Elecciones 2024
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Según datos de la Unicef, México es actualmente el país con mayor número de personas con sobrepeso en el mundo. Andamos mal y de malas, por primera vez somos campeones mundiales en un rubro y resulta que esto es nocivo para la salud. Al parecer el gobierno ya tomó cartas en el asunto: el alza en los precios de los alimentos forma parte de la estrategia para luchar contra el sobrepeso de la población.

Combatir el problema de la gordura es difícil pero es una realidad ante la cual ya no podemos cerrar los ojos —ni los pantalones—. Sabemos que la obesidad sube los niveles de colesterol y triglicéridos, fomenta la aparición de enfermedades como la insuficiencia renal, los infartos y la diabetes. Esta última es la principal causante de muerte entre los adultos y la enfermedad que provoca el mayor número de gastos médicos.

Son los malos hábitos alimenticios que tenemos los que nos hacen tener el Campeonato Mundial Infantil de Gordura y el Sucampeonato de la Categoría de Adultos. La dieta tradicional del mexicano siempre ha sido a base de frituras y carbohidratos: tacos, tamales, gorditas, sopes y quesadillas.

Tan sólo con escribir esta lista se me hace agua la boca. Decido hacer corte para comer. A la vuelta de mi casa hay un puesto de sabrosas quecas. Pido dos de chicharrón, una de flor, otra de sesos y una gordita de frijol acompañadas de un refresco —light para no sentirme culpable—.

Regreso a mi estudio y antes de continuar trabajando me arrellano en el sofá para ver las noticias. Por enésima vez veo la nota de la cobarde agresión de la que fue víctima la atleta y senadora Ana Gabriela Guevara. Me amodorro. Lo último que alcanzó a oír es que “las autoridades federales tienen identificados cuando menos a dos de los agresores”. Ya no supe de mí.

La metagordosis

En medio de un sueño intranquilo despierto. Me percato que estoy en el sofá-cama del estudio convertido en un monstruoso gordo. Al alzar un poco la cabeza, veo la figura convexa de mi enorme vientre, surcado por curvadas llantas.

-Gregorio- dijo una voz, la de Alicia mi mujer. ¿No ibas a ir a una junta?

Me llamó Gregorio. Enseguida comprendí que ése era mi nombre. ¡Qué voz más dulce! En cambio me horroricé al oír la mía, que era la de siempre, sí, pero que salía mezclada con la dolorosa agitación de aquellos que tenemos en el cuerpo más grasa que la que nuestros huesos pueden cargar. El espejo del baño parece de feria, al reflejar mi abominable y obesa figura. Me peso: ¡114 kilos sin ropa! ¡Yo, que mido 1.71 con zapatos! ¡Dios mío! Me meto a la ducha y apenas y quepo. Con la mano me cercioro si tengo genitales ya que la barriga me impide verlos. Sí, los tengo y del mismo tamaño de siempre. Me cuesta mucho trabajo enjabonarme ciertas áreas de mi voluminoso cuerpo. Como sea termino de bañarme, vuelvo a la báscula y ahora peso ¡116 kilos! Me seco bien pensando que los dos kilos son por exceso de agua.

Salgo del baño, Alicia trae la ropa que voy a ponerme, es de mi talla. Mi mujer no se sorprende de mi gordura. Al instante comprendo que siempre he sido así: asquerosamente gordo. Por eso cuando hacemos el amor Alicia tiene una doble satisfacción: la normal que siente una mujer al hacerlo y la extraordinaria —por no decir la verdadera y… ¿la única?— la que siente cuando dejo de estar encima de ella.

La junta a la que llego puntual es la asamblea del Club de Gordos, Obesos y Similares de la República Mexicana A.C. Al pasar lista el secretario hace saber que el socio Javier Duarte ha faltado a las últimas reuniones y nadie sabe dónde se encuentra. Una falta más y causará baja.

Hace uso de la palabra el diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, en su discurso da a entender que renunció a la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano por su obesidad. Al parecer Videgaray quería someterlo a una dieta alimenticia para que pesara lo mismo que los demás miembros del gabinete. “Pero yo, compañeros —dijo con vehemencia para terminar su discurso— yo la única dieta que pienso seguir es mi dieta de diputado”. Aplausos.

Al final, se me acerca Agustín Carstens y me propone: “Señor Samsa, ¿qué le parece si usted y yo hacemos una pareja cómica como la del Gordo y el Flaco?” Le pregunto: “Por qué me eligió a mí —pensando que lo hizo con el fin de que yo escriba las rutinas—. Me contestó: Porque yo quiero ser el flaco. Alarmado voy a la báscula que hay en la entrada del club para cotejar que los miembros den el sobrepeso necesario para poder tener acceso a la junta. La aguja marca ¡180 kilos! ¡Estoy engordando un kilo cada 5 minutos!

En la madrugada, a punto de estallar de gordo, manejo una motocicleta por la carretera a Toluca, en una camioneta viajan cuatro cobardes, la camioneta golpea mi motocicleta con intención de tirarme. No pueden hacerlo, la camioneta cae a una barranca.

Gracias a un reflujo gástrico despierto. La pesadilla provocada por las quesadillas ha terminado. Tomó un antiácido. Me siento a terminar esta entrega.