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Cuando hace tres meses la Secretaría de Hacienda revisó su estimación de crecimiento para este año de 3.9 a 2.7 por ciento, daba la sensación de que la autoridad había optado por un baño de realismo y se había ubicado en la parte pesimista de las estimaciones.

Sin embargo, la terca realidad acabó por volver a dejar solos a los responsables de las finanzas públicas en la parte más alta de los optimistas. Porque hoy 2.7 por ciento es algo muy cercano a lo imposible, a pesar del discurso de que ahora sí estamos creciendo de manera acelerada.

El Banco de México suele presentar su informe trimestral de la condición económica antes del anuncio oficial del INEGI del Producto Interno Bruto (PIB) trimestral y eso calienta los ánimos para cuando la Secretaría de Hacienda puede salir a dar sus consideraciones.

Banxico toma la expectativa de crecimiento como un rango accesorio a su misión central, que es cuidar el poder de compra de la moneda, pero el poder del banco en momentos de un despegue económico ausente se vuelve muy evidente.

El gobierno federal tiene que esperar a conocer los datos oficiales del comportamiento económico antes de cambiar o refrendar sus estimados, básicamente porque lo que Hacienda determine sí puede mover los presupuestos.

No se trata de condenar a los responsables de las finanzas públicas por su mal tino prospectivo, porque al final son muchos los factores que intervienen en la posibilidad de que se pueda cumplir o no con una meta.

De hecho, las estimaciones mundiales se mueven con frecuencia ante los más diversos hechos. Nadie esperaba, por ejemplo, que esta semana se determinara que la tercera economía más importante del mundo entró en una recesión técnica, pero Japón finalmente cayó ante lo arriesgado de su plan de choque.

Hay decisiones internas que sí se pagaron con menor crecimiento como la carga fiscal adicional derivada de la reforma fiscal vigente este año, a cambio de pretender que el gasto público supliera ese impulso económico, algo que claramente no sucedió.

Pero también cuenta la amenaza recesiva de Europa, la volatilidad financiera que ha tirado el precio del petróleo y ha elevado el precio del dólar. La incertidumbre respecto a los tiempos de la Reserva Federal para iniciar un proceso de alza en las tasas de interés.

Y claro, la inseguridad, la violencia, la impunidad presentes que condicionan la confianza y el ejercicio del gasto privado.

Debe pesar mucho a cualquier gobierno llevar un récord de dos años consecutivos de bajas en los pronósticos y debe aumentar las presiones internas para tratar de minimizar el impacto de esta falla.

Uno de los mecanismos de control de daños es promover que ahora sí la economía crece de manera dinámica para cerrar bien el 2014 y empezar mejor el 2015.

Sin embargo, está claro que el tratar de llevar a la opinión pública un discurso marcadamente optimista no acaba por mejorar el propio desempeño económico, por una razón muy simple: la razón es terriblemente necia.