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Según el Diccionario Etimológico de Jean Corominas, los vocablos tributo, tribulación, contribución y, por ende, contribuyente, devienen del latín tribus: ‘cada una de las divisiones tradicionales del pueblo romano’ en el siglo XIII. A partir de 1490 la palabra y sus derivados fue adoptada por el idioma español.

El Diccionario de María Moliner, define: Tributo, impuesto atribuido a cada tribu. Pago al que están obligados los ciudadanos para contribuir a los gastos de la gestión pública. Contribución: nombre que reciben determinados impuestos; sinónimo de tributo. Contribuyente: se aplica a las personas que pagan impuestos. Tribulación: Pena, disgusto o preocupación. Con una raíz idiomática común, el tributo causa tribulación al contribuyente. Más en las actuales circunstancias fiscales.

Será esta la tercera vez que traigo a esta columna el tema del pago de impuestos: Lo hice el 29 de julio del 2014. Mi texto llevó por título: ‘Menstruación hacendaria’, en referencia a esos tres o cuatro molestos días del mes en los que un contribuyente se pasa o se pasaba, pretérito imperfecto —lo perfecto hubiera sido que nunca tuviera uno que pasarse- frente a la computadora facturando o tratando de facturar porque no siempre el total de las notas de consumo se transformaba en facturas.

Con frecuencia al contactar el correo electrónico proporcionado por la empresa vendedora —me quejé— resulta que es el de una página en restauración. En ocasiones ni siquiera existen dichas páginas o bien, el supuesto emisor de la factura puso, arbitrariamente, un período de 24 horas o de tres días para facturar, cosa de la que uno se percataba cuando el plazo, dentro del mismo mes, había prescrito

La segunda vez que abordé el tema fue el 25 de mayo del año pasado. Con el encabezado, “El contribuyente X”, narré en tercera persona cómo algunos comerciantes y prestadores de servicios entraron en razón y comenzaron a mandar las facturas al correo electrónico proporcionado por el cliente con sus demás datos fiscales. También narré la forma en que a los renuentes el contribuyente X exigía el envió de su factura “ante el disimulo y el extrañamiento de otros contribuyentes cobardes”.

Escribí que la facturación actual (la 4.0) obliga al contribuyente a entregar a la persona física o moral que remunera su trabajo una constancia fiscal lo cual me parece correcto. Pero me declaré en rebeldía contra los emisores de facturas que exigían esa misma constancia, bajo la amenaza de que de no hacerlo no la mandarían. Concluía yo: ¿A dónde y con quién acude el contribuyente X para quejarse? Jamás recibí respuesta.

A lo anterior, ahora hay quien agrega una modalidad más injusta, el vendedor le da al comprador una nota de remisión—consumo con una dirección electrónica para que envíe su constancia de situación fiscal reciente y una fotografía o escaneo de dicha nota. Me parece que se pasan de lanza.

Punto final

Con motivo de la escases de agua en el Valle de México y gran parte del país, se ha formado la Asociación de Ahorradores de H2o; usar la fórmula molecular del agua en su nombre es para que el acrónimo de la asociación (AAH) no sea confundido con el de la empresa de Lucha Libre AAA. La AAH propone a la sociedad, inspirado en el “baño vaquero” y el baño torero, el que consiste en lavarse sólo las orejas y el rabo, varios métodos para bañarse y economizar el vital líquido, helos aquí:

Baño del aviador: sólo las alas y el motor. Baño judío: sólo el rabino los días sábado. Baño beisbolero: las manoplas, el bat y las pelotas. Baño vegano: sólo la coliflor y el banano. Baño ruso: arriba limpio y abajo sucio. Baño gallináceo: las alas, pechuga y muslos. Baño María: sólo la cola y con agua fría. Baño maya: todo lo que tenga raya… Baño matemático: el PI y la tangente. Baño geométrico: los senos, el triángulo y la hipotenusa.