Hay quienes no entienden por qué la inseguridad y la violencia cotidiana de las bandas del crimen organizado, a pesar de la violencia con que controlan en tantas regiones sectores de la economía, no fue factor electoral contra Morena
La política sexenal de seguridad del Gobierno de la República no sólo no combatió a las bandas del crimen organizado, el humanista afán de atender las causas de la violencia, les facilitó a las bandas diversificarse, ampliar sus actividades y erigirse en gobierno paralelo que agobia y asfixia a las comunidades.
Hay quienes no entienden por qué la inseguridad y la violencia cotidiana de las bandas del crimen organizado, a pesar de la violencia con que controlan en tantas regiones sectores de la economía, no fue factor electoral contra Morena.
Hay hipótesis de que la sexenal inacción oficial contra las bandas del crimen organizado creó la sensación de indefensión y, con el tiempo, llevó a la resignación de aceptar como normal la terrible violencia y verla como algo ya inseparable de su vida cotidiana.
Alternativas: ¿Justicia o popularidad electoral?
Inevitable que el Gobierno de la República aproveche la mayoría calificada en el Congreso para hacer que se aprueban algunas de las iniciativas de reformas constitucionales enviadas a principios del año a la Cámara de Diputados.
Arrollaron toda oposición en las elecciones del 2 de junio, así que políticamente nada le impide seguir adelante con su agenda. Por eso Ignacio Mier, líder de la mayoría morenista en San Lázaro anuncia la aprobación fast track de la Reforma Judicial.
A quienes creemos que el Poder Judicial Federal es la última línea de defensa de los ciudadanos ante los abusos de las autoridades, sólo nos resta preguntar: ¿qué pasará con el sistema penal acusatorio que garantiza el respeto a las garantías constitucionales de los ciudadanos, si los jueces, antes que la justicia, van a priorizar su popularidad electoral?
¿Desaparecen los partidos?
La avalancha de votos a favor del oficialismo, ha llevado a muchas lúcidas inteligencias a considerar que el sistema de partidos que formó parte de la incipiente democracia construida desde 1996, para decirlo en bonito, ya chupó faros.
Con apuntan a las, digamos, “limitaciones” de los dirigentes de la oposición que, aunque ocuparán escaños y curules, lo que hagan no tendrá la menor importancia, porque sus organizaciones políticas están tocadas y desmoralizadas.
Tendrán que reinventarse. Quizá, pero eso exige liderazgos y a la vista sólo está un páramo. Las circunstancias, dicen los más optimistas, decidirán dónde, cómo y cuándo surge un liderazgo en la oposición, que, literalmente, saque al buey de la barranca.
NOTAS EN REMOLINO
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