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¿Es el deterioro de la calidad del aire, el agua y la tierra un costo que estamos obligados a pagar para tener crecimiento económico o para mantener nuestra forma de vida? La pregunta está en el aire y no tiene una respuesta fácil, aunque cada vez tenemos más datos, más dudas y, por supuesto, más CO2… con más mermas en los ecosistemas que nos rodean.

En 2022, en México los costos totales por agotamiento y degradación ambiental ascendieron a 1.2 billones de pesos, equivalentes a 4.1% del PIB, según las Cuentas Económicas y Ecológicas de México, que presenta el Inegi.

En el rubro de degradación ambiental, las estadísticas cuantifican lo que está pasando en calidad del aire, suelo y agua. Ahí tenemos costos equivalentes a 3.6% del PIB, donde el rubro más pesado son las emisiones al aire. Cuestan 738,950 millones de pesos, 2.5% del PIB. Estamos hablando de emisiones industriales y de los gases que emiten los millones de vehículos de transporte. También de la quema al aire de residuos de basura, contaminación asociada a procesos de construcción y demolición, además del uso de pesticidas y plaguicidas en las actividades agrícolas, entre otras cosas.

Los costos multimillonarios relacionados con la calidad del aire tienen que ver, entre otras cosas, con su impacto en la salud: proliferación de diversas enfermedades en las vías respiratorias, el sistema inmunológico y la salud reproductiva, conjuntivitis, asma y cáncer, por ejemplo.

El costo de 4.1% del PIB, registrado el año pasado, no varía respecto al costo del 2021, pero es significativamente menor a las cifras que se registraban hace dos décadas, cuando al agotamiento y degradación llegaron a representar 7 u 8 puntos del PIB. La buena noticia que nos ofrecen estos datos es que el crecimiento de la economía mexicana y el sostenimiento de nuestra forma de vida se ha desvinculado un poco del consumo, uso o abuso de los recursos naturales. La mala es que nuestro impacto en la naturaleza sigue siendo enorme. Lo que hemos logrado no es suficiente.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la pérdida de cobertura forestal. Según datos de la Conafor, México ha registrado una tasa anual de pérdidas de 208,500 hectáreas por año en el periodo 2001-2021. Lo que se perdió cada año equivale a 1.4 veces la superficie de la Ciudad de México.

¿Es posible tener un sistema de medición excepcional y no usar los datos para actuar y corregir el rumbo? México es prueba fehaciente de ello. Nuestro país ha sido pionero en el mundo en el desarrollo de un sistema de cuentas económicas y ecológicas. Aquí medimos el agotamiento y la degradación ambiental desde los tiempos de Salinas de Gortari. Para ello se utiliza una “cuenta satélite”. El Inegi ha hecho muchas y muy buenas fotografías estadísticas del deterioro de nuestro medio ambiente, pero ha tenido la prudencia de no ir hasta el fondo y cambiar la forma en que mide el PIB.

Los datos de agotamiento y degradación nos permiten constatar que la Nada avanza año con año, como en la novela de Michael Ende. Nuestros “éxitos” han consistido en reducir el ritmo del deterioro, no en revertirlo. Podría ser de otro modo, pero en el tiempo se ha reducido la inversión en protección ambiental del sector público. En 2022 fue el equivalente a 0.7% del PIB y representó el porcentaje más alto en lo que va del sexenio, donde se destinó 0.6% del PIB en 2019, 2020 y 2021. Para poner esta cifra en perspectiva, tengan en cuenta que en el sexenio de Peña Nieto, en promedio, se gastaron recursos equivalentes a 0.85% del PIB. En el de Felipe Calderón, fueron un poco arriba de 0.9% del PIB. ¿Qué haremos en el próximo sexenio, además de inaugurar Dos Bocas y el Tren Maya?