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La guerra, ese acto inhumano que pretende tener un ganador ante los cuerpos sin vida y ciudades destruidas por completo.

Desde el 24 de febrero no hemos dejado de ser testigos de un acto soberbio por parte del gobierno ruso hacia Ucrania. Los ataques a civiles y las destrucciones inminentes de edificios de departamentos, hospitales, escuelas, teatros y todo lo que les sea ordenado arrasar.

La cantidad de imágenes nos han trasladado hasta el llanto desconsolado de los niños, las miradas de despedida de matrimonios en las estaciones de trenes y los rostros de desesperación de quienes salen evacuados de sus pueblos para buscar un refugio que medio los proteja.

Si lo escribo así “medio proteja” es por el bombardeo cruel y despiadado del día de hoy por parte de las tropas rusas al teatro de la ciudad de Mariúpol en donde se encontraban más de mil civiles inocentes.

Escena que me trajo a la mente de la película Una sombra en mi ojo, que recién acabo de ver el fin de semana por Netflix. Una guerra, ataques a civiles y el bombardeo a un colegio en donde murieron 120 personas, entre ellos 86 chiquitos.

Un ataque frío e inhumano, a quien ni la debe y sí que la teme. Que si de por sí ya han perdido todo y lo único que les queda es refugiarse en lugares amplios como estos para compartir espacio, tristeza y dolor.

En este tipo de conflictos no hay manera de tener claro, a estas alturas, cuál será la foto del año o la más aclamada dentro del mundo del periodismo, pero lo que sí es que cada rostro desahuciado es sumamente doloroso.

Este martes el distrito de Sviatoshynski fue bombardeado, y en particular un edificio residencial de 16 pisos, en el que por suerte muchos alcanzaron a desalojar, pero otros no tuvieron la misma suerte y murieron en el interior.

Edificios de apartamentos hechos nada, proyectiles que caen del cielo como si tuvieran la indicación clara de matar a cuantos inocentes se pueda.

La fotografía de Aris Messinis, fotoperiodista y jefe de fotografía de la agencia AFP en Grecia tiene a una mujer mayor que es rescatada por la mujer de chamarra verde fosforescente y la aleja de lo que era su hogar para salvaguardarla del fuego.

El rostro de la señora cubierta con su abrigo por el frío, su mirada perdida, sus manos y su rostro negras del humo, su boca abierta en su totalidad de donde yace una voz potente de desolación, de angustia, de dolor, de despojo, de impotencia, de saberse perdida en medio de lo que antes era su barrio.

Sus oídos quizá aturdidos por los estruendos de lo que debe ser los aviones militares a baja altura, después el lanzamiento de un proyectil lanzado desde el cielo, su impacto y la vibración del piso, y el fuego avanzando entre pisos y ventanas.

El grito desesperado por no saber si su familia se salvó, si sus vecinos están con vida, si ella misma está bien.

La guerra en pleno siglo XXI, donde todo es fotografiado, compartido en redes, publicado en medios digitales, es decir, la barbarie y el actuar de un “criminal de guerra”, como hoy lo definió Joe Biden a Vladimir Putin.

La lucha de poder, de quién un día se irá con la carga en su espalda de miles de muertes inocentes y de un dolor que quedará en la historia de los rusos, ucranianos y el mundo entero.

Sigan a Aris Messinis (@aris.messinis) en Instagram y vean el gran nivel de cobertura periodística que ha hecho hasta el día de hoy.

El grito desesperado de vivir en guerra - screen-shot-2022-03-16-at-215133
Foto de Instagram.