En memoria de Xavier López “Chabelo”.
Aunque él comenzó a morirse el 20 de diciembre del 2015, fecha en la que dejó de transmitirse, luego de casi 48 años consecutivos, su programa “En Familia”, definitivamente dejó de existir el pasado sábado a los 88 años Xavier López Rodríguez, al que todo México conoció con el sobrenombre artístico de “Chabelo”, el amigo de todos los niños, título que ostentó a partir de la canción que él mismo compusiera como tema de sus presentaciones.
Habitante del inconsciente colectivo mexicano, su paso a la otra vida ha causado un triste lamento en el país entero; su figura será recordada como el gran artista popular que divirtió a varias generaciones de mexicanos.
Para los que tuvimos la distinción de conocerlo y tratarlo en el plano personal, se nos adelantó un buen amigo, compañero solidario, trabajador incansable. En mi fuero íntimo lo recordaré con agradecimiento y cariño.
Con riesgo de caer en el lugar común, no puedo pasar por alto como surgió el que, a la vuelta de los años, se convirtió en un ícono del espectáculo y en un pilar de la televisión. Eran los primeros años de la televisión y Xavier que terminaba la preparatoria en San Ildefonso, comenzó a trabajar en Televicentro –Telesistema Mexicano- donde lo llevó su vecino, el publicista y productor de la Agencia Palmex, Andrés de la Garza. Con lo que ganara en el trabajo pensaba sostener sus estudios de medicina, facultad en la que fue admitido. Por las mañanas iba a clases, por la tarde y noche trabajaba de lo que fuera en la televisión y de madrugaba estudiaba. Dormía poco.
Trabajando como floor manager en un programa que conducía Ramiro Gamboa –muchos años después el “Tío Gamboín” –, Xavier, fuera de cámara, hacía comentarios con la voz de niño que era una de las muchas voces que inventaba, para echar relajo, en la prepa. Los televidentes comenzaron a interesarse en la voz que le reviraba al conductor, enseguida quisieron saber a quién le pertenecía. ¿Era un niño? ¿Cuál era su aspecto? Llegó un momento en que fueron tan excesivas las llamadas preguntando por el de la voz de niño que el director del programa Carlos Salinas Saucedo ordenó: “córtenle los pantalones al floor manager para que salga, como niño, a cuadro con Gamboa”. El resultado fue sorprendente. Nadie se imaginó que esa voz pertenecía a un joven de 19 años, de un metro 85 centímetros de estatura y con el cuerpo de atleta ya que practicaba la lucha olímpica.
Una vez conocido por el televidente, se preguntaron, ¿qué vamos a hacer? Don Ramiro tenía un libro de chistes de padre con hijo. En el primero que escogieron para representarlo, el hijo se llamaba Chabelo, así lo hicieron y en lo sucesivo el exfloor manager, ya con un estilizado traje de marinerito, formó con Ramiro la pareja, hijo y padre, Chabelo y Gamboa. Como tal, la Pepsi Cola los contrató para una exitosa gira de presentaciones personales por toda la república. Fue tan grande el éxito que la gira se prolongó por Centro y Sudamérica. En la Caravana artística del refresco, iba el cantante chileno Lucho Gatica quien se hiciera gran amigo de Xavier.
Una acotación necesaria, mientras la actividad actoral de Xavier se redujo a la ciudad de México él prosiguió sus estudios de medicina hasta que un día en un examen oral su memoria quedó en blanco. Sufrió una amnesia parcial que duró varias horas bajo el auxilio del propio médico-profesor. Cuando el estudiante–actor volvió a la normalidad, el profesor le hizo saber: No puedes vivir así, o estudias o trabajas. Ante la disyuntiva, por supuesto que Xavier eligió ser Chabelo, el problema surgió cuando se lo tuvo que decir a papá López que tantas ilusiones se había forjado de ver a su único hijo varón con bata de médico curando gente y no con pantalones cortos haciendo visajes en la tele.
Dicho por el protagonista de mi narración, comunicarle a su padre su decisión fue uno de los momentos más difíciles de su, entonces, corta vida. Se armó de valor y confrontó a don José Luis –su padre- que hizo un gran coraje al saber que su hijo prefería la frívola farándula en lugar de seguir los pasos de Hipócrates y Galeno. Después cambió de opinión al percatarse que a su hijo no lo cambió ni el éxito ni el ambiente.
Prosigo con la narración, la gira intercontinental de la Pepsi Cola, culminó en Cuba donde Chabelo, ya sin Gamboa, tuvo un éxito clamoroso. Lo llamaban el “Niño Bobo” en recuerdo a un personaje de una tira cómica de gran notoriedad en aquel país en los años cuarenta, cuyo dibujo tenía un notable parecido con Xavier. Aquí anoto que bobo en la semántica cubana no tiene la carga peyorativa que tiene en nuestro país.
La CMQ, la mejor televisora de Latinoamérica en la época, le ofreció un contrato de exclusividad por dos años. A punto de firmar llegó la Revolución, la televisora fue nacionalizada, Xavier regresó a México, no sin antes conocer de pasadita a Fidel.
En México, Chabelo olía a Pepsi Cola, razón por la cual escaseaban los contratos. En vista de su éxito con el público cubano, le ofrecieron un contrato corto para presentarse en Nueva York alternando, entre otros, con el cantante Rolando Laserie del que se hizo muy amigo. Nuevamente el éxito le sonrió y de unas cuantas semanas el contrato se extendió cuatro años. Recorrió, varias veces y con diferentes artistas, los lugares de habla hispana de Estados Unidos.
Cuatro años fueron suficientes para que el público mexicano y los patrocinadores desligaran el nombre de Chabelo del refresco de marras. Vuelve a su casa Telesistema Mexicano y le dan un programa diario en Canal 5: La Media Hora de Chabelo. Nadie que haya sido niño a mediados de los años sesentas no recuerda las secciones: ‘Mi Conciencia y yo’ y ‘Lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer’ fragmentos inolvidables con los cuales Xavier López Chabelo, volvió a ocupar un lugar preponderante en el veleidoso medio del espectáculo.
Sin el personaje de Chabelo, Xavier López se introdujo por la puerta grande en el teatro de Vodevil con los grandes: Óscar Pinedo, Óscar Ortiz de Pinedo y Emilio Brillas, donde demostró que no en balde tomo clases de actuación con Seki Sano, maestro de actuación japonés que no recibía a cualquiera en su academia.
Los llamados, como invitado, a los programas de lujo de la televisión no tardaron; tampoco sus presentaciones personales en teatro y fiestas particulares. Uno de sus mejores amigos, el también fallecido, el gran Héctor Lechuga, decía que Chabelo vendía mole los domingos.
En sucesivas colaboraciones –martes y jueves- trataré de narrar los éxitos televisivos en los que participé con Xavier, como escritor y un par de anécdotas que no me gustaría dejar en el tintero. Mientras tanto quiero destacar el gran respeto que Xavier tuvo con el público que lo hizo suyo. Viajar o estar con él en lugares públicos era para sus acompañantes algo parecido a una tortura debido a que jamás negaba un autógrafo o una fotografía, así tuviera que interrumpir una charla o demorar un traslado.
Quiero terminar esta semblanza que escribo con más cariño que buena sintaxis con algo que Xavier –no Chabelo- sino Xavier, el hombre, el adulto, tuvo como producto de su alma sensible: lloraba mucho y seguido. Lloraba conmovido cuando un público lo recibía con más cariño que el que, él, tal vez, había calculado; lloró siempre que le otorgaron un merecido premio; lloraba de tristeza y de alegría; inclusive, en más de una ocasión lo vi llorar porque no le entregaban una escenografía de su programa a tiempo o por que se descomponía un aparato en un ensayo.
Nunca le pregunté a qué se debía sus lágrimas fáciles, a lo mejor si le hubiese preguntado: ¿Xavier, por qué lloras? Me hubiera contestado como García Lorca: “Quiero llorar, porque me da la gana”. Quizás pensaba como el poeta uruguayo Mario Benedetti que “llorar hace bien, porque elimina las toxinas”. O como el dramaturgo español Alejandro Casona: Que “el llanto es tan saludable como el sudor, y más poético”. O como la novelista valenciana, Elísabet Benavent: “Llorar es un derecho constitucional y si no debería serlo”.
El sábado pasado fue uno de los días más tristes de mi vida. Se fue un amigo que me ofreció su mano fuerte en un momento difícil de mi existencia. Al regresar del velorio comenzó a llover. Pensé, el cielo está llorando por aquel que lloraba cuando le daba la gana.