Elecciones 2024
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El Plan Nacional de Desarrollo (PND) del gobierno de Andrés Manuel López Obrador puede ser una oda a la retórica y a los eufemismos. Simplemente, su índice general puede ser poético o recordar la vieja Habana del comandante.

Vamos, el cambio en el estilo literario de los programas de gobierno, con alta carga histórica y bajo contenido técnico, puede no ser el problema de lo que pretende hacer este gobierno. Al fin y al cabo, ese es el discurso de la 4T.

El punto central está en la falta de la definición de cómo le harán para cumplir con tantas metas tan ambiciosas.

En medio del discurso posneoporfirista del PND, da gusto ver que en su corazón conserva la esencia neoliberal de privilegiar las finanzas públicas sanas como el eje económico del sexenio.

La promesa es que no habrá durante toda esta administración un desorden en la manera de gastar, que se mantendrán los equilibrios entre ingreso y gasto, no más aumento de la deuda y en todo caso hay una advertencia de una futura reforma fiscal en la que se haga “más justo y progresivo” el marco impositivo.

En la falta de explicaciones dentro de todas las materias que aborda el PND, destaca la ausencia de una estrategia para explicar cómo es que el Producto Interno Bruto crecerá en promedio 4% durante este gobierno para llegar a 6% en el 2024.

La materia prima para el crecimiento es el capital y éste se alimenta de la confianza, si es que se pretende que sean los particulares los que financien el crecimiento. Porque si la semilla son los recursos públicos, más explicaciones faltan sobre cómo liberar ese gasto de inversión.

El propio presidente López Obrador explica que vio muy animado a Carlos Slim, el empresario más rico del país, y que el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar, le prometió altas inversiones. Y tampoco deja de insistir en que el ahorro en corrupción alcanza para ese despegue fantástico.

Pero la confianza debe permear más allá de dos figuras empresariales. El Indicador de Confianza Empresarial que mide el Inegi, cuyos datos correspondientes a abril de este año publicó ayer, nos dice que tanto en el sector industrial, como en el comercial y en la industria de la construcción llevan al menos 67 meses en el lado negativo del indicador que habla del momento adecuado para invertir.

También están en el terreno negativo en cuanto a su visión de la situación actual de la economía. Aunque eso sí, no pierden la esperanza de que pueda mejorar la economía en adelante.

Los ciudadanos se dicen entusiastas, pero los altísimos niveles de confianza del consumidor se cruzan más con las gráficas de popularidad del presidente López Obrador que con los resultados de las ventas al menudeo. Y entusiasta que no compra, no ayuda al crecimiento.

De todos los proyectos de infraestructura que plantea el presidente en su PND, el único que podría causar cierto entusiasmo empresarial es la conexión por tierra de los dos océanos. Pero el desánimo regresa cuando se atiende a que el costo fue la desaparición de las Zonas Económicas Especiales.

El aeropuerto de Santa Lucía es una aberración, el Tren Maya es un capricho y la refinería de Dos Bocas es un absurdo. En fin, no hay tampoco entusiasmo en materia de inversión pública.

Así que, más allá de que guste o no el estilo dogmático de presentar el plan sexenal, lo cierto es que al menos en materia económica parece destinado a quedar en garigoleada letra muerta.