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En muchos espacios hemos visto el video en donde los hijos de Alejandra Cuevas Morán y a la vez, nietos de Laura Morán Servín, quienes se encuentran presas por un poco más de un año por el supuesto homicidio doloso del hermano del fiscal general de la República, Gertz Manero.

El lugar fue en la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México, en donde se presentó el presidente de la Suprema Corte de Justicia, el ministro Arturo Zaldívar con la tarea de hablar sobre la reforma al Poder Judicial, pero que fue confrontado por Alonso y Ana Paula Castillo.

Al inicio del espacio de preguntas, Alonso fue quien tomó el micrófono y se expresó con la molestia e impotencia que cualquier hijo tendría al saber que su madre se encuentra injustamente presa.

Ganó la atención de todos y principalmente del ministro Zaldívar, y aunque fuera más un monólogo, este no dejaba de verlo.

Un par de minutos después de que terminó de hablarle como si no hubiera nadie más alrededor, su hermana Alejandra, quien ya estaba cerca de la mesa principal, se acercó para continuar con las exigencias.

Alejandra fue más directa y habló sin preámbulos, su clemencia y desesperación por no recibir respuesta a siete escritos ante la Corte y el hecho de que su madre estuviera contagiada de Covid estando presa, parecía que la haría perder el control, por lo que los elementos de seguridad comenzaron a moverse sigilosamente alrededor de la escena.

Y aquí vienen las escenas que observo con detenimiento, no por estar de un lado o del otro, sino porque ante el acto en que una mujer busca a una figura como el presidente de la Suprema Corte de Justicia para exigir justicia y la liberación de su madre y más allá de hablarle de frente con todo el valor y sin titubeos, se hinque en señal de ruego.

Es justo un minuto lo que dura Alejandra cercana a la mesa principal de la conferencia y hablándole al ministro, tiempo suficiente para que le hablara de pie, de rodillas y recargada sobre la mesa y después hincada por completo a su lado.

El ministro Zaldívar en un principio la mira cuando la tiene de frente, no se mueve, no emite ningún otro tipo de gesto (aunque el cubrebocas solo nos deja ver los ojos), pero él decide no involucrarse de ninguna otra forma y decide dejar de verla cuando esta se coloca a su lado y se pone de rodillas.

De manera inteligente sabe que todo lo que diga y/o haga puede ser usado totalmente en su contra. Aquí es donde me planteo el dilema si debió o no debió reaccionar ante el exceso de cercanía y sobre todo por la postura de hincarse y bajar la cabeza hacia el piso, una postura universal que dependiendo del contexto toman un concepto de ruego, clemencia e incluso humillación.

¿Debió o no debió pedirle a la señora Alejandra que se levantara y que tomara su lugar? Humanamente y con la sensibilidad del caso, quizá la respuesta es sí; nadie debería de permitir que eso pasara. Porque quien tiene de frente a alguien que se le inclina de esa manera, podría catalogarse de prepotente y engreído, al no intervenir; aunque claro está que quien decide hincarse ante sus pies, también lo hace por su propia decisión y convicción.

Aunque el ministro haya publicado en sus redes sociales que la obligación de los servidores públicos es aceptar la crítica y escuchar a la ciudadanía con respeto y sensibilidad, creo que esta última sí le faltó, sobre todo en ese minuto en donde Alejandra estuvo a un metro o menos de distancia de él.

La escena no es buena, ni para uno, ni para el otro y mucho menos que cuando ella finalmente se retira, porque la primera reacción física que realiza el ministro es cruzarse de brazos.

En el manejo del lenguaje no verbal siempre se entrecruzan elementos contextuales, situacionales y los propios de cada personaje. La ley envuelve a uno al estar limitado por su rol y la contraparte se comporta como cualquier mujer-hija-hermana-nieta que ve cómo su madre está presa de manera injusta.

Ambos actuaron en su papel, pero ¿debió o no debió?

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