Elecciones 2024
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Este 8 de marzo miles, millones de mujeres en México y el mundo saldrán a las calles para protestar contra la desigualdad de la que aún son víctimas, a pesar de los avances que se han registrado en los años recientes en materia de paridad de género, participación en el mercado laboral y en la política (en México el próximo 2 de junio conoceremos a la primera mujer presidenta en la historia del país).

En esta ocasión quiero hablarles de cuatro mujeres que no escribieron libros, no organizaron marchas y tampoco dieron conferencias, pero sí lucharon por la igualdad entre hombres y mujeres, digamos que ejercieron un feminismo doméstico. Las cuatro influyeron mucho en mi formación y los valores con los que me desenvuelvo hoy. Ellas son mis abuelitas (una disculpa, la palabra abuela se me hace muy fuerte) Francisca (mejor conocida como Pachita) y Elvira; mi tía Lourdes y mi mamá.

Mi abuelita Francisca (mamá de mi papá) vivió en un ambiente machista de provincia (1907-1979), en el que la mujer estaba destinada a los trabajos del hogar, a la crianza de los hijos y a lidiar, sin chistar, con los defectos de su esposo, entre muchos el gusto por el alcohol de mi abuelito Delfino (mejor conocido como Papamino).

Sin embargo, con sus hijos “Pachita” decidió romper el molde machista de la época y comenzó a enseñarles, claro está a escondidas de “Papamino”, labores que eran consideradas como propias de las “mujercitas”, como lavar y arreglar ropa, cocinar y ahorrar. Sus enseñanzas las agradecieron años después, ya que gracias a ellas pudieron sobrevivir cuando salieron del pueblo para trabajar en el entonces Distrito Federal.

Pero los consejos de “Pachita” cambiaron por completo el “chip” machista al que estaban destinados mis tíos y mi papá y los convirtió en hombres que comprendieron que debían hacer equipo con sus esposas y apoyar las inquietudes de sus hijos e hijas por igual.

La historia de mi abuelita Elvira (1911-1979) tiene una historia diametralmente opuesta a la de Pachita. Fue enviada junto con su hermana mayor, Rosa, a un convento en Torreón por problemas familiares. Ahí ella aprendió enfermería, música y canto. Cuando los problemas se solucionaron regresó al pueblo donde con el permiso de sus padres comenzó a poner en práctica sus conocimientos como enfermera.

Se casó con un hombre menor que ella, quien la dejó luego del nacimiento de mi tía en 1950. Pero en lugar de llorar por el abandono, tomó las riendas de su vida y se dedicó a trabajar las tierras heredadas de sus padres, a cuidar enfermos y a enseñar canto y música a las jóvenes del pueblo.

“Tu abuelita era una mujer respetada… Todos querían trabajar con ella porque trataba bien a sus peones y pagaba muy bien… Un tiempo hubo escasez de maíz, entonces muchos trabajaban no por dinero, sino por maíz… Me acuerdo de que la mayoría de “patrones” daba cuatro cuartillos de maíz (aproximadamente 6 kilos) por día, pero tu abuelita daba seis (aproximadamente 9 kilos)”, me relató en una ocasión mi papá.

“Tu abuelita era muy exigente, tenías que estar concentrada, sino te tocaba un coscorrón… Ella puso los cantos de las posadas que seguimos cantando”, me dijo la tía Celina, una de sus alumnas.

Mi tía Lourdes era una justiciera, muy activa políticamente (priista hasta el último día de su vida), tramitaba apoyos con el gobierno estatal, conseguía descuentos en instrumentos para el campo o que el diputado local donara material y el gobierno municipal pagara la mano de obra para construir casas a madres solteras.

Otro de sus principales logros como activista fue la instalación del desayunador escolar en la Escuela Primaria del pueblo.

Ella afirmaba que hombres y mujeres teníamos que aprender las tareas domésticas, para “sobrevivir”, o para saber mandar en caso de que tuviéramos los recursos para que alguien las hiciera por nosotros.

Qué les puedo decir de mi mamá, creo que su principal virtud “feminista” durante los 53 años que estuvo casada fue cambiar la frase “atrás de un gran hombre hay una gran mujer”, por “al lado de cada hombre hay una gran mujer”, siempre estuvo a su lado para complementar los esfuerzos para conseguir los objetivos familiares.

A todos nos repartía tareas domésticas por igual, aunque en una ocasión me dijo que si en algo falló es en no habernos metido más a la cocina para “guisar”.

Siempre estaba dispuesta a aprender nuevas cosas (sostengo que era mejor periodista que yo), siempre estaba dispuesta a ayudar, pero también a pedir ayuda.

Como dije al principio, ninguna de las mujeres que mencioné organizó marchas, escribió libros o dio conferencias, pero las cuatro en su microcosmos rompieron esquemas, se ganaron el respeto del género masculino, lucharon por otras mujeres y fomentaron la igualdad… Unas feministas en toda regla.

EN EL TINTERO

Autoridades electorales deben poner atención a lo que sucede en Talleres Gráficos de México, entidad donde se está elaborando el material electoral para el próximo 2 de junio. Todo parece indicar que, para poder llegar a tiempo a las fechas de entrega, la directora Maribel Aguilera entregará a empresas de su amigo, Juan Sebastián Estrada, parte de los contratos. El problema está en que las compañías de Estrada tienen observaciones por entregar trabajos con retrasos,

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