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El mundo observa a mucha distancia un conflicto como el de Israel y Palestina, que parece no tener fin. Que pasan los años y los inocentes que han muerto se acumulan en la memoria colectiva y el deseo de venganza crece y la lucha no tiene fin.

Edificios que se han caído en pedazos, y que se han vuelto a reconstruir. Calles que sepultaron cuerpos y sobre esos escombros se han construido nuevos caminos.

Hombres y mujeres huérfanos por la guerra, que han vuelto a ser testigo del sonido escalofriante de misiles diurnos o nocturnos, del sonido ensordecedor de los pedazos de concreto que caen al piso y los gritos de quienes son sobrevivientes de los ataques.

La cadena de vida de dolor, de historia de combate, la frialdad de sumar a los cadáveres como premios.

Después de tres días de ataques constantes entre Israel y Gaza, “en teoría” se ha declarado una pausa, una tregua, un respiro, un golpe de realidad para quienes se han quedado sin nada y han perdido a sus familiares.

El día de ayer publicada en mi cuenta imágenes que incluían a un grupo de niñas que lloraban desconsoladamente por la pérdida de sus padres, después de uno de esos ataques. También el de una madre, Khalil abu Hamada quien tardó 13 años en tratamientos de fertilidad para ser madre y lamentablemente casi los mismos años después, su hijo murió al ser alcanzado por los ataques aéreos.

Las imágenes son desgarradoras como lo es el dolor de una madre cargando el cuerpo descolorido ya sin vida de su hijo. Mujeres y hombres sentados sobre escombros llorando por la pérdida de sus hogares, de su todo.

La foto que presento tomada por el fotoperiodista Mohammed Saber, es una escena de un dolor, de quebranto, de un vacío absoluto, de no lograr discernir que han perdido todo. El tiempo detenido y los cuerpos paralizados.

El hombre mayor a la derecha, podría ser el padre del joven de la izquierda. Su mano sosteniendo su cabeza, porque necesita sostener su pensar, su razonamiento del problema y los interminables pensamientos que desde que el ataque dio a su hogar, no ha podido parar.

Mira al suelo porque no hay nada que mirar para arriba. Todo lo que mire le traerá una mayor tristeza y desolación. En cambio, mirando al piso, por lo menos habrá una mayor tranquilidad.

El joven, mira con nostalgia, con extrañeza, con un soplo de esperanza lejana. En la espera de la señal e instrucción que le diga qué hará. Qué hay que hacer cuando todo se destruye, tu casa, la de tus vecinos, la de tus amigos y no hay si quiera rastro de su propio hogar.

Sentado sobre un cartón, antes que poner su cuerpo directamente en el filo de la piedra, que quizá podría cortarle el pantalón y lastimarle la piel.

Un retrato casi perfecto de la inopia después de perderlo todo. De la fragilidad en la que se vuelven dos inocentes ante una guerra sin fin, aunque hayan declarado una pausa, una tregua, una falsa paz.

La tristeza del quebranto y la permanencia del odio y la venganza hacia los otros.

Una historia sin fin.

Los que quedan sin nada - 053381aec313825506f86f1ed495c66b0b84f538w-1024x694