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La semana pasada se publicaron las cifras del Indicador Global de Actividad Económica (IGAE) correspondientes a julio y de la balanza comercial de agosto, con ambos datos confirmando que la actividad económica permanece estancada.

En el caso del IGAE, la actividad económica presentó un crecimiento de 0.3% con respecto a julio del 2018, por debajo del consenso de estimados que se ubicaba en 0.6 por ciento. Sin embargo, la actividad económica en julio experimentó una contracción de 0.1% con respecto a junio a pesar de que julio contó con tres días laborales adicionales a junio.

Con la cifra de julio, el IGAE en el periodo enero-julio del 2019 acumula un crecimiento de apenas 0.1% con respecto al mismo periodo del 2018.

Aunque las manufacturas han venido mostrando un mejor comportamiento, éste no ha sido suficiente para compensar la fuerte caída en la producción industrial donde la actividad minera (que incluye la producción petrolera) y la construcción continúan en caída libre.

Si bien la actividad minera arrastra una recesión de hace varios años, la actividad en el sector construcción acumula una caída anual de 4.5% en el periodo enero-julio de este año en comparación con un crecimiento de 2.4% en el mismo periodo del 2018.

Por otro lado, las cifras de la balanza comercial al mes de agosto presentaron un superávit de 755 millones de dólares, registrando así el sexto superávit mensual del año; solamente dos meses han registrado déficit.

Antes de interpretar el superávit comercial como algo “bueno” o “deseable” es importante no caer en la tentación en los mitos detrás de la visión simplista, al estilo Trump, de que los déficits comerciales son malos y los superávits son deseables. Los desequilibrios externos no son malos o buenos por sí mismos y para poder diferenciar entre un desequilibrio externo bueno, uno neutral y uno malo hay que entender los factores detrás de las cifras.

Es cierto que las exportaciones no petroleras —principalmente las agrícolas y las manufacturas— han mejorado su ritmo de crecimiento y que esto es parte de la explicación del superávit comercial de nuestro país. Sin embargo, el factor que más pesó en la generación del superávit de agosto fue una fuerte contracción en las importaciones de bienes de capital y bienes de consumo que disminuyeron 14 y 11.9%,  respectivamente.

En el acumulado enero-agosto, las importaciones de bienes de consumo cayeron 3.1% mientras que las importaciones de bienes de capital se desplomaron 8% con respecto al mismo periodo del 2018.

Esta estrepitosa caída en las importaciones de bienes de consumo son un reflejo de la fuerte contracción en la inversión fija bruta provocada por la incertidumbre y el programa de austeridad del gobierno federal. Bajo esta óptica, queda claro que el superávit comercial genera más preocupación que razones para celebrar.

Con la publicación de estas dos cifras es muy probable que el ansiado repunte en la actividad económica para la segunda mitad de este año no ocurra en el tercer trimestre que concluyó ayer.

Aunque hay esperanzas de que el sector de la construcción comience a salir de su letargo —conforme se agilice la expedición de licencias y permisos y se reinicien obras que llevan meses detenidas— y que el consumo repunte en el último trimestre del año como resultado del crecimiento en los salarios reales y la repartición de recursos de los nuevos programas sociales, la fuerte desaceleración en la creación de empleo podría jugar en contra.

Todavía tendremos que esperar al 30 de octubre para conocer la primera estimación del crecimiento del PIB durante el tercer trimestre, todo indica que el repunte no está ocurriendo al ritmo deseado.