una ocasión ha estado con un pie en la cárcel, se sigue jugando honra y prestigio para proporcionarnos lo mejor. Amo a mi papi.

Hasta aquí mi narrativa ha tenido como referente a los hijos adolescentes o de mayor edad de los políticos comprobadamente corruptos aunque impunes.

Ahora la pregunta es: ¿Qué pasa con los hijos pequeños de un político corrupto? Mas aún si el susodicho es prófugo de la justicia. Me refiero, concretamente, a los tres hijos del matrimonio formado por Javier Duarte de Ochoa y Karime Macías Tubilla. No pude saber con exactitud la edad de los niños. Sin embargo, encontré en Internet https://www.youtube.com/watch?v=OEx9FQVvTMU imágenes del último grito de la Independencia que dio en Xalapa el hoy fugitivo la noche del 15 de septiembre del año pasado. Estuvo acompañado por su mujer y sus tres hijos, Javier, Carolina y Emilio. Calculo la edad de los niños entre los 11 y los 12, los 9 y los 10 y los 5 y los 6 años, respectivamente. Contrasta la solemnidad de la pareja Duarte Macías, frente a la bandera nacional, con la rapacidad que ya se les atribuía. ¡Qué hipocresía! Qué tristeza la de los tres infantes admirando a su “patriota” padre enarbolar la enseña tricolor y gritando: ¡Viva México!

Se sabe que los tres niños han quedado bajo la custodia de sus abuelos, suegros del gordito en fuga. ¿Qué les dirán a los niños sobre la ausencia de sus padres? ¿Qué tanto sabrán sobre la corrupción de ellos? ¿Irán a la escuela? Si así fuera, ¿cómo los bulearán sus compañeros de clase que, por sus padres, algo deben saber? ¿Tomarán clases particulares? ¿Le pondrán a Javiercito de tarea escribir mil veces diarias la frase: “Mis padres son inocentes” y a Carolina lo mismo pero con la frase: “No los agarrarán”?

Compadezco a los niños Duarte Macías y siento pena ajena por sus padres. Tres hijos, su futuro y la tranquilidad en sus vidas valen mucho más que todas las casas, las joyas y el dinero adquirido de manera ilegal y, sobre todo, demencialmente.

Oí por ahí

Cuando tienes razón y pides perdón eres honesto, cuando no estás seguro y pides perdón eres sabio, cuando tienes razón y pides perdón eres casado.