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Algo debe saber la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) del comportamiento de la economía mexicana que el resto no tenemos claro.

No hay otra manera de validar el único pronóstico de una institución financiera de ese tamaño que anticipa para este año un crecimiento cercano a 4 por ciento.

Apenas hace un par de días el Banco Mundial (BM) acaba de revisar a la baja su estimación de crecimiento del Producto Interno Bruto mexicano de 3.5 a 3.3 por ciento, una disminución que acompaña a una expectativa menos optimista del crecimiento mundial.

El BM ya no cree más que el mundo pueda crecer 3.4 por ciento, ahora se ubica en 3 por ciento el pronóstico del organismo internacional con sede en Washington, D.C.

El pesimismo recae con más fuerza sobre todo en las economías de Europa y de Japón, que no logran un despegue económico, a diferencia de Estados Unidos, donde el pronóstico alcanza 3.2 por ciento, que es un muy buen dato para una economía de ese tamaño.

Y en ese escenario, la OCDE y su secretario general, José Ángel Gurría, dejan ver ese amor que le tienen a México con un pronóstico de 3.9 por ciento, recargado en el efecto positivo que esperan ver de las reformas estructurales.

Desde la OCDE ven como una ventaja tener garantizados los ingresos petroleros vía las coberturas contratadas para este año. La letra pequeña de tan optimista visión remite a la implementación a plenitud de los cambios estructurales logrados y a la implementación de una segunda ola de cambios que toquen aspectos de aplicación de las leyes y búsqueda de un estado de derecho. Como sea, el priísta José Ángel Gurría se vuela la barda y se pone por arriba del estimado de la Secretaría de Hacienda.

El BM, por el contrario, advierte que la baja en los precios del petróleo, la volatilidad financiera que se mantiene y el entorno político que se vive en el país son factores que pueden limitar la expectativa de crecimiento.

Si algo no quisiera hacer el gobierno federal es hablar de reducción en las expectativas del crecimiento, sobre todo porque llevan dos años, sus dos primeros años de gobierno, de rotundos fracasos en sus estimaciones.

Sin embargo, a pesar de que las reformas son definitivas para que México pueda crecer más, no es el mejor momento para la implementación de los cambios en materia energética, al menos no en su vertiente petrolera.

Y sí, la baja en los ingresos por la venta de hidrocarburos va a limitar los ingresos públicos y, como este miércoles publicó nuestro diario, desde la Secretaría de Hacienda ya se afila la tijera para limitar los presupuestos tanto de Pemex como de la Comisión Federal de Electricidad. Eso no ayuda a crecer en el sector estrella del sexenio.

Y peor que eso, a pesar de que el gobierno federal alinea empresarios para que hablen maravillas de la reforma fiscal, la verdad es que el impacto tributario no ha permitido el restablecimiento de los niveles de confianza y de consumo de los agentes privados.

Ojalá que cuando llegue el final del año la OCDE pueda callar la boca a toda la bola de pesimistas que poco a poco revisan a la baja sus estimaciones de crecimiento del PIB y que efectivamente México haya crecido a 4% y no menos, mucho menos de lo que hoy se pronostica.