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En mi columna del martes dediqué un párrafo a Fidel Castro, manifesté que ha sido uno de los hombres más notables del siglo XX, lo cual es innegable. Cometí un error y expresé algo no deseado cuando escribí: “Hombre de luces y sombras al que la historia absolverá”. Lo escribí así, de manera afirmativa. Mi idea era escribir: “al que ¿la historia absolverá?”. Quería culminar la frase de forma interrogativa. No lo hice. Suele pasar en el oficio periodístico que cuando a uno se le viene el tiempo de entrega encima comete este tipo de errores. Lo de menos sería apechugar con la afirmación; tratándose del Comandante Castro hay argumentos para sostenerla. Pero resulta que también hay consideraciones en contra, como su eternización en el poder, la represión a las ideas contrarias a su régimen y algunas más. Fidel es una figura histórica de época y yo no soy quién para juzgarlo.

Quise, eso sí, jugar con la frase: “la historia me absolverá” que Fidel usó como conclusión de su alegato de autodefensa ante el juicio en su contra por el Asalto al Cuartel Moncada en 1953 con la que, posteriormente, tituló el manifiesto que dio origen al Movimiento 26 de Julio.

Por cierto, en el año 2005 en nuestro país fue publicado por la editorial Plaza Janés un libro titulado El amor me absolverá, escrito por Isabel Custodio, nacida en Valencia, España, durante la Guerra Civil Española, naturalizada mexicana, hija del escritor y hombre de teatro Álvaro Custodio, en el que narra sus aventuras como novia de Fidel Castro en el año 1956, cuando éste vivió en México, desde donde planeó y preparó la invasión guerrillera para rescatar a Cuba de la dictadura de Fulgencio Batista.

Recordaba yo muy poco de lo escrito en la precitada publicación; sin embargo, está mañana, por curiosidad y también con el afán de aportar algo diferente a la lluvia informativa en torno a tan destacado personaje, le di una hojeada y una ojeada. Comentaré algunos detalles.

Por supuesto que el de Isabel y Fidel no fue un romance convencional de manita sudada, idas al cine y furtivas caricias. Desde un principio se establecieron los términos de un romance singular. “Me dedico a una Revolución (afirmó Fidel), a derrocar al tirano, por lo tanto no estoy en condiciones de llevar a cabo un galanteo usual, por eso mi propuesta matrimonial. Antes de partir a la isla estaremos casados y hasta que eso suceda estamos… digamos… sólo para hacer el trabajo revolucionario”.

Fidel no le mintió ni prometió lo que no fue. En las 254 páginas del libro la mujer narra las horas interminables de tácticas, estrategias y concientización revolucionarias; los entrenamientos en los cerros de la periferia de la ciudad y en las albercas de los centros deportivos de la salida a Puebla. El grupo, y ella con él, sufrió persecución por parte del servicio secreto de Batista y la policía mexicana, a la que la Embajada cubana pagó por hacerlo. En opinión de la autora del Amor me absolverá, hasta la Federal de Seguridad, la institución que según Fidel Castro lo protegió en México, los perseguía y detenía. Describe a Fernando Gutiérrez Barrios como un hombre cuyo copete llegaba antes que él.

Isabel Custodio no niega la antipatía mutua que desde un principio hubo entre ella y el Che Guevara, quien la calificó de “simple burguesita”.

Cinco días antes de que el yate Granma partiera de Tuxpan, Veracruz, los futuros guerrilleros organizaron una fiesta de despedida durante la cual, se suponía, la protagonista del libro y el líder rebelde contraerían matrimonio. Cuenta la autora que el Che, luego de atiborrarla de argumentos, “todos válidos”, le pidió: “Por el bien de él en primer término, y de la propia Revolución si es que, como creo, estás convencida de su triunfo, ¡déjalo libre! Tú quédate aquí tranquila, sola, piénsalo con mucha calma”. Al parecer, así fue.

Las barbas

Sería el año 1957 cuando mi padre llevó a casa la revista Life en español que traía un amplio reportaje sobre la guerrilla cubana en la Sierra Maestra. Así supe que los guerrilleros se prometieron a sí mismos no afeitarse hasta no derribar al sátrapa Fulgencio Batista. Era muy difícil no simpatizar con los barbones del ejército rebelde. De entre todos destacaban, por supuesto, Fidel Castro y el Che Guevara. A mí en lo particular me llamó mucho la atención Camilo Cienfuegos, el nombre me parecía el de un personaje de leyenda. Era alto, tal vez el de barba más poblada y en lugar de boina o gorra tipo militar como los demás usaba un sombrero de vaquero.

El primero de enero de 1959 se proclamó el triunfo de la Revolución Cubana, Batista huyó. Los barbones volvieron a prometer no afeitarse hasta no consolidar un gobierno revolucionario. Murió Camilo. Estados Unidos estableció un embargo comercial, económico y financiero contra Cuba. Murió el Che. Fidel dejó de fumar habanos pero continuó sin afeitarse, tal vez esperaba que se levantara el embargo estadounidense para hacerlo o, quizás, pensaba rasurarse cuando en las naciones de Latinoamérica imperaran los regímenes marxistas-leninistas, o, ya en plan de fantasear, el Comandante Castro se rasuraría cuando volviera a ver a su novia mexicana. Como haya sido, Fidel murió con las barbas puestas.