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Una corrección fundamental de John Womack a la nueva edición de su Zapata y la revolución mexicana restituye un alegato de la edición original en inglés.

Ahí Womack dedicaba parte del prólogo a explicar que no había usado en su libro la palabra peasant (campesino), salvo en citas de otros autores, porque la categoría “campesino” le parecía a la vez reductiva y vaga.

En inglés se refiere a gente que vive de labrar el campo, y la historia de Womack era no solo sobre este tipo de trabajadores rurales, sino sobre los pueblos en general, sobre “la gente del campo”.

La palabra “campesino”, en los tiempos en que Womack investigó y escribió su Zapata, tenía el tufo burocrático de las clientelas campesinas del PRI: el “sector campesino”, la “Central Nacional Campesina”, etcétera.

Los pueblos de Morelos de 1910 que él estudiaba nada tenían que ver con esa subordinación burocrática, y no quería mezclarlos lingüísticamente.

Hay otra buena razón para rehusar la palabra campesino como categoría englobadora del zapatismo. Es la frecuente caracterización académica o analítica de la Revolución mexicana como la lucha de unos ejércitos “campesinos derrotados”, los de Zapata y Villa, contra los ejércitos norteños ganadores: los constitucionalistas y los sonorenses.

Pero en el libro de Womack no hay un movimiento campesino “derrotado”, sino una rebelión por la tierra que empezó en 1910 y que en 1920, justamente con la llegada de los sonorenses al poder, ganó todo aquello por lo que había peleado. Por unos años los zapatistas fueron al fin dueños políticos de su estado, hicieron las leyes y los cambios en la propiedad rural que querían, vencieron a los hacendados. En una palabra, como dice Womack: heredaron Morelos.

Entre guerras y epidemias, en particular de la influenza en 1918, los pueblos de Morelos perdieron en su década revolucionaria dos de cada cinco habitantes. Pero su alianza con Obregón, que tomó el poder alzándose contra Carranza en 1919, y al que los rebeldes del sur cobijaron en su huida y llevaron en triunfo a Ciudad de México, les pagó con el poder político sobre su tierra.

El zapatismo de aquella década no fue un “movimiento campesino derrotado”, sino un movimiento popular que triunfó en toda la línea.