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Cuando el peso se devaluó frente al dólar de los 3.50 a más de 8 por uno a finales de 1994, se trataba de un disparo directo contra una moneda que representaba una economía débil, desestructurada y con un sistema financiero quebrado.

Aquella crisis de hace 20 años nos dejó como herencia positiva un sistema de flotación cambiaria que permite amortiguar los golpes externos, sean provocados o no por las propias condiciones financieras del país.

Pero lo más importante es que se dejó de defender al peso como un perro y se convirtió en un precio más de esta economía.

Pasamos de un peso estático con repentinas devaluaciones a una montaña rusa de ajustes constantes tanto al alza como a la baja en la paridad cambiaria.

Y en eso estamos, en la regularidad de ver un peso que sube ante las presiones externas y que después baja cuando los mercados mexicanos se vuelven atractivos.

No han sido pocas las ocasiones en que el peso se fortalece tanto que molesta a los exportadores que ven una pérdida en su competitividad y se indignan cuando se habla de un súper peso frente al dólar.

Pero también tenemos episodios como el actual, en que la moneda mexicana claramente se muestra débil frente al dólar y hablamos de una paridad de 14 por uno.

Pero la reacción es muy diferente. Hoy no hay un pánico social de asalariados corriendo a comprar dólares para anticiparse a una mayor devaluación. Siempre están presentes los tiburones cambiarios que mueven enormes cantidades en los mercados de divisas y logran ganancias cambiarias.

Sin embargo, existen las herramientas financieras suficientes como para defender, no una paridad, pero sí los fundamentos económicos de un ataque especulativo.

Además, la demanda interna es tan débil que eso es un escudo protector contra los impactos inflacionarios de la depreciación. El que se anime a subir precios podría perder más mercado del ya perdido.

Los niveles actuales de cambio de la moneda mexicana no son un castigo directo al peso por alguna mala conducta financiera interna. El peso es una víctima más de otro fenómeno económico: el fortalecimiento del dólar.

Hay que echarle un ojo a la relación del peso frente al real brasileño, al peso argentino, al rublo ruso. Pero también hay que ver la debilidad del euro o del yen frente a la moneda estadounidense, que hoy refleja que es la única economía desarrollada del mundo que realmente crece.

El problema no es para el peso mexicano, es para Estados Unidos y las consecuencias de tener una moneda que encarece la producción interna, abarata las importaciones y mueve los balances de su actividad comercial.

Eso suena muy atractivo para las exportaciones mexicanas, que podrán seguir con la inundación de los mercados del norte, pero la pregunta es cuánto puede durar de manera sana si sólo es un factor cambiario.

No hay que preocuparnos por tener dólares a 14, porque eso puede cambiar hacia los 13 o hacia los 15. Lo que hay que atender con mucho cuidado es la salud de Estados Unidos y su superdólar. Porque hasta ahora el único verdadero motor de la recuperación económica mexicana es ese país del norte.