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En el sitio preciso de Texcoco donde se gestaba el abortado nuevo aeropuerto estaban los escombros de lo que el terremoto de 1985 destruyó. Hubo que limpiar, nivelar y consolidar el terreno para levantar lo que, según los responsables, llegó a significar la tercera parte de un proyecto de calidad mundial.

Si de verdad se tratara de recuperar la “vocación ecológica” del lugar, el nuevo gobierno deberá dejarlo como estaba. Para quienes añoran el lago que ni sus tatarabuelos conocieron existe la ilusa esperanza del resarcimiento, aunque ni la menor idea tiene nadie de lo que costará reparar el “daño” que el activismo rollero imputó como “ecocidio”.

Por puritita congruencia, el gobierno de la cuarta transformación está obligado a retirar lo construido, según ordena la Ley de Equilibrio Ecológico y Protección del Ambiente. O qué: ¿saldrá con la vacilada de “aprovechar” lo que ya se hizo y montar allí un museo de “los pueblos originarios” o un colosal monumento dedicado a los patos?

Aquí no pasó nada 

A vuelo de pájaro, Javier Jiménez Espriú calcula que al gobierno en que servirá como secretario de Comunicaciones y Transportes le costará entre 25 y 40 mil millones de pesos finiquitar los contratos del aeropuerto nonato. Y refiriéndose a los grandes constructores implicados, Andrés Manuel López Obrador anuncia que “el volumen de obra que tienen contratado en Texcoco se puede hacer en Santa Lucía…”.

Ambos hablaron luego del encuentro que sostuvieron con los empresarios que representan 92 por ciento de los compromisos. Tal es el “acuerdo general” a que llegaron, en menos de una hora, en el restaurante Corazón de Alcachofa de Polanco y, como si hubieran paladeado ese platillo, salieron rechinando de contentos por el entierro en vida del proyecto frustrado que costaría ¡13 mil millones de dólares!

Indignado, el lector Genaro Borrego escribe:

“Es escandalosa la actitud de estos empresarios, doblándose ante el nuevo gobierno. Habrá quien vea como pragmatismo este agachismo. Y hablan como si hubieran sostenido una cascarita en que los jugadores se pelean y mientan madres, pero que terminado el juego se saludan, se echan tacos y brindan con chelas antes de despedirse como buenos amigos, y mientras los aficionados se pelean. Aquí los espectadores somos gente común que levantamos la voz pero ellos se ponen de acuerdo y ninguno pierde. Por eso México seguirá siendo un país bananero, y me llama la atención que esas ‘combativas’ organizaciones de la sociedad civil que trajeron bien marcados a Fox, Calderón y sobre todo Peña, casi siempre con razón, ni siquiera se asomen. Me pregunto dónde están, ¿ahora calladitas?”.

Todos a la calle

A más de una semana de que “el pueblo” mató el NAIM, ni AMLO ni los empresarios han hablado de la pérdida de empleo de las 45 mil personas con familia que se quedarán en la calle. A ver qué comen.