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Son días de trenes. La ocupación de los 120 kilómetros de vías férreas concesionadas a Grupo México no vino sola. Hay muchas noticias de ferrocarriles por estos días: El tren México – Querétaro se ha reactivado y el Tren Maya vive una nueva controversia judicial, ahora por una demanda del Centro Mexicano de Derecho Ambiental.

El próximo sexenio estarán en operación el corredor transístmico y el Tren Maya. Probablemente estará construyéndose el Tren de México a Querétaro, queda la duda si este llegará hasta León y si algún día llegará hasta Guadalajara. Del acuerdo entre el Gobierno y Grupo México, es importante analizar los detalles y ponerlos en perspectiva. ¿Quedó bien el balance entre lo público y lo privado? La gran pregunta es ¿qué debemos hacer para que ese corredor logístico y productivo detone el desarrollo de una zona del país que tiene un enorme potencial no realizado?

Los proyectos y obras que conectan ciudades acaparan la atención y los titulares informativos, pero la actividad más intensa se localiza en las mayores zonas metropolitanas. Monterrey, Guadalajara, Ciudad de México. En cada una de estas ciudades está en marcha la ampliación de rutas de metro o tren ligero. Son inversiones multimillonarias aplicadas en proyectos de movilidad urbana. Los vagones sobre ruedas se ven como parte de una solución que busca quitar peso a los automóviles y reducir los tiempos de traslado. Los trenes son parte de algo mucho más amplio: Impulsar el uso de bicicletas, renovar los autobuses del transporte público y hacer más seguros los desplazamientos de los peatones.

Tenemos muchas noticias de trenes y un ramillete de ocurrencias ferrocarrileras, pero no tenemos una política ferroviaria nacional. ¿Cómo queremos que sea el mapa de trenes en 2050 y más allá? ¿Qué papel se espera que cumplan el Gobierno, las empresas…los militares? ¿Cuál es la mezcla de transporte de carga y pasajeros que necesita cada región? ¿Cómo se conectarán los trenes con las carreteras, los puertos, los aeropuertos, los centros de población? ¿Queremos que México se convierta en una plataforma de producción de trenes o nos interesa abrir la puerta a lo Made in China, con todas las connotaciones geopolíticas que esto trae?

Para hablar de política pública, debemos tener una respuesta que trascienda lo coyuntural o de corto plazo. No se trata de averiguar lo que el presidente tiene en la cabeza, sino de definir lo que necesitamos como país, lo que necesitan las regiones. Tener claro lo que podemos pagar, lo que debemos hacer y lo que estamos obligados a evitar. Cuando se plantean los problemas medioambientales del Tren Maya y el Gobierno responde con argumentos desarrollistas del Siglo XIX, sabemos que tenemos un problema. Hacen falta soluciones del siglo XXI: sostenibles, inclusivas y eficientes en el uso de los recursos públicos.

El Gobierno de México no tuvo una política ferroviaria en el siglo XX y pagamos un precio enorme. Perdimos una opción y muchas oportunidades. Nos amarramos una mano y un pie, de esta manera nos quedamos con una opción de logística muy poco desarrollada. Estamos en la tercera década del siglo XXI y estamos volviendo a hablar de ferrocarriles. Podemos ver, con envidia, lo que los trenes hacen en otros países. Mejor dicho: lo que otros países hacen con sus trenes.

El Siglo XXI mexicano será mejor con trenes que sin ellos. Será infinitamente mejor, si tenemos proyectos de trenes en el contexto de una política ferroviaria. Estamos hablando de inversiones multimillonarias que deben ser evaluadas con mucho cuidado. Son proyectos enormes que implican intervenciones nada sutiles en el territorio. Las vías férreas alteran el paisaje y/o afectan el medio ambiente. Son factores de desarrollo y un elemento que impulsa la competitividad. Son eso y muchas cosas más, pero no debe confundirse con billetes de lotería con el Premio Mayor garantizado. Pueden ser elefantes blancos, si se diseñan, construyen y operan mal.