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El primero que pedía cambios estructurales que permitieran tener una inflación más baja era Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, quien tanto se quejaba, por ejemplo, de que los precios de los energéticos tuvieran una inflación hasta cuatro veces superior al índice general.

Y ahí está el titular del banco central mexicano alabando la reforma en telecomunicaciones que sin duda ha permitido un cambio en la estructura de la inflación, tanto que hoy está justo en el nivel con el que tanto ha soñado Banxico de 3%, sin la letanía posterior del más-menos un punto porcentual.

La reforma energética empieza a dar sus primeros gustos monetarios con la baja en las tarifas de la electricidad que ya pintan en la inflación general que mide el Inegi.

Claro que en la baja de los precios hasta esos niveles tan esperados han contribuido algunos productos agrícolas, en especial el jitomate, tan volátil como consumido en este país.

Pero lo que hoy debe cuidar el Banco de México es que la depreciación del peso frente al dólar no le pegue a la inflación.

Ya empiezan las evidencias en la medición de los precios de que puede haber ya un traspaso. Porque si bien la inflación general está en el nivel más bajo desde mayo del 2006, hay que ver las mercancías no alimenticias dentro de la inflación subyacente que ya tuvo un aumento mensual de 0.59%, a diferencia de la cero inflación del año pasado.

El mercado cambiario mexicano ha ganado una enorme madurez, hay la claridad de que se trata de un problema de la fortaleza del dólar estadounidense frente al mundo y no un problema del peso, pero la depreciación del peso y sus niveles cercanos a los 16 ya atrajo la atención de los que aman el escándalo y ya hasta se lo quieren adjudicar al gobierno de Peña Nieto como un fracaso de su administración.

Si la paridad atrae la atención de la opinión pública, sí se puede generar una sensación generalizada de que efectivamente la inflación tiene que subir porque el peso se devaluó.

Llegó el momento de que la Comisión de Cambios, que integran el Banco de México y la Secretaría de Hacienda, se dejen ver y manden mensajes. Incluso, puede ser el momento de hacer algo adicional para apuntalar la salud cambiaria, como lo han hecho otros tantos países emergentes.

Adelantarse a la Reserva Federal a subir las tasas de interés cuando hay una diferenciación positiva para México con respecto a otros países emergentes sería desaprovechar los últimos momentos del financiamiento barato que prevalecen para un gobierno que tiene una buena carga de deuda pública.

Pueden acortar el margen de intervención en el mercado y soltar más dólares para aumentar la liquidez después de un porcentaje menor de depreciación.

No hay que defender una paridad, pero sí hay que tener claro que en los mercados fácilmente pueden tomar como rehenes a las monedas emergentes para aprovechar la fortaleza del dólar y hacer ganancias cambiarias con cargo a las economías de esos países.

Un mensaje, una reacción a tiempo tiene más efectividad que un arsenal cuando ya es demasiado tarde.