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Las sanciones económicas están a la mitad del camino entre la diplomacia y la guerra. Las sanciones contra Rusia son severas y tienen como objetivo estrangular su economía. La asfixia aspira a ser financiera, tecnológica, logística y hasta simbólica. Es el sistema SWIFT y el congelamiento de los fondos de los oligarcas, amigos billonarios de Putin; la suspensión de operaciones con Rusia de las dos principales navieras de carga del mundo, MSC y Maersk; la decisión de procesadores de chips como AMD de no venderles semiconductores; Boeing y Airbus los privarán de acceso de refacciones para sus aviones… en lo simbólico, tenemos a la FIFA sacando a Rusia del Mundial en versión e-sports, Disney que no llevará a Rusia el estreno de Batman ni otras películas y la Federación Internacional de Judo sancionando a Putin, que es el judoka más famoso del mundo.

Desde los tiempos del apartheid en Sudafrica, ningún país había enfrentado una presión económica así. El estrangulamiento, dicen, equivale a 1 billón de dólares (millón de millones). Si el esfuerzo es sostenido y no se abren fisuras entre los países que lo promueven, podría ocasionar una caída del PIB ruso que va del 7 al 15 por ciento. Tremenda para una nación que no ha terminado de resolver la crisis que trajo el covid.

¿Se quedará Rusia con los brazos cruzados? En los planes de Putin, no estaba presupuestada una resistencia como la que ofrece Ucrania ni una ofensiva económica de occidente de tal magnitud (aunque en la compra-venta de petróleo y gas no se ha cerrado la llave). El hecho es que Putin no puede ni quiere dar muestras de debilidad y está doblando la apuesta en el frente militar. Necesita que la guerra acabe pronto y comenzar con lo que sigue: el rediseño del mapa de Europa del Este.

Más allá de lo militar: ¿qué opciones tiene Rusia frente a un bloqueo económico? Anne Applebaum, historiadora y periodista, ganadora del premio Pullitzer nos abre la puerta a una hipótesis interesante: la alternativa es comerciar con otros países que han sido marginados de los circuitos del comercio, por ejemplo, Bielorusia, Siria, Irán, Venezuela, Cuba, Mianmar, Afganistán, Nicaragua, Pakistán, Corea del Norte, Angola…

Estos países no tienen que ser grandes amigos entre sí para participar de una red paralela de intercambios a los que Applebaum llama Autocracy Inc. Por violaciones serias y reiteradas en derechos humanos, fueron privados del acceso a los mercados de Europa y Estados Unidos, pero encontraron que había vida después de entrar a las listas negras. Han desarrollado este circuito alternativo para romper el aislamiento que producen las sanciones de “Occidente” y han encontrado la manera de resolver algunas de sus necesidades de abastecimiento. Este club “de los rechazados” es pequeño, pero crece rápido, en la medida en que vivimos una era de regresión democrática, un periodo de progresión del autoritarismo.

Es una red de apoyo que incluye la solución de problemas no económicos. En la red, China juega un papel relevante, según la historiadora Applebaum. El dragón es un inversionista que aporta el financiamiento de proyectos de infraestructura y también es proveedor de equipos tecnológicos, en telecomunicaciones convencionales, además de los necesarios para trabajos de inteligencia y vigilancia de los ciudadanos.

Los chicos malos están ganando, se llama el ensayo que Anne Applebaum publicó en la revista The Atlantic en noviembre de 2021. Obviamente no anticipó ahí la invasión de Ucrania, pero apuntó a responder una cuestión que se vuelve relevante en este momento de presión económica contra Rusia: ¿por qué los autoritarios se salen con la suya, a pesar de que hay sanciones contra ellos?

El ensayo de Applebaum empieza con unas palabras que me sirven para terminar: “Si el siglo XX fue la historia de un progreso lento y desigual hacia la victoria de la democracia liberal sobre otras ideologías –comunismo, fascismo, nacionalismo virulento– el siglo XXI es, por el momento, una historia de una regresión”.