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No faltará quién vaya cazando en los aeropuertos a los secretarios de Hacienda, Carlos Urzúa, y de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, para ver si viajan a Japón, a la cumbre del G20, en clase turista o se despachan un lugar en business class para llegar hasta Osaka.

Por aquello de la austeridad deberían viajar como la mayoría de los pasajeros, en esos estrechos lugares de la clase turista del avión. Pero si toman en cuenta lo solicitados que van a estar estos dos funcionarios cuando lleguen al archipiélago asiático, deberían mandarlos lo más cómodos y descansados posible, porque van a necesitar estar despabilados para contestar tantas preguntas.

Vamos, no tendrán una agenda tan intensa como el resto de los asistentes a la cumbre de las 20 economías más importantes del planeta, porque a las reuniones importantes sólo podrán entrar los jefes de estado y de gobierno. Y como al presidente Andrés Manuel López Obrador parece que le da un poco de pánico escénico ese roce internacional de tan alto nivel, pues sus dos enviados tendrán que esperar en las sillas de afuera.

Lo que sí tendrán que enfrentar los secretarios Urzúa y Ebrard son los cuestionamientos de los representantes de las otras economías influyentes del planeta sobre cómo le han hecho para deteriorar en tan poco tiempo las expectativas de crecimiento del país.

Hasta hace no mucho parecía que las economías más cuestionadas en la cumbre de Osaka, por su mal desempeño, serían la de Turquía, que enfrenta las consecuencias del pésimo manejo económico, con tintes autoritarios de Recep Tayyip Erdogan, la de Italia, donde los populistas han destruido las posibilidades de crecimiento de ese país europeo. Y bueno, la de Argentina que lleva años desmoronándose.

No contaban con que la 4T mexicana lograría bajar las expectativas de crecimiento de este año, tan rápido, hasta apenas 0.5% que ahora plantea el banco británico Barclays.

Así que seguramente Carlos Urzúa tendrá una larga lista de interesados en conocer cómo le hará el gobierno actual para no morir económicamente en el intento de llevar a cabo la cuarta transformación.

Seguramente que el canciller Ebrard tendrá también muchos interesados en saber qué tan dramáticas fueron las amenazas de Donald Trump como para que México haya instaurado una border patrol, con elementos del ejército mexicano, al servicio de los intereses migratorios estadounidenses de este lado de la frontera.

Por lo demás, ante la ausencia presidencial, al menos estarán en Japón dos de las mejores cartas del gobierno actual, tratando de sacar provecho de una reunión cumbre a la que no pertenecen estos secretarios de estado.

Todas esas posibilidades que hay en las cumbres de estrechar lazos entre los líderes, de encontrar puntos de encuentro al momento de intercambiar puntos de vista, aunque sea en encuentros informales, todo eso son oportunidades perdidas.

A pesar de que la propia Secretaría de Relaciones Exteriores presume en su sitio de Internet que el G20 es el principal foro de coordinación de políticas macroeconómicas entre las 20 economías más importantes del mundo, que incluye las perspectivas tanto de países desarrollados como de economías emergentes, a pesar de ello, el presidente López Obrador decidió no estar presente.

México será el único país del grupo que tendrá representantes de segundo nivel, sin posibilidades de interacción real con los líderes del mundo. México perderá muchas oportunidades por esta negativa personalísima del presidente López Obrador de no convivir con los otros mandatarios del G20.