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El país vive en la polarización a partir del acumulado de malos resultados de sus autoridades, del descrédito y descontento social que ello genera, de los desencuentros políticos y especialmente, por la percepción de venalidad de sus gobernantes. No es un problema nuevo. De hecho, sus expresiones electorales se manifiestan con claridad a partir de la elección en Nuevo León en 2015 y en los comicios de 2016, dominados por la aternancia y proyectos disruptivos exitosos. Quienes estaban en el poder no midieron la magnitud del deterioro y de la rebelión en curso.

En 2018, el candidato López Obrador entendió muy bien el sentimiento en la sociedad mexicana. El resultado de la elección lo acredita. También advirtió que el mejor espacio para ejercer el poder presidencial era el del activismo social, en otras palabras, dar continuidad a la contienda más allá del desenlace de la elección. Esto llevó a acentuar la polarización y también a elevadas tasas de aprobación de la persona del Presidente, no del gobierno, tampoco de sus resultados.

La polarización ha sido alentada desde el poder. La elección intermedia que significó el regreso de la pluralidad en la Cámara de Diputados y el resultado adverso del partido gobernante en los grandes centros urbanos no llevó a matizar el clima de confrontación política, sino lo contrario. Hoy el país está más dividido que siempre.

La cuestión es que la polarización compromete a la institucionalidad, a la confianza entre los actores políticos y a la concordia entre los mexicanos. En sus extremos también a la legalidad. El diálogo se desacredita, así como se dificultan los entendimientos. No hay puentes sino frentes de guerra en los polos de la confrontación. La moderación y el acuerdo caen en descrédito no sólo por el poder, también por quienes se le oponen.

La pregunta obligada es por cuánto tiempo más el país vivirá en el desencuentro. Seguramente el clímax serán las campañas de 2024. El desenlace previsible, sin importar quién prevalezca en la elección presidencial, significará el regreso del gobierno dividido. Esto obliga no sólo a la concordia y a la civilidad políticas, sino, sobre todo, a la corresposabilidad. No está de más ir pensando en el futuro cercano y actuar en consecuencia.

Liébano Sáenz

Twitter: @liebano